«A ver si podéis explicar de una vez que el hecho de que un matador no quiera picar un toro no es señal ni de menos bravura, ni de blandura, ni de menos casta, ni de menos raza. Es una tarde importante, quiero apostar y me gustan los toros muy crudos. Eso es una responsabilidad mía, igual que muchos toreros lo hacen, y es una apuesta mía. Entonces qué pena no tener un altavoz para poder explicar, porque si con dos puyazos medidos el toro no va a embestir imagínate si le pongo una tercera vez. Y es más de lo mismo, es una tarde, y otra tarde y otra tarde… Y entonces no sé, habrá que explicarles que el hecho de no picar un toro no es que sea menos bravo, ni más blando, ni que tenga menos raza ni menos casta; es que hay un torero que manda órdenes y yo les tengo dicho a mis picadores que mientras yo dé órdenes los toros se ponen como yo quiera. Y si el otro sale con una condición igual a esta, o que se mueva o que tenga virtudes, apostaré igual.  Ya le pegaré yo al toro que le vea condiciones y al que no le vea yo opciones de triunfar (…) No todos los días hay que pintar las rayas que pintan aquí, eso les gustará a una gente, a otra gente no le gusta, y esto es una lidia y la de otros tiempos y otras semanas es otra». 

 
Imposible meter más la pata en tan solo 90 segundos de tiempo, pero cuando a Miguel Ángel Perera o a cualquier otro taurinete de estos de hoy en día les ponen el micrófono delante el hocico, todo es posible.
Al señor Miguel Ángel Perera le hastía y cabrea que los aficionados, a su vez, también se cabreen porque a los toros no se les pica. ¡¡Acabáramos!!
El señor Perera exterioriza un mensaje equivocado a través de su berrinche (otro más que añadir a su particular colección, todavía se recuerda aquello de «sobran puristas y falta triunfalismo», un buen día en que se le dejó de conceder un rabo en una plaza de tercera), y el que parece no enterarse de qué va el asunto es él mismo. El señor Perera no se entera, o no se quiere enterar, de que la lidia del toro se divide en tres tercios: varas, banderillas y muleta, aunque a él y a unos pocos, a lo mejor, solo le interese el último y los otros dos les sobran. El problema viene cuando hay un conjunto de aficionados en el tendido que han pagado su entrada, ¡¡pagado!!, por ver un espectáculo íntegro en el que los tres tercios se puedan desarrollar con el lucimiento oportuno, porque para eso paga el aficionado, para disfrutar de la lidia completa de un animal único como lo es el Toro bravo, con su pelea en el caballo, su tercio de banderillas y lógicamente la faena de muleta. Si piensa el señor Perera que la gente solamente paga por verle a él o a cualquier otro matador pegar muletazos, está muy equivocado. Que seguramente hay público que sí, que solamente va a la plaza a ver muletazos y todo eso de la suerte de varas, los pares de banderillas, los quites y demás les suene a cuento chino. Pero ¡¡hombre!!, a lo mejor quien necesita algunas explicaciones, la cosa de los altavoces y demás son esos espectadores que tienen también la creencia de que todo se circunscribe a la muleta.
El aficionado medio suele ir a la plaza llamado por muchas cosas: obviamente por sus gustos hacia un torero u otro, por la manera que pueda tener este de interpretar el toreo y lo que pueda dar de su ante el toro. Pero el aficionado también se deja caer por la plaza con intención de disfrutar de la lidia de un toro. Sí, la lidia, ese proceso por el cual se somete al toro a una serie pruebas para que saque a relucir sus condiciones,  y así el aficionado pueda calibrarlas. Y una de esas pruebas, la primera además, es el tercio de varas, y a los toros hay que castigarlos en este tercio para comprobar si se crece al castigo o si por el contrario se duele y le da por rehuir. O lo que es lo mismo, para comprobar su bravura o mansedumbre. Y también, por supuesto, para que sangre y sea restado parte de su temperamento. Si se le pica más o menos, claro que no es motivo de que sea más o menos bravo y tenga más o menos casta, para eso está su comportamiento mientras le es sometido el puyazo y, posteriormente, el que desarrolla en la muleta. Pero otra cosa es el poder y las fuerzas del animal y si un torero se deja un toro sin picar es porque no está lo que se dice muy sobrado de poder, por mucho que el señor Perera y todos aquellos que le bailan el agua se empeñen. El señor Perera asegura que le gusta dejar a los toros «crudos», pero eso es porque las ganaderías a las que está acostumbrado a medirse así lo aconsejan. ¡¡Cómo se nota que aquí