La corrida de Núñez del Cuvillo alcanzó el cénit de la incompetencia ganadera por mucho que los diestros quieran gozar con estos animalitos que, parecen todo, menos un toro bravo. Ayer, por el amor de Dios, es que eran hasta chicos, con apenas trapío; la definición correcta sería burros con cuernos. Eso sí, santidad la tenían para dar y tomar. Como siempre dije y afirmé y nadie me lo negará, con semejantes toros no hacen falta enfermerías porque es tanta su bondad que, serían incapaces de hacerle daño al “compañero” que tienen enfrente.

Lidiar lo que antes se decía, hermanitas de la caridad, es algo subyugante para los diestros pero, totalmente insulso y aburrido para los aficionados que, sabedores de lo que es un toro de lidia, al ver a semejantes animalitos uno siente pena en vez de emoción. ¿Qué queda de la corrida de ayer? Si acaso, la foto de la salida en hombros de un tal Cayetano, algo que no le sucederá nunca más en la vida y, poco más.

¿Esa es la fiesta que queremos, la de ayer? Pues ahí la tienen. Luego que no se queje nadie, de los taurinos me refiero, si no va la gente a los toros. Pamplona es la excepción que confirma toda regla pero, esa corrida lidiada ayer en el coso pamplonica, expuesta en otra plaza muy distinta, Bilbao por ejemplo, es para que no vaya nadie más a los toros. ¿Para qué? Para ver burros con cuernos; la verdad es que eso no le apetece a nadie.

Recordemos que antes los toreros tenían dignidad y, en ocasiones, se les entregaba una oreja que ellos sabían que no habían merecido y, automáticamente la devolvían porque eran sabedores que dicho premio era un exceso de triunfalismo sin más argumentos que el gentío enfervorizado pero, repito, el diestro sabía que ese trofeo no le correspondía. Ahora no, porque todo ha cambiado. Es cierto que, todas las orejas que se dieron ayer eran de puro regalo. Vimos dar cientos, miles de pases si se me apura, pero no vimos torear a nadie y, esa es la pena inmensa que nos corroe. Cuando vi que ese Antonio Ferrera recogía la oreja y daba la vuelta al ruedo tras lo que había hecho, la vergüenza que sentí fue bárbara y nada iba conmigo. Claro que, el diestro pacense ha encontrado la medida y, sin riesgo alguno llevarse el dinero calentito. Tanto él como sus compañeros. Y pensar que Antonio Ferrera, durante muchos años fue un torero auténtico y cabal y, ver en lo que ha quedado, eso produce náuseas inmensas.

Eran toros, perdón, burros con cuernos, para haberles hecho el toreo soñado, pero no había artista alguno en el ruedo. Teníamos a tres trabajadores a destajo que, tras el acierto con la espada les dieron las orejas.  Y digo yo, ¿eso es el toreo? Ahora a la vulgaridad más insulsa le llaman toreo. Por cierto, hablando de sueños, imagino que Cayetano seguirá soñando con ese triunfo y se preguntará: ¿Qué hice yo para que me dieran todas las orejas del mundo? Y ni él mismo se lo creerá. Como dije, “triunfo” como ese no lo repetirá jamás, sencillamente porque nunca más le saldrán dos burros como los citados. Que lo disfrute el hombre, pero tanto él como nosotros, sabemos que lo de ayer era todo mentira.

Lo de Perera raya en la más absoluta vulgaridad; parece ser que, ayer, los tres actuantes, competían para ver quién de los tres era peor y, el premio quedó en tablas. Como digo, Miguel Ángel Perera mostró su versión más anodina ante unos angelitos que tenía delante pero, el pobre no sabe más; es decir, lo suyo es vulgar por antonomasia y, eso mismo, cuando le ha salido un toro encastado lo ha tapado de forma correcta, pero cuando sale el animalito bobo y de ensueño como ayer sucediera, Perera es un caricato de lo que entendemos como un torero.

Lo dicho, era la rama Domecq, lo más preciado por los toreros, pero lo más aburrido y pedante que pudiéramos encontrar en una plaza de toros. No hubo la más mínima emoción, ni peligro, ni casta, ni cada que pudiéramos calificarlo como un toro bravo. Siendo así, ¿a qué jugamos? Lo contado, a que los toreros no expongan nada y, como en Pamplona, se lleven una fortuna por hacer el ridículo.