• Diego Urdiales pierde el triunfo con la espada, Oreja para Castella en el quinto y Roca Rey tropieza con el descabello.

Llegaban el encaste Domecq a la feria del toro, que de feria del toro tiene cada vez menos, porque cada año hay menos variedad. Lo que será un desfile de mansos y nobles toros del encaste domecq, le tocó abrir turno a la ganadería de la estrella de seis puntas, los míticos Jandillas. Con ellos vinieron acompañados las figuras del toreo, y el runrún de Andrés Roca Rey, que volvía a los ruedos después de perderse las ferias de Soria, Burgos y Teruel.

Hoy la suerte de varas, sobre todo en los casos de Castella y Roca Rey, ha sido un puro trámite, el pacto de no agresión ha sido respetado, y el tercio de varas ha sido ninguneado. El único que se ha esmerado en llevar al toro al caballo con arte y torería, con gusto y calma, ha sido Diego Urdiales en su primero, dejando al toro relativamente de largo para intentar lucir. Luego fue muy mal picado por Manuel Burgos, pero la intención se quedó grabada en el aficionado.

La presentación de los toros ha sido una verdadera escalera, habían algunos impresionantes, otros bajitos, “cuesta arriba”, “cuesta abajo”, pero el que hizo tercero parecía una Lego, pequeño y cabezon.

Con predisposición, ganas y actitud vino Diego Urdiales a Pamplona, dejando detalles de gusto y verdad en la primera faena de la tarde, ante un toro noble con transmisión y fijeza. Urdiales se asentó sobre sus zapatillas y empezó a recetar derechazos con la panza. Con poderío y sabor añejo llegaron una tanda de naturales, casi de frente, la plaza estaba pendiente, hasta el sol estaba expectante, cuidado un torero estaba tirando de cánones, y eso al final se aprecia. Una pena que la espada no entrara y le privara de un trofeo, o tal vez incluso dos.  Con el que hacia cuarto, el toro más exagerada de la corrida, cornalón y “grandón”, pero manso y con genio como un buey de pueblo. Solo pudo defenderse, lidiando sobre las piernas, y sacando algún muletazo con sabor a otros tiempos.

Castella tiene un don para hacer cada vez menos y sacar cada vez más, que despropósito de torero. Cada día su ventajismo es más que evidente, y cuando quiere someter al toro bajando la mano, le da la salida en el muletazo, vuelta a empezar, pierna retrasada, etc. Dubitativo en el primero, y fuera de sitio en el quinto que cortó una oreja. Imagino que algún día le harán embajador de la tauromaquia 2.0 para que vaya enseñándola por las ciudades, escuelas y tal. Un torero que tenía todas las cualidades para ser un grande, pero que al final se queda como dice la canción, en un suspiro de lamento, de lo que pudo haber sido y nunca será. No le vendría mal, bajarle del pódium donde la riqueza le ha subido y que vuelva a los orígenes.

Andrés Roca Rey pecó de egoísta por querer torear sin estar recuperado, para todos los que pensaban que le había entrado el síndrome de Romario en Perú, deben de callarse, porque está lesionado e infiltrado. Para mi gusto una irresponsabilidad torear así, por el mismo, por respeto el toro para darle una buena muerte, y sobre todo por respeto al espectador, al no poder hacer un buen espectáculo y estar al cien por cien. Pero los billetes pesan más que el físico, esos 250mil euros por corrida, hacen que se quiten todos los males, y si no estás para torear no pasa nada, se improvisa a ver si suena la flauta. La honestidad dicta sentencia, y si está mal mejor que espere, y reaparezca en todo su esplendor, con el máximo de garantías.

No parecía que estuviera lesionado, en la faena del tercero encandilo al público con su valentía, arrojo y tal, aunque creo que no dio ni un solo pase sentido, con temple, ritmo y verdad. En ocasiones le sometió, a un nobilísimo torito, que le llegaba por la cintura. Es cierto que dibujo una faena, diferente, en otro estilo, improvisando. Pero lo de citar, templar y mandar, como que… no estuvo muy presente. En el sexto un toro más áspero, estuvo dubitativo y punteado toda la faena, sin llegar a someterlo por bajo, al no verle muchas posibilidades abrevió. Con la espada dejó dos medias, y un sinfín de descabellos, muchos, tantos que los tendidos llegaron a silbar, aunque fueron mucho más benévolos que con Emilio de Justo.

Por Roberto García 

Foto Javier Arroyo