Con el afán prohibicionista que, por desgracia, acostumbra a lidiar nuestra sublime afición, les traigo a colación unas líneas para recordar, o ilustrar, la acción de un rey más odiado que amado en la Historia, pero cuyo apelativo no deja lugar a dudas, el Deseado. Pues bien, Fernando VII tomó una decisión no poco controvertida: la de prohibir o cerrar las Universidades españolas a la par que fomentaba la creación de Escuelas Taurinas.

Su antecesor, Carlos IV, mediante Real Decreto prohibió los toros en 1805. Debido, según su pensamiento, “por ser poco conformes a la humanidad que caracteriza a los españoles, pues causan un conocido perjuicio a la agricultura por el estorbo que oponen al fomento de la ganadería vacuna y caballar, y el atraso de la industria por el lastimoso desperdicio de tiempo que deben ocupar los artesanos en sus labores”. Como ustedes pueden vaticinar, la ley no sólo no se cumplió, por impopular y absurda, sino que se siguieron celebrando corridas de toros.

Fernando VII volvió a instaurarlos en 1814. Y no solo eso, sino que fomentó, como ya dijimos, el surgimiento de escuelas de arte taurómaco. Así lo atestigua el Real Decreto del 28 de mayo de 1830 por el cual se creaba el Real Colegio de Tauromaquia de Sevilla, primera institución oficial de esta índole para la promoción y mantenimiento del arte del toreo. El mismo año que, a partir de octubre, se decreta el cierre de todas las Universidades españolas. ¿Casualidad?

Por Álvaro S-Ocaña