Por Beatriz Blazquez

 

Vuelvo a mi Caprichosa, emocionada, como quien estrena zapatos, tres ferias sin pisarla, pues me había negado a hacerlo durante las noches estivales de terraceo y musicorro hasta altas horas de la noche.Vuelvo a  mi Caprichosa y me marcho cargada de decepción.

Nada tuvo que ver la empresa, ella realizó su trabajo, confeccionó un cartel más que atractivo con una política de precios que quizá no se entendió, menos de media plaza durante la primera mitad del festejo y después, como por arte de magia, se convierte en casi tres cuartos, debió de ser cosa de brujería, porque si no, no entiendo la actuación del palco presidencial, del ganadero y de uno de los componentes de la terna con su cuadrilla.

No se trata de ser purista, se trata de respetar algo que, quizá no todos puedan ni quieran entender, como es la tauromaquia, convertir algo tan serio en un espectáculo circense no deja de ser novivo para ella.

La moda de pedir indultos a toros que no presentan excepcionales cualidades para ser elegidos como sementales en las ganaderías, no es otra cosa que equivocar al aficionado. Señores, el indulto no es un premio al torero, es el mayor premio para el toro, para sus condiciones y por lo que merece ser preservado para padrear. Un toro de indulto cumple con el capote, cumple en varas, en banderillas y con la muleta, cumple con todos los tercios de la lida, algo que también parece que se nos olvida y que cada vez pasamos más por alto.

Si añadimos a esto la dramatización de algunos toreros en la arena negándose a matar toros que saben perfectamente que no son merecedores de indulto y que solo satisface su ego personal, ascender en el escalafón y ser Trendic Topic en las redes sociales de turno, a esto le quedan dos días y ya ha pasado el primero.

La actuación del diestro Paco Ureña en Talavera, unida a la de José Miguel Arroyo Joselito, siendo cómplice el señor presidente, que fue el mismo que consintió en la feria de mayo, en aquél esperpento de conato de corrida de toros Al-Andalus un afeitado escandaloso de pitones, me llenaron de indignación y tristeza.

La última parte de la faena del diestro al sexto toro, fue propio de un espectáculo de contorsionistas más que de toreros, pero eso ya entra en el gusto de cada uno, a excepción de unos grandiosos naturales de rodillas, el resto fue un cúmulo de presentación desmesurada de muslos, gestos teatralizados mostrando sus grandes dotes elásticas, como digo eso forma parte del gusto de cada uno, pero no es el mío.

Lo mejor, o lo peor, estaba por llegar, cuatro aficionados comienzan a gritar que no lo mate, el resto protesta, y Ureña en el ruedo empieza con su baile, lo mato o no, lo mato o no, hasta 13 veces se perfila para entrar a matar, suena un aviso y Joselito se encarama en la presidencia solicitando el indulto, a lo que el presidente accede sacado el pañuelo azul, ¡con un par!, después rectifica y saca el naranja de rigor, INDULTO EN PLAZA DE TERCERA. Lanzamiento masivo de almohadillas, no como celebración del indulto, que es lo que Ureña debió de pensar, si no como protesta al insulto que se estaba produciendo, en primer lugar a su profesión y en segundo lugar al aficionado. Gritos de “así no”, “así no se defiende la fiesta” le resbalan en su triunfal vuelta al ruedo.

Una vuelta de los toros a La Caprichosa embarrada por los intereses personales de algunos, y un sexto toro de vuelta a la Dehesa que no sabremos para lo que va a servir.

Espero, por el bien de todos, que se apliquen las saciones pertinentes por el incumplimiento del Reglamento Taurino, y que seamos más rigurosos. Los aficionados pueden pedir, pero hay un matador y un ganadero que saben lo que tienen entre manos, que esto no se vaya al garete depende en buena medida de ellos, participar en estos actos esperpénticos, avergonzantes hace que se pierda rigor y seriedad a siglos de historia y cultura.