Algo maravilloso y diferente he descubierto en mi búsqueda de ganaderías aisladas del campo bravo. Por tradición, devoción y afición la familia “Terrones” mantiene en su finca de Salamanca uno de los reductos  únicos de la cabaña brava, el encaste Clairac. Un encaste marginado por el sistema, los toreros y los empresarios empeñados en destruir una joya genética de valor incalculable.

Desde 1849 que la bisabuela de la actual propietaria se han podido disfrutar el aroma a campo bravo en sus cercados, primero con el encaste contreras, hasta 1994 cuando los tios de la Doña Paloma Sánchez-Rico de Terrones fallecieron. Fue en 1996 donde esta ganadera emprendió su aventura comprando un encaste diferente, fue de los común y único, apostando firmemente por la rama de parlade puro, de donde procede el encaste Clairac.

Una aventura que empezó bien, sus toros se lidiaban en distintas ferias, en diferentes festejos, y los veedores visitaban su casa con asiduidad. Poco a poco, el camino se ha empezado a poner con una gran pendiente, el ostracismo al que ha sido sometido la ganadería y el encaste es injustificado, generando un daño irreparable en lo más profundo de la cabaña brava y poniendo en peligro de extinción una de las casas con más solera del campo charro.

La fidelidad por el toro bravo sobrepasa todo lo inimaginable, auténtica devoción por la bravura, por sus toros, por encaste, y por su tradición. En ocasiones esa afición genera expectación de futuro, creando un dolor intenso cuando el mañana se pronuncia dubitativo. Ni el ostracismo, ni la falta de interés por parte de las empresas hacen que esta familia ceje en sus empeño, mostrar al mundo taurino su producto final, sus “gameros”, sus toros bravos.

Con una estricta selección, siempre con la referencia de la suerte de varas como termómetro de bravura, la familia se desquita matando su afición en los tentaderos. Injusto es el mundo en el que vivimos, donde las oportunidades son pocos, y para los mismos de siempre. Sin rencores, pero la verdadera bravura reside en muchas ganaderías que nunca tienen oportunidad de demostrar su simiente.

Prejuzgar al encaste sin conocer la casa, no exime a nadie del perdón. Una vida plagada de recuerdos, de vivencias, arrinconada por el desconocimiento. Pero con todo, tanto la ganadera como su hijo Andrés siguen luchando por volver al circuito, con un anhelo romántico de mantener algo propio, único e inimitable. Con un talente bohemio, rezumando cultura taurina, ilusionados en una tradición que llevan orgullos por bandera, dicen que la esperanza es lo último que se pierde, aunque en ocasiones su intención sea tirar la toalla ante la falta de ofertas, pero el orgullo más gallardo y sincero que puede tener un  ser humano no es otro que el amor. Un amor por lo que ellos más quieren, que son sus animales.

En ocasiones, los sacrificios son inmensos por mantener una ganadería, pero complacientes nunca rehúsan los envites de la vida. Con 83 madres y 3 sementales el pequeño paraíso del encaste Clairac sigue buscando el sueño de una tarde de luces. Una camada de 22 utreros para 2020 y unos cuantos erales más como prueba sólida que esta ganadería sigue en su intención de demostrar su valía en alguna feria que quiera darles la oportunidad.

Por Juanje Herrero

Fotografía Veragua