Por Luis Cordón. Fotografía de Andrew Moore

Por fin un torero de verdad en Madrid. Un torero que se coloca en el sitio, que ofrece la muleta planita y sin escatimar en verdad. Un torero que carga la suerte y tira de los toros trazando un semicírculo valiéndose de su mando sobre el toro. Un torero, a fin de cuentas, con voluntad para hacer el toreo, y que llega a conseguir ese milagro. Don Paco Ureña, otra vez. No habrá sido la tarde en la que más rotundidad haya conseguido en su toreo, pero la verdad que atesora dentro de sí, sí que ha quedado patente en esta tarde. Bien de verdad ha llegado a torear al segundo de la tarde, un toro tan flojito y falto de chispa como noble y aprovechable para dejarle algunos buenos muletazos. Ureña pegó una buena tanda de naturales en los prolegómenos de la faena, aunque las sucesivas, siempre con las mismas intenciones de hacer de toreo, no terminaron de romper. Cambió a la derecha y de nuevo consiguió algunos redondos templados y mandones, pero ya para entonces quedaba poco toro, y los sucesivos naturales que dejó para la posterioridad fueron atropellados y sin llegar al personal. Los pinchazos le privaron de una oreja ganada a ley. Peor toro con diferencia fue el quinto, el cual se movió, pero con muy feo estilo, echando mucho la cara arriba y pegando tornillazos. Esa condición de tal ejemplar no amedrentó en absoluto a Paco Ureña, quien se fajó con él en una faena en la que poco a poco fue metiendo al toro en la muleta, pero los muletazos no resultaron ser del todo limpios ni fluidos. Faena más de buena intención y actitud que de toreo, aunque ante tal prenda lo milagroso hubiera sido que el toreo hubiera llegado a existir de forma continua. Esta vez sí, Ureña se tiró de verdad a matar, hasta el extremo que salió prendido y cobró una voltereta, a cambio eso sí de una estocada hasta los gavilanes que resultó medio palmo desprendida. La oreja cayó esta vez, quizás premiando más el conjunto de la tarde que la faena en sí.

El toreo y la verdad lo puso Ureña, y el pegapasismo excelso y chabacano, como bien se pudo prever el mismo día que se conocieron los carteles de la Feria, el señor Fandila, Fandi para los amigos y conocidos, y el señor Alberto López Simón. Lo del Fandi por Madrid ya es mero trámite, para él y para los que pegan el trasero en el duro granito del tendido.
Unas pocas fotos con los fans llegando a la plaza, conato de cucamonas con el capote, su singular y nada ortodoxo espectáculo en el segundo tercio, lo que buenamente se pueda con la muleta y la espada, y para el hotel, no sin antes pasarse a recoger el correspondiente sobrecito, que son sobrecito no hay Madrid ni soñando. Duchita, cenita rápida y al coche, que al día siguiente espera la feria de Horcajuelo de Arriba. Sin más que eso.

Para López Simón esto será otra cosa diferente a un mero trámite. Igual, su mayor motivación en esto de ser matador de toros, a fecha de hoy, será la de conseguir alguna oreja en Madrid, o en cualquier otra parte, habiendo pegado al menos una serie de muletazos como Dios manda. Tarea harto complicada, porque para eso primero habrá que saber torear. No digo pegar pases, que a lo mejor pueda parecer ser lo mismo. Lo de pegar pases, pues el chico sabe hacerlo muy divinamente, es indiscutible. Pero lo de torear, en el sentido estricto de la palabra, le viene holgado al amiguete.
Esto, suponiendo que esa sea su motivación a día de la fecha, porque viendo la actitud y las maneras que ha dejado esparcidos por el ruedo de Las Ventas en esta tarde, cuesta hasta creer que haya por ahí algo, aunque sea un poquito, una pizca solamente, de motivación por ser alguien.

La corrida del Puerto de San Lorenzo, más que menos se movió, aunque no es que sacara casta y picante, ni digamos bravura. Seis mansazos que huyeron de los picadores, hubo especialmente un toro que sirvió, el tercero, y otro, el segundo, que propició algunas arrancadas bonacibles pero faltas de picante y más chispa. El primero estaba inválido y El Fandi, gracias a los cielos, no se eternizó demasiado con él, como tampoco lo hizo con el cuarto, al que sin mucho ánimo le abanicó las moscas por ambos pitones y se lo quitó del medio sin mayor demora.
López Simón a lo suyo, dejándose ir a un toro de bandera, el tercero, con ese estilo tan particular y tan amodernado de cite al hilo, feo latigazo hacia fuera embarcando con el pico, y vuelta a citar fortísimo de cacho mientras se da el pasito atrás y se esconde la pierna de salida exageradamente. Exactamente el mismo trasteo le realizó al toro que cerraba festejo, con un pitó derecho potable, y con el que estuvo ahí delante mucho rato sin sacar en claro nada más que su vulgaridad y su estilo tan chabacano. Quien no da para más, no da y ya está, por mucho que se empeñen en hacernos creer que aquí hay un torero de culto, y tal.

Los pares de banderillas de Vicente Osuna y, sobre todo, de Jesús Arruga, le dieron a la tarde otro toque de torería cara. No serán espectaculares, ni las pondrán mientras corren hacia atrás, ni hacen eso del violín ni nada, pero ponen el par en la cara y se asoman al balcón, que vale mil veces más que cualquier cosa de aquellas que hacen otros y tienen mucha más verdad.