Hace una semana murió uno de los toros más bravos que he visto salir a una plaza en mi vida, y no es un toro bravo, sino un toro camargues. Con 23 años decía adiós para tristeza de muchos, y fueron muchos los que  han querido dejar su dedicatoria, incluidos varios medios de comunicación. Gastounet que así se llamaba este toro camargues tenía una bravura inusitada para esta raza, algo fuera de lo común, que llamó rápidamente la atención a su ganadero, el formidable Christian Saint Pierre. Muy pronto debutó en las corridas camarguesas dejando grandes sensaciones, adueñándose del ruedo cada vez que salía a la plaza, persiguiendo a los “raseteurs” hasta las mismas barreras del tendido.

De nombre “Gastounet” en homenaje al presidente de la República francesa Gaston Doumergue, debutó en Aigues Vives en 2002 donde la leyenda se empezó a forjar. Un toro diferente había nacido, y la gente lo sabía. Rápidamente se empezó a correr la voz de ese toro tan fiero en el ruedo, que los raseteurs no podían hacerle frente. Su hazañas en las plazas cautivaron el corazón de la camarga, los aficionados encantados llenaban los tendidos, cada vez que este toro se anunciaba en los carteles, y muchos ganaderos soñaban con encontrar un toro tan bravo entre su simiente.

Pasaron los años y la leyendo solo hizo nada más que crecer, “los carmenes” sonaban en las plazas, 14, 15 hasta 16 por corrida camarguesa. Gastounet fue uno de esos toros que crearon afición y expectación, algo muy difícil de hacer hoy en día.  Su historia siempre quedará grabada a fuego en el corazón de Le Cailer, Aimergues, Vauvert, Lunel, Nimes, Aigues Vives, y muchas plazas más que disfrutaron sus arrancadas, su fiereza salvaje, su bravura infatigable. Un toro de oro que se llama por esa zona. Que forjó su aura de casta indómita en el nacimiento del siglo XXI.

Yo le conocí en el campo, en el año y medio que pase ligado a esa maravillosa “manade”, donde descubrí un toro noble en el campo, y un volcán en erupción en las plazas. Tanto era sus peleas en las plazas, y sus arremetidas contra tablas, que en muchas ocasiones al llegar a la ganadería debíamos curarlo, mimarlo y dejarlo en observación. Una de las particularidades de este toro, a parte de la bravura, era su inteligencia. Cada vez que saltaba a un callejón, -que eran 8 o 9 veces por corrida- él solito volvía a saltar al ruedo, una curiosidad que da a entender el nivel de inteligencia que tenía este formidable toro.

Por suerte, y entre lágrimas, viví su despedida, donde empezó su leyenda en el pueblo de Aigues Vives, allí con una plaza abarrotada, se le despidió entre una ovación de cerca 5 minutos, por parte de todo el mundo que estuvo allí. El bravo toro con 14 años se retiraba de las plazas. Pudo descansar 9 años en su Manade, para despedirse de nosotros para siempre hace una semana.

Todavía en el campo, se le ve la estampa de bravo, con sus majestuosas astas mirando al cielo.

Por Juanje Herrero