Tercer día de las figuras, menor dosis de triunfalismo. Sin embargo, se ha puesto de manifiesto una nueva lacra: los privilegios de la aristocracia taurina. Tras la exigencia (inexistente) de estos días atrás, escaso premio se ha antojado la mera vuelta al ruedo de Don Antonio Ferrera que, en un contexto normal, hubiera sido el resultado normal, tras pinchazo hondo y dos descabellos. Mayor significancia toma el agravio comparativo si se compara con la labor artística de Talavante que, de viajar certera la espada, hubiera salido en volandas. Remataba la tarde Ginés Marín que sustituía a Andrés Roca Rey, convaleciente por una cornada sufrida en este mismo ruedo, tras proclamarse como triunfador numérico del ciclo. Para la ocasión, se contaba con una desigual corrida de Don Joaquín Núñez del Cuvillo, cuyas notas predominantes fueron la movilidad por encima de la casta y, eso que tanto se busca en su selección, clase. Destacando un gran cuarto.

Abrió la tarde un vasto, grandón, insulso, descastado y de acaballadas hechuras, sobre todo por su alzada, toro. Viajó con la cara a su altura en las telas del extremeño de adopción. Sin embargo, el conocimiento o técnica del ibicenco se impuso, logrando templados muletazos por el pitón izquierdo, donde el toro tenía un mayor recorrido. Las claves de la faena fueron el no agobiar con las distancias al toro (que tome nota el llamado a liderar el toreo), el temple y las alturas. Magisterio. No obstante, el cante grande vino en el encastado cuarto: el único de pelo castaño. Le costó desplazarse en los capotes, efecto directo de la casta que por sus sangres corría. Fue el morlaco que más y mejor cumplió con los del castoreño. Además, propició un tercio de avivadoras mucho más lucido que en su primero, donde el saltito al clavar en la cara sigue siendo el defecto de Ferrera más achacable. Sin embargo, lo que más llamaba la atención era contemplar el poderoso, encastado y obstinado galope del toro: con el mismo empuje para las afueras que para los adentros. En la muleta embistió con transmisión, humillación y emoción: casta brava. Don Antonio, sin dudarlo, se plantó en el centro del anillo, para iniciar su trasteo con la mano de los billetes. Muletazos de trazo largo y enroscado, profundo, cruzándose a pitón contrario, embarcando delantero y arrastrando por el suelo los nudillos. Roto en cada muletazo. Idénticas condiciones tomaron los muletazos por el derecho. Destacado fue el cierre de la faena, al natural con la derecha. Pinchó y necesito de dos golpes de verduguillo, resultando feamente volteado en el primer fallo. También merece mencionarse, la forma de sacar los toros del caballo, toreramente, con sabor de vino añejo. El público, que estaba más pendiente del bocadillo de chistorra, fue incapaz de paladear semejante obra: a los toros se viene “comío”.

Tuvo un lote manejable Alejandro Talavante, del que hubo que destacarse la clase por el pitón izquierdo de su primero. Por el derecho resultó más rebrincado y defendiéndose derrotando al final de cada pasaje. En el picador pasó desapercibido, sin recibir castigo alguno. La faena del bellotero resultó despejada y ventajista, siendo sus máximas el pico y el trazo lineal. La estocada defectuosa, soltando la muleta en la cara, con efecto fulminante, sirvió para cortar una oreja pueblerina. Movilidad tuvo el segundo de su lote, con embestidas a oleadas y carentes de ritmo. El mayor mérito de la faena del pacense fue imprimir el ritmo y temple que las acometidas carecían. Algún pasaje más enroscado y puro, pero lejos del Talavante que hemos llegado a disfrutar.

Ginés Marín pechó con el lote más complicado de la tarde, deslucido y con poca raza. El primero tuvo la característica principal de defenderse soltando la cara. Poco pudo hacer. En su segundo, fue un mulo sin transmisión por la ausencia de casta, sin humillar en ningún momento. Ambos coincidieron en el insultante tercio de varas que protagonizaron. Es de ley destacar la disposición, arrojo y entrega de Ginés en sus dos “antagonista”, dejando claro su concepto puro, templado y largo del toreo, clásico. Destacando en el toreo al natural, como anteayer quedó acreditado: naturales sueltos y cambios de mano profundos y de bella factura. Pasaportó a tercero y sexto de limpias estocadas.

Plaza de Toros de la Misericordia de Pamplona, toros de Don Joaquín Núñez del Cuvillo, para: Antonio Ferrera: silencio y vuelta al ruedo; Alejandro Talavante: oreja y silencio; Ginés Marín: silencio y silencio. Entrada: Lleno.

 

Por Francisco Diaz