Por Francisco Díaz. Fotografía de Andrew Moore

Esperada era la tarde en la que se anunciaba los muy valorados Pedraza de Yeltes en la Plaza de Toros de Madrid. Con la misma dosis de ilusión con la que se aguardaba la llegada de la cuarte del ciclo, se despedía entre la decepción. Muchos son los triunfos que, de la ganadería charra, de origen Aldeanueva vía El Pilar, se cantan desde Francia. Sin embargo, sus últimas comparecencias en el ciclo isidril y en Pamplona han tenido por denominador común la mansedumbre, falta de casa y pobre fortaleza. Justamente lo contrario que en el país vecino tienen el privilegio de disfrutar, con magníficos, por su pureza y espectacularidad, tercios de varas. No todo fue culpa del ganado lidiado, sino que Manuel Escribano y Daniel Luque llegaron a Madrid con una apatía más que patente, anodinos y sin ideas anduvieron delante de la cara del toro. Todo lo contrario, Jiménez Fortes que volvió a sorprender e ilusionar al aficionado, por su verdad y hondura, despojos a parte.

Temible la presencia del abreplaza, como todos sus hermanos: verdaderos galanes. Sin embargo, demostró ser solamente fachada, pues estaba hueco por dentro: desde el recibo capotero evidenció falta de fuerzas, en cortas embestidas, apoyadas sobre las manos. El tercio de varas, todo lo contrario de lo que dicen de la ganadería, fue un mero trámite: defendiéndose en el primer encuentro con la cara arriba y sin recibir castigo en la segunda. El tercio de banderillas fue un desastre por la lidia de ambos peones, El Alcalareño y Sierra. Tampoco anduvo acertado con los garapullos Escribano, como iba a ser la tónica de toda la tarde. Con la pañosa en la mano poco pudo hacer, mostrarlo por ambos pitones, con pulcritud y sin compromiso alguno.

Del cuarto de la tarde, solo se puede destacar de la labor del sevillano (Escribano, pues Luque también lo es) el notable recibo capotero, ganando terreno a cada lance del animal, tras recibirlo a porta gayola. El toro, de pelo colorado como la totalidad del encierro, derribo al piquero en el primer encuentro, pues cogió al tractor, digo caballo, por los cuartos traseros. En el segundo encuentro ni siquiera se le metieron las cuerdas. Más entonado anduvo el segundo tercio de Escribano, sin ser el mejor, de lo que destacó el tercer par por arriesgo, el ya tradicional por dentro y sentado en el estribo. Con la muleta poco hizo, solo una tanda limpia con la derecha, la primera. Se demostró que no vio, la tarde anterior, la lección de distancias, pese a sus muchas y evidentes carencias, de Román. Manuel Escribano se empeñó en acortar la distancia cuando el toro precisamente demandaba lo contrario.

El segundo toro de la corrida fue el de más peso y mayor hondura. De buena condición y nobleza desde que salió de toriles. Derribó en el primer encuentro por coger al toro por los pechos, recibiendo un mayor castigo, aunque más próximo al trámite que a otra cosa, en el segundo. En el segundo tercio, galopó con franqueza y nobleza, colocando la cara en cada encuentro con los peones. Daniel Luque, sin saber leer ni al toro ni a la meteorología, se plantó en los medios, cuando más fuerte atizaba el viento. A partir de ese momento se dedicó a asfixiar al toro (otro que no vio a Román) y a pegar trallazos con la muleta, ya que es difícil dominar a un toro y al viento a la vez, fuera de cacho y llevándolo lo más lejos posibles. Se le fue el toro más potable del encierro.

Esa incapacidad lidiadora en el tercio de muerte del segundo, por parte del sevillano (esta vez, Luque), se puso de manifiesto en el quinto durante toda la faena. El animal, sin ser un dechado de bravura, casta y poder, más bien lo contrario, como toda la corrida, acampó a sus anchas por el ruedo. Acudió a los caballos que le dio la gana, sin que ninguno de los que vestían el tan loado y honroso traje de luces fuera capaz de imponerse. Verdaderamente, vergonzoso en la primera plaza del mundo. Derribó al caballo que guardaba la lidia, la mole se afligió ante el topetazo. Un calvario resultó para matador y cuadrillas colocar al animal en suerte, para recibir un puyazo fuerte. Juan Contreras dejó un muy buen segundo par, hasta el momento lo más destacado de la tarde, que fue motivo para saludar. Corto el recorrido y nula la casta del animal, que tuvo la intención de humillar. Tampoco recibió el sitio que requería de Daniel Luque, que pegó mantazos a diestro y siniestro, sin saber dónde se tenía que colocar exactamente. Con un indigno bajonazo (dicen los taurinos que ocurrió por no tener el pobre animalucho morrillo. En fin, vergonzoso) lo despachó.

Salió al ruedo galopando el tercero de la tarde, cuya lidia y muerte correspondía a Saúl Jiménez Fortes. Sin embargo, cuando llegó a la jurisdicción del torero se defendió como pudo. Los dos mejores puyazos, por su colocación, recibió este toro, aunque el castigo, sobre todo en el segundo, fuera inexistencia. Sorprendió la mala lidia, más propia de una capea, que recibió el toro, pues correspondió al gran José Antonio Carretero. El animal llegó pronto y humillador a la muleta, aunque muy descompuesto. Todo lo que, durante la lidia, había demostrado, se evidenció cuando Fortes decidió intentarlo someter. Se acabó…

 

Jiménez Fortes en la vuelta al ruedo tras la bronca al palco.

Hubo que esperar hasta el sexto de la tarde para ver lo más granado. Ver el nivel de un torero marginado y excluido de un sistema mafioso e injusto. Con una sola tarde en Madrid, cuando otros inmerecidamente disponen de varias comparecencias, con el único objetivo de facturar. Jiménez Fortes dio una verdadera demostración de cómo se debe torear, de porqué aún seguimos creyendo en la Fiesta, de porqué nos seguimos emocionando… Un torero no solo maltratado por el sistema, sino también por los toros, por su pureza y verdad, antes sumada a la inexperiencia. El que cerraba plaza hizo la mejor pelea en el jaco de Madrid, aunque como bien saben ustedes: en el mundo de los ciegos, el tuerto es el rey… Carretero, esta vez, dejó un buen primer par. Llegó el animal a la muleta, descastado y con poco poder, como sus hermanos, pero encerrando un peligro sordo. Desparramó la vista en todo momento, en claro rechazo de la pelea. Hasta la cogida, el gran público no se dio cuenta de lo que realmente acontecía en el ruedo. A partir de ese momento, la gente se entregó con la faena. Toreo hondo y puro, siempre con el pecho por delante y las zapatillas en dirección recta a los pitones. Jugándose la integridad de las femorales. Pasajes templados, junto a tanta verdad. No fue redonda la faena, pero sí sincera. Buena estocada y la locura en los tendidos: la gente pidió con fuerza la concesión del trofeo, que no fue atendido por el presidente. Quien esto escriba la hubiera pedido, pero prefiero la cicatería presidencial a la generosidad, solo pido que en las tardes de clavel se mantenga el rigor. La bronca fue de las que hacen historia, como las dos vueltas al ruedo. Madrid vio a un tío con dos huevos jugarse la vida. Solo hace falta explicar a los menos conocedores por qué fue tan especial la faena del malagueño.

 

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