Decía aquel que los toros son un reflejo fiel del momento que atraviesa la sociedad, y desde luego que razón no le falta. Si analizamos brevemente el panorama taurino, especialmente el pensamiento de la afición, nos daremos cuenta de las muchas similitudes que hay con el resto de los ámbitos del día a día. Lo que más adolece esta sociedad es la falta de criterio propio y la veneración al tópico. Y en los toros la cosa no es diferente.

La virtud se encuentra en el centro, y no en los extremos. Los extremos taorómacos son el “torismo” y “torerismo”. Vaya por delante mi rechazo a esta clasificación, pero es la forma más recurrente en para denominar estas corrientes taurinas. Los tópicos de unos y de otros los conocemos todos, pero un análisis y una pequeña corrección, si me lo permiten, nunca viene mal.

Por empezar por orden alfabético, la máxima torerista viene siendo algo del estilo “Los toreros son los que se juegan la vida”. ¿Y a mi qué me quiere decir con eso? ¿Acaso hay alguien que los obligue para que se pongan delante del toro? Otro clásico es “¡Ponte tú delante!” No se equivoque, el que sale al ruedo está expuesto a soportar cualquier crítica, dentro del respeto, sobre lo que hace en el ruedo. Pero su gran laguna es el desprecio al toro y a la lidia. Sólo van a ver cortar orejas y a jalear todo. Muchas veces el “torerismo” se solapa con el triunfalismo. Aquellos que van predispuestos a sacar a sus ídolos en volandas a pesar de que lo que han hecho no se merezca tal premio. Y un nexo que une ambos extremos es el desprecio constante y necesario para ensalzar lo suyo. La cumbre de esto llegó con la famosa frase “El encaste minoritario es minoritario porque no embiste”. Culmen de la ignorancia y la fatuidad.

Y siguiendo con los desprecios, el “torismo” siempre acusa a las actuales figuras de no abrir su abanico de ganaderías y se escudan en que antiguamente no era así. No les quito la razón, y desde aquí yo también denuncio la monotonía ganadera. Pero los toreros siempre han matado lo que más les ha gustado. Desde Joselito, cuando una vez en lo más alto, si podía evitar los miuras los evitaba, después de haber desterrado a los Veraguas y los navarros. Y ensalzan a los gladiadores que matan las corridas duras, atacando a los de arriba diciendo que estos si que son figuras del toreo. ¿Se creen ustedes que si cualquiera de estos matadores pudiera elegir la ganadería que quisieran iban a seguir matando las duras? Desde luego que no, y hay varios ejemplos. También, con sus exigencias, además de las de los veterinarios, han impuesto un toro descomunal, mastodóntico y fuera de tipo. Los defensores de la diversidad de encastes se han cargado varios con el nuevo toro. Y si grande es el toro, aún más grande es el caballo de picar. Con esto es imposible ver un tercio equilibrado, pero a la mínima que alguien intenta cambiar algo, es un antitaurino. ¿Entones los ganaderos de principios del siglo XX también eran unos antitaurinos por imponer una puya nueva? La defensa de la ortodoxia está muy bien, pero los revolucionarios son necesarios. ¿Qué hubiera pasado si Belmonte, Manolete o el Cordobés no hubieran aparecido en la fiesta? La evolución es necesaria, aunque bien es cierto que muchas veces lo clásico es la mejor revolución.

Como ven, ni unos ni otros tienen razón en todo. Hemos de comprender que tanto hombre como animal son necesarios para sacar esto adelante. Y esto no se defenderá sin un toro proporcionado, en puntas, bravo y toreros que les corten las orejas bien cortadas, así, esto sigue andando.

Por Quique Giménez