Por Francisco Díaz. Fotografía de Arjona.

Esta crónica no puede comenzar de otra manera que denunciando el reprobable y vergonzoso afeitado de los seis toros lidiados en el día de ayer en el Coso de Cuatro Caminos. Ahí están las imágenes. Una vez constatada la nula integridad de los toros, es consecuencia natural y lógica constatar la ausencia del toro y, por ende, el carente valor de todo lo acontecido sobre la oscura y marrón arena santanderina. Siempre lo diré, y jamás me cansaré de reiterarlo: sin toro no hay nada.

 

Abrió el cartel el extremeño Miguel Ángel Perera, para dar lidia y muerte al remedio de Fernando Sampedro, antes Hermanos Sampedro. El animal fue un torito alegre y pronto, pero de poca casta y poder. Lo recibió el pacense con delantales de mano baja, más en el papel de acompañante que de denominador, para intentar imponerse a la huidizas embestidas del toro. El tercio de varas, como cuatro más de esta tarde, pasará a la historia por su enorme desprecio al mismo. Lo mejor de la lidia y muerte del toro que rompía la tarde fue el tercio de banderillas que Curro Javier, con el capote, y Javier Ambel y Guillermo Barbero, con los palos, protagonizaron. Ya durante el transcurso de este, el toro comenzó a rebrincarse y acortar el recorrido, sobre todo por el pitón derecho. Perera inició la faena en el centro del ruedo, con el repetido hasta la extenuación pase del péndulo. A partir de ahí el toro fue defendiéndose a medida que el extremeño alargaba la faena innecesariamente. Tras cerca de un millar de pasajes (nótese la hipérbole), se metió entre los pitones. Estocada exageradamente trasera, y oreja incomprensible.

 

El segundo de la tarde fue el de mayor interés de toda la tarde, pues mostró un fondo mayor de casta y mayor poder, el primero del hierro titular: Miranda y Moreno. Sin embargo, los doce años de alternativa de Cayetano Rivera Ordóñez no han sido suficientes para desarrollar el suficiente oficio. Tuvo más voluntad que capacidad. Esto quedó evidenciado ya desde el recibo capotero, en el que no se impuso en un solo momento. Empujó con fuerza en el caballo, humillado y apretando con los riñones. ¿El puyazo? Trasero, como es habitual. En la brega, anduvo bien con el capote Joselito Rus y solvente el resto de la cuadrilla. Tal como ya se ha apuntado, Cayetano estuvo desbordado con el ejemplar, exigente sin ser nada del otro mundo. La falta de costumbre… El toro exigía mando e imposición, que la embestida fuera llevada hasta el final. El madrileño se limitó a intentar acompañar la embestida, con gestos hacia el público, que respondía con unos muy femeninos «oles». En su descargo deberá decirse, que siempre ofreció el medio pecho y nunca quiso dar por perdida la pelea. También debe destacarse el poderoso inicio por abajo de la faena. Dos pinchazos y estocada contraria. Y a otra cosa.

 

El tercero de la tarde fue el que más sufrió al barbero, otro remiendo de Sampedro. Un toro, seguramente, del agrado de los que insultan desde el micrófono. Salió muy frenado, pero cuando se le echaba el vuelo del capote al mismo hocico, el toro iba hasta el final con gran profundidad, lo cual se iría agravando. Salió un hombre montado a caballo, a trotar por el ruedo. El segundo tercio tuvo el valor e interés de Sergio Aguilar, quien colocó los pares con gran pureza y exposición. La faena estuvo mal planteada por Álvaro Lorenzo, se empeñó en la larga distancia, cuando quedó acreditado, suficientemente, que requería ser citado de muy cerca. Una vez el toro se arrancaba, cumplía con lo que se esperaba de él, por lo menos por quien cría y compra este ganado. Por tanto, la virtud de la familia hubiera sido evitar que se detuviera, así: llevar muy provocada la embestida y con la muleta colocada. Sin embargo, planteó la faena en la larga distancia y se empeñó en quitar la muleta de la cara. Al final, dada la empalagosa nobleza del toro, se metió entre los pitones. Con el que cerraba la plaza no hizo nada más que alargar en exceso ante el manso y descastado castaño. Pinchazo y estocada y aviso.

 

El cuarto de la tarde fue el más fuerte de cuerpo de la corrida, que no de pitones, sospechosamente astigordo, como toda la tarde. En el recibo capotero, el animal se movió sin más, no humilló ni embistió con raza o bravura. Sin embargo, protagonizó el tercio de varas más emocionante de la tarde. Cogió Francisco Doblado muy trasero y no quiso apretar con la puya. El toro embistió con un solo pitón, el izquierdo. Pese a todo, levantó al caballo y, cuando estuvo a punto del derribo, la buena monta del picador hizo que no tuviera lugar. Justamente, se despidió al caballista entre la ovación del público, más por la demostración de sapiencia ecuestre que por ortodoxia con el palo. No fue el mejor tercio de banderillas de Curro Javier, pero sí de Ambel con el capote. Tras mil pases sin entrega y raza del toro, con la cara a media altura, Perera cortó una oreja, pese a la pésima colocación de la espada.

 

Manso fue el quinto de la tarde, muy dulce y suave, con poco poder y menos casta. Se picó en el caballo que guardaba la puerta. Con el capote, en la brega, brilló Iván García, como es habitual en él. Este toro, de mucha humillación, no planteó grandes dificultades al madrileño, que no tuvo su tarde. Requería mando para conducir su embestida hasta el final y acariciar. Pese a todo, se pidió la oreja.