Hay festejos televisados que, cuando los vuelves a ver más te enamoran. Es el caso de la corrida que toreó Emilio de Justo en Dax en los primeros días de septiembre. Si en su momento me encantó, una vez vista de nuevo, se pueden hacer muchas lecturas. A saber.

Del análisis es del que sacamos conclusiones y, en esta ocasión no podía ser una excepción. Se enfrentaba Emilio de Justo a seis toros de Victorino Martín, puro Albaserrada; o sea, algo muy serio y con esa tremenda dosis de verdad que imprimen los toros del ganadero de Galapagar. Plaza llena por completo cuando, las figuras, juntas en triunvirato a modo, no son capaces de llenar ni una plaza de talanqueras.

Como decía, en su momento me pareció un espectáculo bellísimo, con una verdad incuestionable, con un argumento maravilloso puesto que, Emilio de Justo, con su torería le rendía culto a la verdad de la cual hizo un auténtico monumento en dicha plaza francesa. Y, sin embargo, respecto a la crítica, como dije en su día, no caló como debiera dicho festejo.

¿Qué ocurre? Eso, que vender la verdad en un mundo donde se ha instalado la mentira, el medio toro, los falsos profetas, incluso los bobos que no saben ver una auténtica corrida de toros, como explico, luchar contra tanto imponderable resulta calamitoso. Analizas y sigues sufriendo porque, desde los micrófonos de la televisión, hasta el maestro Emilio Muñoz dijo que a Emilio de Justo le faltó repertorio porque no hizo florituras en dicho festejo. Mire hacia atrás, maestro y, por favor, ¿cuántas exquisiteces hubiera hecho usted a los toros de Victorino Martín, esos que solo ha visto en televisión?

Está claro que, más de uno, en vez de Emilio de Justo querían ver a Morante haciendo florituras pero, pocos reparaban que en la arena había seis toros de verdad que solo admitían el toreo, lo que Emilio hizo con una gallardía a flor de piel. Tenemos que ser consecuentes y saber discernir porque una cosa es el burro domesticado para deleite y uso de las figuras y otra muy distinta la lidia de seis toros de Albaserrada con la de complicaciones que eso conlleva.

Es verdad que no salió alimaña alguna en dicha corrida pero, a su vez, tampoco ningún “Cobradiezmos” para que Emilio de Justo se rompiera por completo. Era una corrida muy seria de Victorino Martín a la que nadie puede hacer el menor reproche, y mucho menos al diestro que para mí estuvo a una altura insospechada. El solo hecho de que todo el mundo percibiera que, en cada muletazo el diestro se estaba jugando la vida, con ello nos basta y nos sobra para ponderar la labor de un tipo admirable y honrado. Emilio de Justo solo vendió su verdad, su gallarda forma de jugarse la vida, algo que, como digo, se palpaba en cada muletazo, lo demás, sobraba todo.

Sería conveniente que todos los aficionados vieran en frio una vez más la corrida citada. Todos los toros tuvieron su lidia, la que con gran acierto les dio el diestro extremeño. Pero no debemos de olvidar jamás que, ni un solo enemigo le permitió la menor lisonja puesto que, en cada muletazo, se revolvían en décimas de segundo buscando aquello que se habían dejado atrás.

No me importan las cuatro orejas que Emilio de Justo cortó, lo que en realidad me emocionó no fue otra cosa que esa sinceridad aplastante con la que el diestro exponía su vida en cada muletazo; he dicho que se jugaba la vida y, esa percepción es la que calaba ante los ojos del espectador, en la plaza o en la televisión, algo que vemos muy a la larga cuando no se lidian corridas encastadas.

Lo dicho, pongámonos la mano en el pecho y decidamos: ¿Qué queremos el animalito que ya sale muerto de los corrales a sabiendas de que las figuras les harán florituras o admirar a un diestro todo verdad lidiando una auténtica corrida de toros en la que se percibe, desde lejos, que un hombre se juega lo más importante que tiene, su vida? Decidamos lo que queramos, pero pensemos que la maltrecha fiesta solo puede ser salvada por su majestad el TORO.

Los toros de Victorino Martín tienen, como gran virtud, que el espectador o aficionado perciba de inmediato que un hombre se está jugando la vida y, tonterías las precisas. Por esa razón sigue triunfando dicho ganadero que, como se sabe, tiene su púbico y sus toreros. Y recordemos de una santa vez que, la fiesta, en el momento que se encuentra solo la pude salvar del cataclismo el toro bravo y auténtico. Ya se ha demostrado por miles de veces, la última en la pasada feria de San Miguel de Sevilla que, el toro de las figuras es pura basura andante para disfrute de los llamados artistas, pero que no tienen cojones para enfrentarse a un toro de verdad. Y si encima, como en Sevilla, salen dando bocaditos, la ruina está servida y, para colmo, si ser capaces de llenar la plaza maestrante en plena feria de San Miguel. Un caos.

Dicho lo cual, no quiero ver a Emilio de Justo con el toro de las figuras puesto que se desvirtuaría solito. Y quizás él lo pretenda o lo sueñe pero, un torero de su categoría, de su verdad, de su arrojo y valor no puede caer en las manos rufianes del toro moribundo y sin el menor atisbo de peligro. Y es verdad que, Emilio, como el mundo sabe, ha sido castigado este año en repetidas veces por los toros. Sí, por los TOROS, no por los animalitos indefensos de las figuras que no cogen ni hieren a nadie. Recordemos que, la misión de los toros es coger a los toreros y, tantísimos años atrás, ya lo decía Ignacio Sánchez Mejías, el que no quiera que le coja un toro que se meta a obispo. Claro que, las figuras actuales, por dicha razón, tienen más de obispos que de toreros.

Pla Ventura