El año 2019, entre muchas otras predicciones, estaba destinado a ser de Emilio de Justo. Sin embargo, la consecución de lesiones y alguna que otra cornada han frustrado el reto y, seguramente, el éxito. Pese a todo, la temporada de este puro y clásico torero no puede pasar desapercibida. Sin haber sido un año rotundo, en cuanto triunfos, sí lo fue en planteamiento. No le volvió la cara a ninguna plaza, ni a ninguna ganadería. Planteó un San Isidro fuera del bombo, acartelándose con una ganadería comercialy dos duras, del gusto de Madrid: Jandilla, Victorino Martín y Baltasar Ibán. En Sevilla y Bilbao, se anunció con las del hierro del “cateto de Galapagar”. Y el punto álgido de la temporada tuvo lugar en Dax, con los seis toros de Victorino.

 

La temporada, en su totalidad, ha sido una verdadera demostración de la dimensión de este torero. Comenzó en Vistalegre, y allí, calamitosamente llegó la primera lesión. Perdió muchos compromisos, algunas especialmente suculentos: su debut en Olivenza y Fallas. Sin embargo, la primera gran actuación tuvo un marco incomparable: Sevilla. Ante el tercer gris, mantuvo una enorme firmeza y conocimiento no solo de la lidia sino también del encaste. ¡Qué importante es eso! El interesante juego de los victorinosdejó, no obstante, otro protagonista: Emilio de Justo.

 

Adentrados en el mes de mayo, llegó San Isidro, y con él, su gran apuesta. Madrid debía ser el trampolín definitivo para que este torero se reivindicara. Ocupara el puesto que, efectivamente, merece. No obstante, los designios del mundo del toro se le han puesto todos a la contra. Un toro le prendió en Cáceres, en aquella tarde ideada para la locura. Sin embargo, el paupérrimo juego de los toros, y el infortunio, estrelló todo destello de pasión arrebatada. Por ello, se perdió la tarde de Ibán. Pero la tarde fue la de Victorino, y ese gran toro llamado “Director”. No salió bien la de Jandilla, ya saben: el hombre propone, Dios dispone y el toro descompone. El balance fue positivo, al cierre de San Isidro. Sin embargo, aquello por lo que tan fuertemente se apostó, y por lo que tanto se trabajó, solamente quedó en la disposición y la idea. Tan fuerte apuesta, loca y descabellada, no merecía tanto infortunio. En Otoño, se estampó sin paliativos ante la mansada de Fuente Ymbro, y con un feo sobrero de Manuel Blázquez.

 

Más allá de la intrahistoriade cada cual, la temporada siguió su curso natural. Y con ello, sus dos citas más trascendentes, tanto por el devenir de las cosas como por su planteamiento: Bilbao y Dax, en ambas le acompañó Victorino. Especialmente, la tarde vizcaínase tornó en hito. El lugar, la seriedad de los astados, la incesante lluvia y la dureza de la tarde dieron un áurea especial a de Justo, más si cabe. Con una corrida media, sin toros de bandera ni especialmente complicados, aunque sí con cierto peligro sordo, de Justo mostró que quiere ser figura del toreo. Tanto quecasi pierde una oreja, del mismo modo que él se la arrancó a su primer antagonista. Raza y saber aunó y derrochó sobre la tierra negra de Vistalegre. Hombría.

 

Muy comprometida fue la tarde de Dax, en el mes de septiembre. Solo con seis toros de Victorino Martín. La cita merecía seriedad, y la tuvo: en la conformación zoológica de los seis astados, en el rostro del torero y en el elegante terno de luces. No obstante, el balance de la tarde dejó un sabor algo agridulce. El juego de los toros, pese a que el ganadero le pareció la corrida del siglo, condicionó la tarde. Templó al natural al toro de más clase y se mostró conocedor del encaste y de la lidia con el de mayor casta. Sin embargo, la tarde tuvo un extraño planteamiento, siempre de capital importancia en los desafíos con seis toros. Faenas excesivamente largas ante toros que poco o nada iban a dar. Poca variedad, y menos artificiosidad, con los engaños, aunque constante empeño en los más puros lances. Con todo, superó el examen holgadamente.

 

Cerró la temporada en Jaén, última Feria del panorama patrio, la de San Lucas. Cuentan quienes la presenciaron que quizá fuera su mejor faena, en lo artístico. A los pocos días, se hizo público que no solo había cerrado la temporada, sino que cerraba una etapa en el plano personal: “Luisito” salía de su equipo. En su lugar, entró Simón Casas. Veremos a ver.

 

Emilio de Justo no se puede considerar un torero de arte, sino de clase. Y de mucha. Debería ocupar otro puesto en el escalafón y en las Ferias. En esa lucha despiadada, cruel y soterrada, contra el sistema, ha elegido el camino de la verdad y la pureza. Hasta ahora relativamente independiente. A partir de ahora formará parte de ese sistema que lo abandonó y lo condenó al ostracismo. Salió de él por méritos propios y con una idea muy definida: el toro y la pureza. Cuando se le ha colocado en carteles de “figuras”, no solo no ha vuelto la cara, sino que se la ha partido. Sin embargo, no es menos cierto que la comodidad de la empresa, ahora mismo, más importante cualitativamente le dé muchos contratos y le permita corromperse. Dijo Belmonte, en su día, que se torea como se es. Por tanto, no se puede dudar que Emilio, siendo puro, sincero y honrado en su toreo, también lo será en los despachos.

 

Aprovecho para felicitar la Navidad a todos los pacientes lectores.

 

Por Francisco Díaz.