No hay que ser muy inteligente para entender el porqué del despegue de ciertos toreros en los últimos años. No es cuestión de que la afición se invente héroes o figuras. No se trata de aplaudir cualquier cosa o cualquier faena. La explicación es clara y sencilla: la afición está harta de siempre lo mismo. Los mismos carteles, los mismos toreros y las mismas ganaderías. ¡Ah! ¡Y hasta las mismas faenas! Y si no son iguales, parecen un “copia-pega” entre unos y otros. Se ha perdido improvisación. Se ha perdido el gusto y el interés por ser distinto al otro. ¿De verdad creen que es una coincidencia que algunos de los toreros “emergentes” de los últimos años destaquen precisamente por valores como la naturalidad, la variedad o la pureza? Sé que todo eso suena muy “clásico”, pero si precisamente han vuelto a despertar el interés en los aficionados, que no en el público general, es porque los toreros que más han toreado en estas últimas décadas han creado cierta monotonía en sus conceptos. Evidentemente, todos sabemos que nada tiene que ver un torero con el otro. Que cada uno es distinto, por unos matices u otros. Pero en general, los planteamientos suelen ser similares y eso, a cualquier persona que se siente en una piedra durante dos horas y media cada domingo, le termina aburriendo, si me permiten usar este término.

Pablo Aguado, Diego Urdiales, David de Miranda, Paco Ureña, Emilio de Justo o Juan Ortega, entre otros, son algunos de los nombres que sirven de ejemplo para entender la “respuesta” de la afición al hartazgo de la monotonía. Una monotonía que, como todos saben, no solo se refiere a los hierros que habitualmente ocupan las ferias de toda España, sino que también salpica a los conceptos del toreo de todo el escalafón. De toreros y de novilleros. Nadie se libra.