Hay toreros que, su leyenda trasciende mucho más allá del tiempo, es el caso de Ignacio Sánchez Mejías que, tantos años después, generaciones que no habíamos nacido y ni habíamos sospechado venir a este mundo, en estos momentos, irremediablemente tenemos que referirnos a la grandeza de este torero tan singular de los años veinte que, como explico, el pasado cinco del mes en curso ha cumplido los cien años de su confirmación de alternativa en Las Ventas.

La historia, al respecto de este torero nos ha dejado un legado importantísimo que, al igual que nosotros, generaciones venideras, pasados los años, seguirán hablando de Ignacio Sánchez Mejías que, en su época lo fue todo en el toreo; empezó desde lo más abajo y terminó como figura indiscutible de su tiempo.

Resulta embriagador bucear en la historia de este hombre para que los demás aprendamos cómo y de qué manera, en su día existió un torero tan genial como enigmático. Pura delicia saber de sus logros que, en realidad, fueron muchísimos puesto que, no se trataba de un torero al uso, era, ante todo, un hombre genial que alumbró su época como nadie lo había logrado y, lo que es mejor, tuvo que competir junto a los más grandes, entre ellos, Rafael El Gallo, Joselito, Juan Belmonte y demás figuras de su tiempo.

Ignacio era torero, como dice su leyenda, pero sus dotes artísticas  intelectuales en todos los órdenes le llevaron a ser presidente del Real Betis, a escribir varias obras teatrales, a codearse con todos los grandes de la generación del veintisiete de la que era santo y seña. Se casó con Lola Gómez Ortega, por tanto, era cuñado de los Gallo pero, amén de todo, hasta en amoríos de toda índole caminó en su apasionado vivir.

Cuenta la historia que, Ignacio no era buen ni mal torero; era sencillamente diferente a lo que se entendía como el estereotipo de la época, de aquella e incluso de la que vivimos en la actualidad. Eso sí, estaba dotado de una personalidad tan arrebatadora que conquistaba por allí donde se encontraba.

De este hombre se podrían contar miles de anécdotas pero, nos quedamos con algunas de ellas, entre las que destaca su presentación en México retando, en aquel momento, al dios del toreo mexicano, Rodolfo Gaona que, al saber que Ignacio quería enfrentarse a él, Gaona dijo: “Pero si ese es apenas un banderillero de Joselito, que me lo pongan el domingo” Tenía razón Rodolfo Gaona puesto que, Sánchez Mejías, estuvo tres años como banderillero del que sería su cuñado José Gómez Ortega. Se enfrentaron en México ambos diestros y, como se sabe, Ignacio le ganó la partida a Gaona con el consabido disgusto de éste que no toreó más corridas con él en México.

Sánchez Mejías no dejaba indiferente a nadie, de tal modo era su paso por la vida. En pleno fulgor de su carrera, la empresa Pagés de Sevilla no quiso pagarle a Ignacio el caché que él entendía que merecía, es decir, la misma cifra que ganaba Juan Belmonte o Joselito, veinticinco mil pesetas. No hubo acuerdo con la empresa, al tiempo que el diestro retó al empresario y le dijo: “Eso de que no torearé en Sevilla lo dirá usted, ya hablaremos después de la feria” El empresario lo tomó por loco y allí se acabó la conversación.

Era la última corrida de la feria en que, Martín Agüero lidiaba su último toro, de Miura por cierto. Tras lancearlo de capote ya presto para las banderillas que tenían en la mano los subalternos de Agüero, de repente se lanzó un espontáneo con traje gris, corbata y sombrero y, eso sí, con un par de banderillas en la mano, citó al toro y le puso un par  por los adentros. Muy pronto, los aficionados descubrieron que se trataba de Ignacio Sánchez Mejías que, automáticamente le obligaron a completar el tercio de banderillas. Un éxito de clamor por la sorpresa en primer lugar y, acto seguido, por la magnitud de sus pares que enloquecieron al público. Como era notorio, los guardias detuvieron a Sánchez Mejías para llevarle al calabozo. En el acto, Martín  Agüero acudió en su ayuda, pagó la multa de veinte pesetas por haber infringido el desarrollo del espectáculo y quedó en libertad.

Tras finalizar el espectáculo, Martín Agüero le invitó a cenar el restaurante compartiendo mesa y mantel con Juan Belmonte y Joselito, compañeros de cartel en la tarde. En la mesa contigua cenaba el empresario y sus secuaces mientras que, Ignacio se acercó a dicho señor y le dijo: “Decía usted que no torearía en la feria de Sevilla y, como se ha comprobado, se equivocó usted. Seguro que para el año que viene habrá acuerdo ¿verdad?” Y allí mismo Pagés le firmó tres corridas para la feria del año siguiente.

Como decía, estamos hablando de un hombre singular donde los hubiere que triunfó en su época y, con toda seguridad lo haría en los momentos actuales. Llevaba unos años retirado y, quizás espoleado por el retorno de Belmonte a los ruedos, reapareció Ignacio que, como el mundo sabe, encontró la muerte en 1934 en la plaza de toros de Manzanares, en Ciudad Real. Y, paradojas del destino, cansado Ignacio de matar toros de Miura y similares, un novillote engordado de la viuda de Ayala acabó con su vida en el pueblo citado.

Y desde Manzanares se empezó a fraguar la leyenda de un torero singular, mágico, único en su género que supo conquistar a los públicos y sin duda alguna a todo el intelecto de la época puesto que, como explico, Ignacio Sánchez Mejías era un eslabón más de aquella fantástica generación del veintisiete.

En la fotografía, Sánchez Mejías flaqueado por Rodolfo Gaona y Juan Belmonte