Quedaban pocos vestigios de la que fuera la ciudad más hermosa del mundo conocido, la Venecia de América, la región más transparente del orbe, la majestuosa Tenochtitlan. Después de 1521, poco a poco sus anchas calzadas y calles se poblaron de palacios y las piedras de los antiguos templos mexicas se usaron para construir iglesias.

Hernán Cortés levantó su palacio en una fortaleza a la que la gente llamaba la “ciudad dentro de la ciudad” y que abarcaba lo que hoy son cuatro grandes manzanas. Frente a su casa, el marqués del Valle de Oaxaca mandó construir la primera Catedral, mucho más pequeña que la que conocemos, a dos aguas y con la puerta principal hacia el poniente, es decir, hacia su casa.

Frente a este templo quedó la llamada Plazuela del Marqués, que aún existe en la calle de Brasil, frente al Monte de Piedad. También la llamaban Plaza Menor, para distinguirla de la principal y en ese lugar se verificó la primera corrida de toros de la Nueva España.

Era el día de San Juan de 1526 y Hernán Cortés acababa de regresar de Honduras. Como era día de fiesta, el marqués se dirigió al Convento de San Francisco para oír misa y confesarse. Se hizo acompañar de sus capitanes y de Doña Marina, todos a caballo. En el refectorio del enorme convento comieron un nada frugal almuerzo que consistió en aves, fruta, caldos, pasteles y panes, además del mejor vino de la cava de los franciscanos.

De vuelta, el contingente se encontró con un coso hecho de talanqueras de madera decoradas con listones de colores. Lo mismo las ventanas y balcones. En el ruedo improvisado se había echado arena y se contaba con agua en barriles. El escenario estaba listo para que comenzara la historia del toreo en México.

La fuente de la plazuela estaba cubierta con madera y flores. Sobre ella se construyó una tarima con sillas de respaldo alto para los invitados principales, que también gozaban de la sombra que les daba un rico tapiz. El resto de la concurrencia estaba bajo el sol, ya había división desde entonces.

El espectáculo de correr toros era entonces muy distinto a lo que conocemos, pues era más caballeresco, es decir, hombre y caballo aliados contra el burel. Se corrían todos los astados al mismo tiempo y los caballeros los lanceaban, mientras que algunos a pie los saltaban a garrocha.

Cinco años habían pasado desde la caída de Tenochtitlan. Ignoramos si esos toros eran cinqueños criados en la tierra conquistada, o si los mandaron traer de la península. Esa información se la llevó a la tumba el carnicero mayor de la Nueva España, cuya casa estaba en lo que hoy conocemos como calle del Seminario.
Al terminar el festejo, se tenía planeado que el marqués ofreciera una deliciosa colación en su palacio, pero según consta en las crónicas de López Gómora, Torquemada y del propio Cortés en su Quinta Carta de Relación, el festejo fue interrumpido por una noticia.

Luis Ponce de León había llegado a Veracruz con una carta del rey. Le mandaban un juez de residencia a Cortés y así terminó el primer festejo taurino en la Nueva España, que tuvo toro de regalo, pues misteriosamente Ponce de León murió a los pocos días de llegar a México, dicen que envenenado.

Por Patricia Guerra Frese
Fuentes «Historia de la Conquista de México» Francisco López Gómora
«Quinta carta de relación» Hernán Cortés
«Monarquía Indiana» Fray Juan de Torquemada
«Tauromaquia completa» Francisco Montes