Por Francisco Díaz. Fotografía de Arjona.

La tarde de ayer tuvo un nombre propio, el nombre de quien después de once meses prostrado en la cama, no ha perdido la afición y la ilusión, de quien cada mañana se ha levantado con el deseo de volver a ponerse en la cara de un toro: David de Miranda. En el ambiente de la plaza, se respiraba esa sensación de sus paisanos: venían por él. Ello quedó acreditado, cuando rompió una atronadora ovación al acabar el paseíllo. Morante y Manzanares se sumaron al gesto del público onubense admirando el fenómeno desde la boca del burladero. En el apartado ganadero se lidiaron seis toros de Juan Pedro Domecq, ayunos de trapío, fuerza y casta. Nos metimos sin saberlo en una novillada sin caballos, o como lo llaman ahora: una clase práctica.

 

Abrió la tarde un toro gordo, con muy poca seriedad. Morante de la Puebla, con una actitud muy distinta a la que tuvo en Santander, recibió al animalillo por bellas y airosas verónicas, para rematar con una media de preciosa ejecución. Volvió al palo de Costillares en el quite. En banderillas, el animal buscaba la protección de las tablas, a su poca fuerza se había sumado su inexistente casta. Un par de tandas de prueba y pinchazos saliéndose de la suerte.

 

Un novillo feo, se mire por donde se mire, fue el segundo de la tarde, primero de José María Manzanares. El animalillo se arrastró como pudo por el capote del alicantino, que acertadamente lo sacó hacia los medios haciéndolo todo a su favor. Paco María montó a caballo por el ruedo, no sé para qué. Buen tercio de banderillas de Suso. La fiera, con una acusada tetraplejia, se derrumbó cuál castillo de naipes en dos ocasiones al comienzo de la faena. Esa pobre basura no fue ni capaz de sobreponerse. Estocada contraria y a otra cosa, mariposa.

 

La tarde tomó algo de vuelo, con un público triunfalista donde los haya, en el tercero de la tarde. Un animal anovillado de cara y sospecho de pitones, como toda la tarde. Tuvo algo más de poder que los dos anteriores, sin tener la correspondiente a un toro bravo. David de Miranda toreó con el capote a la espalda en dos ocasiones, por gaoneras y saltilleras, en el recibo y en el quite. ¡Qué valor! Los dos primeros tercios del animal fueron un insulto para la tauromaquia, para no desentonar del conjunto vespertino. La faena de muleta se dividió en dos partes. Una primera estuvo coronada por el buen hacer del diestro, con pasajes templados y enfrontilados del onubense. Pases de pecho a la hombrera contraria. Sin embargo, la lastimosa condición del toro hizo que se apagara, al sentirse podido. Entonces llegó el arrimón. Estoconazo y dos orejas de una tierra que quiera a un torero.

 

El cante grande de la tarde, y de la Feria, llegó en el cuarto toro: un animal cómodo de presencia, de nobleza empalagosa, poder y casta borreguil. Saludó Morante con verónicas que deberían de servir para enseñar a los más jóvenes cómo debe torearse. Llevó el cigarrero al toro al caballo con un gracioso galleo por chicuelinas de mano alta. Puyazo trasero y breve, con buena monta de Cruz. Otra oda a la verónica. Cuando la cuadrilla se disponía a poner los palos, los pidió el matador. Con un gran y suave lidia de capotero, siempre con el vuelo, puso dos pares fáciles y aliviados Morante, con susto incluido, ante la imposibilidad de saltar la barrera. El tercero, el mejor, por ajustado y puro. Empezó la faena de muleta con el cartucho de pescado, para torear por alto. Con esa gracia que lo caracteriza, se sacó al toro a los medios para torear con temple y mimo. El animalillo, mejor siempre por el derecho. El muleteo estuvo cargado de genialidad y detalles toreros. Cerró con naturales a pies juntos, de uno en uno. Dejó uno que aún dura. Se pasó de faena y se puso complicado para matar. Estocada casi entera de efecto fulminante. Dos orejas. Apoteosis. Un pero: que no hubiera un toro delante.

 

El quinto fue el que mejor embistió en el capote. Manzanares lo dejó crudo en el caballo. El presidente no debería haber cambiado el tercio. En la muleta embistió con prontitud, alegría y repetición. Tenía el defecto de derrotar, sin duda consecuencia del superficial, por no decir inexistente, castigo. Manzanares a los suyo: lineal y despejado. Con una inadecuada brusquedad en los cites, para desplazar a un más al toro. Cuando el burel arrollaba las telas, se violentaba más si cabe. Estocada que hizo guardia a la suerte de recibir y estocada al volapié, a un toro que se rajó y el alicantino fue incapaz de torear donde el coleta quisiera. Ovación.

 

Cerró la tarde otro toro feo, sin raza ni fuerza. Todo se hizo a su favor. No hubo nada más que embestidas defensivas. Miranda lo intentó, poniéndose excesivamente pesado. Mató de estocada tendida y necesitó de un golpe de verduguillo.