el amigo Miguel Ángel poco acostumbrado está a las aventuras!! Anda que como para dejarse sin picar no digo ya uno de Saltillo, que siempre saldrá el iluminado de turno con que eso no embiste; pero sí digo uno de esos de Baltasar Ibán, Valdellán, Escolar o La Quinta… Y es aquí donde viene la madre del cordero en todo lo expuesto por el señor Perera: los mosqueos del aficionado cuando un toro se queda sin picar no lo es tanto hacia el picador y el matador de turno, pues la bronca más bien suele ir dirigida al ganadero y a su forma de seleccionar. Porque es precisamente ahí donde está el problema de todo, y no en que el matador dé órdenes y los picadores las cumplan a rajatabla.
La selección que se hace hoy en día en los tentaderos de algunas ganaderías es un completo mamoneo, una especie de perfomance en la que los ganaderos solo miran por el torero y lo único que seleccionan es nobleza y toreabilidad, con miras únicamente al tercio de muleta e intereses del matador, para que disfrute una barbaridad pegando muletazos. ¿Cómo podemos pretender los aficionados que se cuide la lidia completa y se garantice el total disfrute de los tres tercios, si los ganaderos solo seleccionan en base a la muleta, y dejan el tercio de varas en algo secundario y menos importante? Después, el resultado es el obvio: esos productos salen a la plaza ya sin necesidad de pasar por el caballo, no se le castiga y tampoco se emplean, lo que convierte a la suerte de varas en un mero trámite que, como ha quedado reflejadas en las palabras del señor Perera, molesta. Y mucho además. Le molesta a él y le molesta a otros muchos que no saben ver más allá de su ombligo, pues solamente les importa quedar bien ellos solos y que nadie más se luzca, ni siquiera el toro. ¡¡El toro!!, como para pretender que se le tome en cuenta, si lo tienen como una mera comparsa de la que se valen para su puesta en escena, y el termómetro de bravura que ellos utilizan se basa en si han colaborado lo suficiente para llevar a cabo todo lo que llevan en la cabeza. ¿Qué más da si se maltrata el resto de la lidia? ¿Qué más da si se convierte al toro, auténtico REY DE LA FIESTA mal que les pese a algunos, en un monigote secundario que solo tiene nobleza y dulzura, pero ni gota de casta? Y eso es en lo que consiste la bravura para ellos, la bravura del siglo XXI, en un animalillo que vaya y venga una y otra vez sin hacer un mal gesto. Y el mejor ejemplo de ello es el toro de Cuvillo que lidió el propio señor Perera hace días en Madrid: un torito que salió de chiqueros dando algunas muestras de falta de poder, y que necesitó únicamente dos refilonazos de parte del picador (y si no hubiera sido ninguno, no hubiera pasado nada), se le cuidó durante el resto de la lidia y cuando llegó el tercio de muleta ¡¡catapum!!, el toro se vino arriba y fue para torearlo a gusto hasta aburrirse. En las antípodas de este ejemplo se haya, sin ir más lejos, el Matorrito de La Quinta lidiado hace días en Madrid, que se comió el caballo de picar, le pegaron tres puyazos en toda regla, sin excederse pero tampoco sin quedarse corto, y todavía tuvo carbón de sobra para comerse la muleta. ¿Se dejaría crudo el señor Perera a ese ejemplar? Por supuesto que no, él mismo dio la respuesta en sus declaraciones: «Ya le pegaré yo al toro que le vea condiciones y al que no le vea yo opciones de triunfar». 
Y unas declaraciones así tienen muchísimo peligro, porque evidencia lo que es para esta gente la suerte de varas: un mero trámite salvo si el toro sale con pies, que es entonces cuando se le pega un puyazo fuerte, solamente uno, para dejarlo mermado y que se suavice más de la cuenta, ya que tanto temperamento no interesa. Pero se olvidan de lo fundamental, que es lucir a los toros para calibrar su bravura. ¿Y se atreve el señor Perera, con estos mimbres, a dar lecciones de qué es bravura y qué no, tras mostrar un absoluto desprecio a la suerte de varas? Váyase al carajo, señor Perera.

No es ninguna mentira que a lo largo de los tiempos la tauromaquia ha sufrido constantes cambios. Lógico, todo evoluciona en el tiempo. Cambió el tipo de toro, cambió la forma de torear, cambió la suerte de varas… Pero algo que ha perdurado de forma muy agarrada ha sido la lidia en tres tercios. ¿Por qué ese afán desmedido de ahora por centrar todo en la muleta y, de paso, arrancarle al toro su heroica condición de bravo? ¿Por qué tantísima destructividad? No cabe duda, son verdugos de la lidia en tres tercios. Y también, verdugos de la Fiesta.

Por Luis Cordón  
Foto Raúl