Por Francisco Díaz. Fotografía de Andrew Moore.

Un mal que siempre ha tenido la plaza de toros de Las Ventas ha sido su público ocasional en los fines de semana. Sin embargo, esta faceta se ha magnificado en los últimos años, dentro de la tónica de pérdida de afición y de sapiencia taurina. Se anunció en la duodécima de abono, un encierro de justa presentación, con dos animalillos impropios de Madrid (cuarto y quinto, este último fuertemente protestado), de muy mansa y desencastada condición, con la única excepción del buen segundo, desaprovechado por su lidiador. La terna, compuesta por Curro Díaz, Joselito Adame y Juan del Álamo, tampoco estuvo a la altura de lo que supone su inclusión en San Isidro. El hidrocálido, con un toreo mentiroso, ventajista y muy heterodoxo, recibió del público y presidencia un despojo que caerá, como tantos, en el olvido más profundo, como tantos en estos últimos años.

El primer toro fue el mejor presentado de la corrida. Un animal mansurrón desde salida, que en el caballo se limitó a dejarse pegar, fatalmente picado como toda la corrida. Fue una constante la despreocupación de los matadores por el primer tercio, colocándolos muy mal y cometiendo verdaderas carnicerías, por mala colocación de las puyas y correcciones. Durante el tercio de banderillas, el animal acusó, como en toda la lidia, una gran falta de fijeza. Tenía buen comienzo de la embestida, pero abandonaba las telas desparramando mucho la vista. La faena de Curro estuvo dividida en dos partes, con un punto de inflexión: la fea voltereta al ser arrastrado por los cuartos traseros del animal, y levantarse en la misma cara. La primera fase de la faena se caracterizó por su toreo más vulgar, de perfil y citando con el pico. Expulsando la embestida del animal. Tras la voltereta se colocó por el pitón izquierdo de frente, dejando un natural que sería lo mejor de la tarde. Estocada caída. Poca historia tuvo su segundo antagonista, un animal de embestida descompuesta, por defensivas. Los primeros tercios fueron complicados, con pésimas lidias, por su condición mansa. En la muleta se dedicó a pasar, con un Díaz muy poco ambicioso, aseado y con sus normales precauciones y falta de compromiso. Pinchazo delantero y muy caído, y golpe de descabello.

Otro animal para reventar Madrid, y van varios esta feria, fue el segundo de la tarde. De humilladas embestidas desde que salió, correspondió en suerte a Joselito Adame, que desaprovechó. En el caballo humilló y se dejo pegar, saliendo suelto de los dos encuentros. Permitió que Miguel Martín y Fernando Sánchez protagonizaran un magnífico segundo tercio, convirtiendo la plata en oro. El toro llegó a la muleta embistiendo con casta, motor y transmisión. Soberbia la profundidad y la repetición por el pitón derecho. Peor por el izquierdo, pues se quedaba más corto y salía con la cara más alta. Allí anduvo Joselito Adame que, tal como le recriminaron desde el tendido: la primera figura del toreo de México que no torea. Vulgar, trapacero y ventajista. Toreó desde su país, con una muleta más parecida a la carpa de un circo que a una muleta. Se le fue. Tras una estocada caída, el animal fue arrastrado por las mulas con las dos orejas entre la ovación del respetable y Adame despedido con división de opiniones, lo que debería haber sido una bronca.

Pese a todo lo vivido, lo que hizo sacar los colores a la afición tuvo lugar en el quinto toro. Una verdadera raspa, que enfureció a los malvados e interesados aficionados de siempre (nótese la ironía). Los primeros tercios fueron de un toro completamente manso, impidiendo el lucimiento de la cuadrilla, salvo en el primero, donde colocó un extraordinario puya Óscar Bernal, guardando la puerta, con todas las ventajas que supone para un manso empujar a favor de querencia. Adame inició su trasteo sin saber leer las condiciones del toro. Quiso plantear su labor en los medios, allá donde mueren los bravos. Sin embargo, el animalucho se fue solito a chiqueros para indicarle donde tenían que transcurrir las cosas. En esos terrenos, el hidrocálido se colocó en el cuello del toro, presentando el pico de forma que parecía que la muleta no tenía más y con la pierna tan retrasada que citaba con el culo. Con esa colocación, articulaba una templada noria, sin vaciar un solo muletazo. Los tendidos locos, bajonazo con derrame y oreja, ante la indignación de la afición, que no del público, pues este disfrutó como si hubiera visto a Curro Romero en tarde de gracia.

De Juan del Álamo poco puede decirse, le correspondió un lote manso como burras. De él solo diré, aparte de recriminar sus habituales artimañas ventajistas, vino a Madrid como quien ya lo ha logrado todo y no le importaría irse mañana mismo. Un despropósito.

Crónica fotográfica de Andrew Moore.