Ha sido la corrida de la feria pese a que los “Jandillitas” eran los animalitos acordes a lo que en el ruedo se presagiaba. Toreaba Morante, por tanto, no podía haber toros fieros pero sí como los que salieron que, algunos, sin apenas fuerzas como los de Morante que, dicho sea de paso, su primero olía a serrucho en sus pitones una cosa exagerada. Pretender que haya toros en una tarde como la citada es como pedirle peras al olmo.

Teníamos lo que había y con eso teníamos que conformarnos y, a su vez, pedir que saliera algún torero artista y, la suerte nos sonrió. Allí estaba Pablo Aguado. Una pena que lo que ha hecho este chico no haya tenido lugar frente a un toro bravo y encastado pero, repito, no había otra cosa y con semejante material, Pablo Aguado ha hecho el toreo. No se puede torear más bello como lo ha hecho Aguado; una sinfonía de principio a fin que, como se demostró, todos sus pases fueron jaleados por los aficionados que, sin duda, lloraban de emoción. Si llega haber un toro encastado, se tiran todos al ruedo para torear. ¿Cuánto tiempo hacía que no se jaleaban faenas en Sevilla? Siglos, diría el de la esquina.

¡Madre mía del amor hermoso! Diría el otro y, con razón. Si con el capote Aguado estuvo cumbre en todas sus intervenciones puesto que, vaya manera de mecer el capote; suavidad, ritmo, lentitud y gracia sevillana para parar mil barcos. Con la muleta, en sus dos actuaciones logró el éxtasis total de una plaza borracha de placer como hacía años que no sucedía. Lo de menor importancia fueron las cuatro orejas que, son las que le rentabilizaran la carrera para que, a este paso, a final de año, como haya un mínimo de justicia, Pablo se comprara una finca.

Y, lo que es mejor, sus faenas, rotundas, plenas de arte y torería, han durado lo que tiene que durar una obra de arte, cinco minutos que, como ha quedado de manifiesto, es tiempo más que suficiente para que la gente enloquezca. Fuera para siempre esos pegapases al estilo de El Juli que, además de moler a los toros con el trapo, encima nos castigan a los aficionados con media hora de destoreo. Gracias, artista. Ha quedado claro, un muerto de hambre se ha erigido el triunfador de la feria pero sin duda que nos quepa y, lo que es peor, ha borrado de la mente de los aficionados orejas pueblerinas y puertas del Príncipe sin entidad.

Morante una vez más estuvo voluntarioso. Tuvo pasajes bellos, nadie lo puede negar puesto que, estamos hablando de un artista consagrado que, para su suerte, le esperan siempre, aunque él no termine de llegar; pero esa es su virtud, saber que le esperan. Su primero era impresentable y en su segundo, con un poquito más de brío lo intentó pero el toro se le vino abajo como era natural y lógico. Menos mal que no estuvo tan pesado como los otros días.

Ese ciclón llamado Roca Rey, ha quedado con el culo al aire junto a Pablo Aguado. Es cierto que el peruano es un torrente de emociones pero, con la muleta muele a sus animalitos a derechazos y, lo que es peor, lo hace sin piedad. No es menos cierto que, si se premiara el trabajo en una plaza de toros, Roca Rey debería de cortar cuatro orejas todos los días….y rabo. Pero en este festejo aludido ha quedado claro que, una cosa es el valor frente a esos animalitos indefensos, las ganas, la voluntad y la decisión y, otra muy distinta hacer el toreo, lo que ha hecho Pablo Aguado que les ha ridiculizado a sus compañeros, llámese Morante o Roca Rey, nada importa. A Roca Rey le regalaron una oreja en su primer toro y nadie abrió la boca cuando mató a su segundo animalito.

Tras ver a Pablo Aguado en Sevilla puedo pronosticar, yo y el todo el mundo que, como le embista un toro en Madrid pone el toreo al revés pero, de la única forma que puede eso suceder, TOREANDO. Claro que, a partir de ahora tendrá que luchar en los despachos porque las figuras dirán, con ese ni a la esquina y, de tal modo puede empezar su calvario. Pero no es mala cosa que haya triunfado de forma tan rotunda en Sevilla que, como se sabe, es un presagio de lo que el chico puede hacer. Sus toros como los de sus compañeros, eran de pura broma, pero alabado sea el arte que nos ha llegado de las manos y sentidos de Pablo Aguado. En el peor de los casos hemos visto como un torero soñaba el toreo y, de repente, lo hizo realidad. Lo tiste de la cuestión es cuando salen toros como los que hemos visto y sus lidiadores los muelen a derechazos y es cuando llega el hastío permanente. Repito que, pese a todo, alabado sea Dios, hemos visto como se torea. En este caso, con ese ángel que acompaña a Pablo Aguado para que todos hayamos quedado con el corazón apretado, sí señor.

Pla Ventura