Sevilla, un marco incomparable. La luz, el olor y la belleza. No podía desentonar de tan semejante entorno su portentosa Plaza de Toros. Tampoco la fecha: viernes de farolillos. Las calles, los rincones y también los tendidos se colman de gente guapa. Sobre todo de mujeres guapas. Por eso, esta tarde no podía fallar. Pablo Aguado, en el momento indicado y el lugar adecuado, no podía fallar. El sevillano, desde hoy, tiene una novia tan buscada y querida, por su historia y su encanto. Y esa novia es Sevilla.

 

Desde que se caló la montera y se envolvió en el capote, rezumó torería y sevillanía, valga la redundancia. Cruzó el platillo sin saber lo que se avecinaba, o al menos, sin saberlo yo. La primera toma de contacto fue con el enclasado segundo toro de la tarde. Cantó por chicuelinas y abrochó con una arrebujada media. Sevilla sonreía y se ponía nerviosa. Sin embargo, el cante grande llegó en el tercero. Un toro de escasa humillación, por su propia construcción. Dificultó el toreo de capote. Se picó poco, como toda la corrida. El tercio de banderillas hacía temor lo peor: esperaba y se engallaba. Los banderilleros tuvieron que llegarle mucho. Sin embargo, el toro parece que quiso formar parte de tan bella obra. Sin acabar de descolgar, galopó con son y nobleza. Aguado se sacó el toro hacia fuera con aroma a torero. Templó las embestidas a media altura. Embarcaba adelante, con la barbilla hundida en el pecho. Se deslizaba sobre la cintura, para reducir con las muñecas el galope del toro hasta pararlo. Si genial fue por el derecho, superior por el izquierdo. La plaza loca. Cerró de la forma más torera posible, con remates por abajo. Mató de estocada algo tendida. Sin embargo, nadie fue capaz de capar semejante desborde de pasión. No era el día de la razón.

 

Cuando se arrastró el quinto toro, pesaba sobre todos la idea de la Puerta del Príncipe. Quien tiene fe, rezaba; y quien no, a alguien le pediría. Salió por chiqueros un toro con un gran pitón derecho. Aguado lo recibió por verónicas. Hubo algunas eternas: enroscadas y hasta el final, embebiendo la embestida con el vuelo. El vuelo se convertía en las yemas. Tras el primer puyazo, recogió el toro del caballo. Otra vez se estiró por el mismo palo. Dos verónicas que aún no se han vaciado. Una media de broche. Torerísima. Y el bueno de Tristán que no se pudo contener. Si fuera poco, Morante sacó al toro del caballo recordando al Rey de los toreros: con el galleo del bu. El cigarrero tampoco anda corto de torería. Por chicuelinas respondió Aguado. En la plaza, se rompían las camisas. La faena de menor intensidad, pero hubo naturales vaciados por debajo de la pala del pitón. Con yemas y vuelo. La estocada fue defectuosa. En otras circunstancias, la segunda oreja hubiera sido un exceso. ¿Pero quién ponía cordura allí dentro? Yo no hubiera podido.

 

Con menor protagonismo que en otras tardes, Roca Rey cortó una oreja en su primer toro. El animal tuvo clase, aunque escaso fondo de casta. Lo recibió a portagayola, para continuar el recibo con largas cambiadas y faroles de rodillas, en los terrenos de sol. La banda arrancó a sonar y la plaza rompió en éxtasis. Sin embargo, respondió al quite de Aguado ciñéndose de forma inimaginable. Brindó a Rafa Serna y a su difunto padre, Sevilla en pie. La faena empezó sobre la mano derecha con muletazos mandones y templados. En honor a la verdad, hay que decir que intentó una y otra vez meterse en el cuello y montarse en la noria. El toro llegó muy desgastado al último tercio. En un alarde defensivo se quitó al peruano de en medio. A partir de ahí se fue apagando el toro… Mató de un infame bajonazo con el toro pegado a tablas. Sevilla pidió la oreja y Luque la concedió… En el quinto se vio un Roca Rey mucho más espeso. Sin duda, la tarde pesaba sobre él. Con la muleta, empezó la faena con el péndulo, como tantas otras veces. El toro duró poco y él mató mal.

 

Morante de la Puebla conservaba sus dos últimas balas en la recámara. Una feria en la que no ha tenido suerte, pero con una gran disposición en todas ellas. En el primero se estampó contra un mulo descastado, que no humillaba y derrotaba. El cigarrero estuvo torerísimo, apuntando sin poder disparar. Las embestidas del toro acababan con los pitones por encima de la hombrera. Mató y sainete con el verduguillo. Sin embargo, salió el cuarto. Morante, sin duda espoleado por Aguado, salió a comerse el toro. Echó los vuelos para adelante e intentó estirarse a la verónica. Fueron bellas por imperfectas, el toro humillaba pero no se desplazaba. El momento grande llegó en el quite, que se arrebujó en un ramillete de verónicas y una media. Todo en una baldosa. Siempre tan barroco. Brindó al público desde el tercio. Con temple, como torero bueno. Se echó de rodillas, el runrún en los tendidos. De hinojos se ajustó en dos ayudados por alto. Primorosa fue la forma de sacarse al toro. Indescriptible. Dio pasajes sueltos a su manera, pero el toro fue bajando en casta. Mató de una estocada muy trasera. Tardó en doblar. Oreja dudosa, pero esta no era la tarde de analizar con frialdad.

 

La corrida de Jandilla fue, por encima de todo, sospechosa de pitones. Excesivamente astigorda. Por lo demás, no decepcionó. Sin ser redonda, apuntó cosas. Permitió ver las obras que desde lo más hondo de las tripas se puedan cantar esta temporada. Me gustaría decir que los toros lucieron en el caballo, pero esta es una lucha cada vez más difícil.

 

La gente salió de la Maestranza toreando, y sobre todo, hablando de toros. ¿Cuántos simularán hoy lances al vuelo en el Real? Muchos. Muchos que estuvieron y muchos a los que se lo habrán contado. Si Roca Rey vino a mandar y espoleó a El Juli, Pablo Aguado ha hecho sacar la raza de Morante. Bendita renovación… Y no quisiera olvidar la notable actuación de los hombres de plata, en especial, a Juan José Domínguez e Iván García, que hizo sonar la música por el riesgos en el último para de la tarde.

 

Por Francisco Díaz.