Una fecha: nueve de septiembre de dos mil diecisiete. Otra fecha: veintidós de septiembre de mil novecientos noventa y dos. Una feria: Feria en Honor a Nuestra Señora del Lorenzo. ¿Dónde? En Valladolid, por supuesto. Veinticinco años después de que una fecha quedara, en la historia taurina de los vallisoletanos, señalada, con rotulador roja, en esa libreta mágica e inmemorial que es el recuerdo. Sí, Manolo Sánchez (Juan Manuel Sánchez Moro) tomó la alternativa. En esa misma ciudad, la de Zorrilla, nació por allá 1971.

A la edad de los cuarenta años, anunció su retirada. Parecía algo irrevocable, fruto de una decisión segura, reflexionada y aposentada. Pero ya lo dijo Belmonte: el toreo es una enfermedad que no tiene cura. Y no, Manolo Sánchez, el de Valladolid, no parece ser la excepción que dicha regla confirme. Seguramente, tenga la necesidad de volverse a vestir de luces, de sentir, de nuevo, el miedo en sus carnes, los nervios. Colocarse, una vez más, en la cara de ese animal, capricho de la creación, mitad verdad y mitad leyenda: el toro. Sentir como galopa rozando su cintura, y se cruje con sus muñecas. Cómo miles de voces se rompen con el fino, largo y puro trazo de la seda; cómo miles de corazones se constriñen.

En aquella fecha, se anunció, para doctorarse, con toros de Don Joaquín Núñez del Cuvillo, por aquel entonces aún de Joaquín. Compartió cartel, ejerciendo las veces de padrino, con el también vallisoletano Roberto Domínguez (torero culto, leído y bien hablado) y, de testigo, el que con nombre de gladiador de los tiempos de Roma se anunciara: Espartaco. Un doce de mayo de mil novecientos noventa y tres, escasos meses después, se presentó en Madrid, para aquello que llaman confirmar la alternativa. Ante los toros que Pedro Cid guarda en la finca del Monte de San Miguel, sito en la localidad de Aracena, de la olvidada provincia de Huelva; marcados a fuego con el hierro de González-Sánchez Dalp. ¿Quién toreaba aquella tarde? José María Dols Abellán y Fernando Cepeda, además de Manolo Sánchez, claro.

Para conmemorar tal fecha, el torero de clásico y elegante corte ha elegido a uno más veterano que él, para compartir cartel: aquel valenciano que por mil novecientos noventa tomara la alternativa. Ambos, en mano a mano, darán lidia y muerte a los toros (suponemos cuatreños) de los Pérez Tabernero jienenses, procedencia de Don Salvador Domecq, por absorción.

Es, para mí, tal vez el mayor atractivo de una Feria anodina e insulsa como la anunciada. Una feria para la que yo prescindiría de anunciarla como en Honor de Nuestra Señora del Lorenzo, para sustituir esto por la de los Matilla: empresarios, apoderados y ganaderos. La máxima independencia posible, las máximas garantías ofrecidas para el que paga. Ya ven. Para las demás tardes, lo de siempre: sota, caballo y rey. Los de siempre, con los mismos de siempre. Tal vez el puesto de Manolo Sánchez podría haberse ocupado por otro, pero para configurar otro cartel, mil veces visto en el resto de nuestra España, más vale que nos dejen disfrutar, aunque solo sea por un día, de su mano zurda, otra vez más.

 

Por Francisco Diaz