El espectáculo taurino ha sido, a lo largo de nuestra dilatada Historia, el acontecimiento nacional por excelencia, amado y odiado, cierto, pero siempre respetado.

El título  ofrece la posibilidad de entrar por derecho al  polémico asunto sobre la propiedad de la tauromaquia, únicamente defendida en los tiempos que corren por una minoría política. No obstante, la tauromaquia es y ha sido la más exacta mímesis de nuestra existencia y “(…) ser indiferente ante un acontecimiento de tal índole supone la total extrañeza respecto del subsuelo psicológico común”. En otras palabras, rechazar los toros como espectáculo supone el rechazo, por desconocimiento e incultura, del sustrato histórico y psicológico de la Historia de España. Tomen nota.

Pues bien, ya que la moda imperante aboga por la desaparición de la tauromaquia y, por extensión, la extinción de la cabaña brava, me es grato recordar la defensa de dos autores, militantes en partidos considerados liberales, amantes de la tauromaquia pero, sobre todo, de la cultura y el respeto que derivan de la considerada fiesta más culta del mundo.

Ya sea por desconocimiento, moda o simple desfachatez, debemos hacer nuestra la defensa que de la Tauromaquia hicieron tanto Enrique Tierno Galván  como don Amós Salvador y Rodrigañez en sus respectivas obras, a saber: Los toros, acontecimiento nacional (Ediciones Turner, 1988) y Teoría del toreo (Biblioteca Nueva, 2000) respectivamente. Ministro liberal uno, alcalde socialista otro, pero amantes y defensores de la Tauromaquia ambos. Y no solamente como espectáculo, sino como idiosincrasia del pueblo español, del que se sentían parte y, sobre todo, cuyas tradiciones admiraban, respetaban y defendían.

Podemos, al alimón, aunar la idea fundamental que ambos sostienen: la Tauromaquia como medio de educación popular. “¡No es cosa tan mala como dicen, ni siquiera cosa mala!ª, sostiene Salvador y Rodrigañez, ya que de la misma se derivan, además de la cría de reses bravas o el sustento de numerosas familias, la influencia en el lenguaje cotidiano o su carácter moralizante a través de los valores que en ella se representan cada tarde. Espectáculo que en España ha servido de acontecimiento regulador e incluso educador de la convivencia social. Por no hablar de la presencia constante de la muerte, el ser o dejar de ser, la efímera existencia. O de la democracia en el dispar público, juez y soberano. Qué decir del respeto, siempre presente dentro del orden solemne y ritual que envuelve toda la práctica taurina.

No obstante, no todo el mundo está preparado para este espectáculo, por ello es necesario educar en la sensibilidad. Mejor será educar que prohibir ya que, esto último,  “(…) parece el colmo de la ligereza y de la insensatez. La fiesta, que con razón se llama nacional, brota espontáneamente de las condiciones de nuestro territorio y de nuestra raza, llena necesidades que no sería cuerdo desconocer, arraiga y se desarrolla en nuestras costumbres, y siendo éstas lo menos arbitrarias que se conoce, nunca se respetarán bastante, siendo la misión de los gobernantes hacer de las costumbres leyes y no con las leyes costumbres (…).

Por tanto, no queda más que educar, y qué mejor manera que viendo toros, pues “viendo toros nos quitamos de encima parte de la actitud moral de juzgar con valores éticos socialmente prefabricados”.

Por Álvaro S-Ocaña.