Por Francisco Díaz Sánchez. Fotografía de Javier Arroyo.

Debo decir por adelantado que esto no va a ser una crónica al uso, de las que acostumbro a hacer, al menos a intentarlo. Con ocasión de la misma, quiero invitar a todo lector a una reflexión de hacia donde caminos. Tengo que alertar también, de antemano, que soy una persona mayormente pesimista. La cuarta corrida de abono, no solo por el comportamiento ganadero, ha sido un verdadero bochorno por la actitud del tendido, por el criterio y el desconocimiento del palco, por la ineptitud de los toreros y por la humillante condición de los toros. De estos últimos, dígase en su descargo que, por fin, ha habido una corrida a la altura de lo que Pamplona reclama y merece, por su historia, al menos.

 

El encierro ganadero, a excepción del muletero quinto, ha sido una verdadera pasarela. Sí, una pasarela, pero no de moda. Han ido desfilando uno tras otro, animales de bella estampa, pero manifiesta invalidez, de mansa y descastada condición y nobleza ovejuna, tonta. La fortaleza del tercero era tal, que lindaba con la tetraplejia. Sin embargo, las protestas fueron apenas inexistentes, y el palco prefirió ignorar tan indigna condición para sostener en el ruedo un toro que, en vez de dar miedo, daba lástima. Para más inri, este animal tenía la vista totalmente cruzada, lo cual conduce a plantearse para qué sirven tantos reconocimientos ganaderos. Los cinco toros mansearon desde que salieron, buscando el cobijo de chiqueros, el lugar por donde acababan de salir. En el momento que llegaban a la jurisdicción del matador, que se limitaba a vaciar los capotes por arriba para evitar su derrumbe, se defendían apoyándose sobre las manos y derrumbándose cuál castillo de naipes. Pese a todo, quedaba la esperanza que los animalillos sacaran ese fondo de casta que tanto ha caracterizado a esta vacada, pero no… Apagados, rajados y defendiéndose a saltos y cabezazos. Todo ello condujo a que unos señores se pasearan a caballo durante el primer tercio. El quinto fue el único que no acusó semejante falta de fuerzas, manso como todos y sin notar el hierro del piquero en su interior. Sin embargo, sacó algo de casta en la muleta, embistiendo con profundidad y codicia, sobre todo por el derecho. Por el pitón zurdo tendía a derrotar, defecto que agravó por la impericia torera.

 

Los tres toreros que hoy se anunciaban se caracterizan por llevar la faena construida desde el hotel. Castella anduvo apático y “pegapasista”, tomándose todas y cada una de las ventajas que el manual del toreo pos-moderno contiene. Muy destemplado en el primero, tomándolo muy en corto y aturullado. No supo leer que la endeble condición exigía un respiro entre trapazo y trapazo, torear sin toro entre cada serie… En su segundo, tras aburrir al personal con mil mantazos (recibió un aviso aún toreando) cortó una inexplicable oreja. Más de lo mismo Perera, sin ajuste en toda la tarde. En su primero enredó sobre manera con un animal que solo merecía ser arrastrado por las mulas cuanto antes. El quinto de la tarde fue el único que se salvó de la quema, pese a su condición tarda, una vez arrancado en el galope repetía con transmisión. Perera acertadamente no retiró en ningún momento el engaño y citando en cada lance, todo ello en un conjunto en el que no se cargó la suerte, encorvado, con la muleta atravesada y sin ajustarse con el toro. Con la izquierda, mal. Peor con la espada. Y, por último, se anunciaba Alberto López Simón. Cortó una oreja tras un porrazo y un arrimón, aunque lo malo no acaba ahí, ¡sino que se pidió la segunda!

 

En el palco debería haber una profunda reflexión. Es inadmisible que se ocupe tarde tras tarde por personas distintas, destruyéndose cualquier tipo de uniformidad de criterios. Además, tienen el honor de presidir una corrida de toros señoras y señores, cuyo único mérito es pertenecer a un partido político. Seguramente, solo pisen una plaza de toros ese día. En la tarde de ayer, además de mantener inválidos en el ruedo, a la señora presidenta solo le faltó sacar el pañuelo naranja en el último toro. Sacó dos pañuelos blancos en una atronadora petición generando una horrible confusión en la plaza. Si fuera más de una tarde a los toros, sabría que en Pamplona permanece el pañuelo en el balconcillo tras la concesión, pero bueno…

 

Y del público… que vamos a decir de una plaza cuya mitad está borracha y de espaldas a lo que transcurre en el ruedo…

 

En definitiva, lo de ayer, no solo por haber salido así, sino por no ser algo excepción, debe conducir a una inexcusable reflexión, un replanteamiento. La Casa de la Misericordia, la MECA, tiene la oportunidad excepcional para demostrar que es cierto que a Pamplona solo regresa quien por méritos se lo gana.