¿Cuál es el origen de lo que ha llegado a nuestros días como tauromaquia? Es una pregunta de difícil respuesta. Varias son las teorías que al respecto existen, unas giran en torno al culto al toro como animal mitológico; otras alimentan la existencia de diversos ritos religiosos.

Desde estas líneas solo pretendemos dar ligeros esbozos de nuestra fiesta, por lo que pedimos perdón por la brevedad en los argumentos y en las exposiciones. No se trata de hacer un trabajo antropológico, sino de tener un conocimiento básico del por qué y del para qué.

Lo cierto es que en esta piel de toro; en nuestra Península Ibérica, ha existido desde tiempos remotos algún tipo de actividad relacionada con el toro. Es muy posible que dada la condición salvaje de este bello animal, los pobladores ibéricos realizaran actividades tendentes a ahuyentar a las manadas de las zonas de pasto, a la par que evitar el peligro y minimizar el riesgo de encontrarse con ellos, y por lo tanto las consecuencias de tal infortunado encuentro.

Lo que pudo ser una actividad, digamos cinegética, en un momento dado traspasó la barrera y evolucionó para convertirse en un festejo popular, el correr los toros. Los encierros que hoy conocemos, así como la mayoría, por no decir la totalidad de los festejos populares que consisten en soltar un toro por las calles de los pueblos, tienen un origen medieval e incluso más antiguo.

Pero estos festejos populares siguieron evolucionando y llegamos al momento en el que los nobles caballeros como muestra de valor y arrojo deciden enfrentarse al toro. Estamos ante la base de lo que hoy es el tercio de varas y por supuesto el rejoneo. Dos variantes de torear a caballo. La nobleza y no el pueblo, se hace dueña de la fiesta brava y no solo la nobleza castellana y cristiana. También entre los pobladores árabes se dan episodios taurinos.

Amén de las disposiciones papales que en determinados momentos consideraron la práctica de la tauromaquia como contraria a la fe católica, lo cierto es que es con la llegada de los Borbones con lo que la nobleza deja de practicar la actividad consistente en lanzear toros, práctica que ejecutaban a caballo, medio rejoneando, mediando picando, y arropados o auxiliados por plebeyos, por el pueblo llano a modo de peones de brega.

En este momento es cuando la tauromaquia gira de nuevo en su evolución y vuelve a ser del pueblo. Nos encontramos ya con las primeras dehesas dedicadas a la cría del toro bravo; dehesas que surgieron por la necesidad de tener controlado en mayor o menor medida a un animal herbívoro con cierto peligro para el hombre y además poder dotar de la materia prima esencial para la celebración de justas, torneos o festejos varios.

De aquella época viene el hecho de que en el toreo moderno y desde que existe la suerte de varas, los picadores tengan el derecho de vestir de oro, igual que los matadores. Es un reconocimiento al origen noble y aristocrático que viene de aquellos señores que lanceaban toros.

Como decíamos antes, al dejar la nobleza su práctica taurina, es el pueblo el que a través de aquellos plebeyos que hacían las veces de peones, de auxiliadores de los nobles a caballo, inicia el toreo a pie. La simiente de lo que hoy conocemos por tauromaquia en su expresión de corrida de toros estaba plantada.

 

Aún quedaba evolución, y de hecho, la tauromaquia sigue evolucionando, pero eso lo contaremos en próximas entregas.

 

Por Jose Carlos Gomez