Conclusas las ferias de Valdemorillo y Olivenza -primera toma de contacto con esto de los toros por parte de la afición- se me apetece compartir con el paciente lector las siguientes reflexiones. Y estas conclusiones no tienen otro protagonista que el toro. Bueno, más bien las ganaderías. Tanto en una como en la otra feria, hemos asistido a encierros que, con independencia de su resultado, no hay duda de que se han tratado de una limpia de cercados. Sí, a principios de la temporada.

 

Cito las localidades madrileña y extremeña a modo de ejemplo, pero hay muchas más a lo largo y ancho de nuestra geografía durante el resto de la temporada. En ambas, se han anunciado los hierros de Alcurrucén, Montalvo, Garcigrande/Domingo Hernández, Victoriano del Río/Toros de Cortés y Zalduendo. Estas mismas ganaderías constituyen la base de cualquier abono en Ferias de primera. Por tanto, he de plantear aquí la tesis de lo que buenamente quiero defender en las líneas que siguen. El problema no son los dobletes de cuatro hierros en Sevilla, que también. No lo es la presencia de un solo encaste en Valencia, que no lo es menos. El principal problema de la cabaña brava española es que esas mismas ganaderías copen también el circuito menor. La actual estructura de la vacada de lidia no solamente impide que hierros más modestos se anuncien en plazas de primera, sino que lo hagan también en los pueblos. Si denostada está la “cantera de toreros”, no digamos ya de ganaderos.

 

La mayoría de las ganaderías reseñadas, ciertamente, son muy amplias. Sin embargo, la amplitud del lote de vacas no impide que el ganadero no cumpla con su primera obligación: llevar una corrida pareja, bien presentada e íntegra -esto último, una utopía-. Ejemplares lidiados en una u otra plaza no merecían el honor de llegar a cuatreños o, al menos, de haberse lidiado en público. Si quieren un ejemplo, busquen el toro colorado de Victoriano del Río del domingo. Me da igual que tuviera un extraordinario pitón izquierdo.

 

Las circunstancias actuales hacen que ganaderos más modestos hagan encajes de bolillos para dar salidas a sus corridas. La estructura misma de sus ganaderías impide muchas veces que lidien en Madrid, lugar donde mayor cabida tienen los demás hierros. Y cuando lo logran, los éxitos, si los hay, tienen muy poca repercusión. Por ello, me parece de una enorme torpeza no aprovechar el tirón de las ferias de Valdemorillo y Olivenza, privilegiadas por su situación en el calendario. En uno y otro fin de semana, el mundo del toro gira entorno a esas dos localidades. Por tanto, el escenario es único para dar la oportunidad de que otras ganaderías se muestren al mundo, salgan del armario del ostracismo. Y no estoy hablando de hierros muy distintos a las que se anuncian. Tampoco de barrabases. Se me ocurren, a modo de ejemplo, la de El Torero, Lagunajanda, Salvador Domecq, el Marqués de Domecq, Torrealta, Torrehandilla, Aguadulce y un largo etcétera. Todas estas cumplirían, al menos, con la primera obligación del ganadero antes dicha.

 

Sé que todo esto es imposible y que mi voz apenas llegará a nadie. Pero puestos a soñar planteo otra utopía: estas plazas también serían una oportunidad de oro para encastes distintos que, por sus caracteres zootécnicos, tienen mayor dificultad para anunciarse en plazas de más categoría. Y también podrían aprovechar el tirón mediático de estas ferias. Seguramente, el audaz lector sepa a cuál me refiero especialmente: al de Santa Coloma, sin lugar a duda. Nadie es capaz de cuestionar que las sedosas muñecas de Morante y de Aguado serían incapaces de templar las dulces embestidas de los pupilos de Santa Coloma. Nadie.

 

Los pueblos, lejos de la desnaturalización de las grandes urbes, siguen siendo fuente de afición. Y espectáculos como la corrida de Zalduendo son poco, o nada, edificantes. Por ello, hay que ofrecer un espectáculo superlativamente íntegro. Acepto el argumento de que en plazas de categoría las figuras o no figuras quieran anunciarse con corridas que crean con más posibilidades de triunfo. Lo acepto, de acuerdo. Sin embargo, no es menos cierto que en estas plazas el compromiso es menor. Por tanto, empeñarse en anunciarse siempre con lo mismo es comodidad. Y un flaco favor al futuro de la Fiesta. He dicho.

 

Por Francisco Díaz.

 

Fotografía de Arjona.