Por Francisco Díaz Sánchez. Fotografías de Laurent Deloye.

Con algo menos de tres cuartos (entrada condicionada, sin duda, por la final del mundial de fútbol, que se disputaba en horas muy similares), dio comienzo la tercera y última corrida de la Feria de Céret. En esta ocasión, se lidiaron seis galanes, serios, altivos e íntegros de Don Juan Luis Fraile y Martín, de origen Conde de Santa Coloma, vía Graciliano Pérez-Tabernero. La corrida resultó variada a juegos, con animales con la casta justa y un enorme cuarto, que fue un derroche de bravura, casta y dureza, la oda al tercio de varas. El denominador común de la corrida fue la dureza y la viveza. Para lidiar y estoquear la corrida se anunciaron Octavio Chacón, Joselillo y Gómez del Pilar. Antes de entrar en el análisis de cada una de las faenas, mi más merecido y sincero reconocimiento para los tres, en especial para el primer, que se puso el público en contra por lucir y dar importancia al toro. Bueno, la que se merece.

 

Rompió la tarde “Resolero” que, desde salida se venció por ambos pitones, lo cual obligó a que Chacón lo sacara para afuera, con un efectivo y lidiador toreo sobre las piernas. El tercio de varas transcurrió a cargo de Juan Melgar, quien movió con torería y buen saber la montura. El primer puyazo cayó bien colocado, más traseros los otros dos. El de Juan Luis empujó con más categoría en el tercero, de menos a más. En el tercio de banderillas esperó y cortó a los banderilleros, suponiendo las dificultades lógicas para colocar los garapullos. Durante el tercio de muerte, el animal se movió muy defensivamente, motivado por su baja casta, sin ningún lugar a dudas: se desplazó cabeceando muy violentamente. El gaditano extrajo algunos muletazos de mucho mérito, perdiendo pasos y provocando mucho la embestida, con la voz y la zapatilla. Se atascó con la espada y el descabello.

 

“Jaquetón” hizo segundo en la tarde, que salió abanto al ruedo. Recibió tres puyazos por parte de Figudo, que esa misma mañana había estado en la plaza como mayoral de Raso del Portillo. Debe apuntarse a favor del picador que tuvo la intención de tirar el palo en cada encuentro. Los dos primeros puyazos cayeron bajos y muy traseros. En el tercer puyazo tardeó mucho, y tuvo que ir al centro del ruedo para imponerle su castigo, con la bronca del respetable. Durante el transcurso del segundo tercio, sobraron capotes, sobraron muchos. En la muleta demostró descaste y falta de poder. Cuando Joselillo intentaba obligarlo, logrando pues que se arrancara más de una vez consecutiva, el toro se derrumbaba. Se pasó de faena el vallisoletano y mató mal.

 

El que hizo tercero atendía al nombre de “Rondeno”, cuya lidia y muerte correspondió a Gómez del Pilar. El animal saltó muy abanto al pequeño ruedo francés. El matador lo recibió con una larga cambiada y un aceptable ramillete de verónicas. Las protestas en los tendidos empezaron a aflorar por apreciarse cojera en la pata derecha del toro. La suerte de varas la llevó a cabo José Francisco Aguado, que se compuso a partir de tres puyazos. En el primero el toro embistió con fijeza y recibió un buen castigo por su colocación. Sin embargo, la colocación de la vara cayó trasera en el segundo encuentro y embistió recostado sobre el peto, mientras que en el tercero salió huyendo al sentir el hierro. En banderillas, hubo una gran lidia de Aguilera, con un tercio más que solvente. A la muleta llegó el toro con cierta casta y transmisión. Gómez del Pilar intentó imponerse a las embestidas del toro, que siempre le ganó la acción. Toro muy pronto, además. Tras diversas series en las que no hubo el temple y el dominio requerido, cerró por manoletinas. Estocada muy caída, rozando el bajonazo.

 

El cuarto acto de la tarde supuso un momento que, en la historia de la tauromaquia, deberá recordarse. En unos tiempos en los que el tercio de varas se va marginando progresivamente, cuando emerge la bravura y la casta en todos los tercios, se produce una sensación de satisfacción y de entrega por los aficionados, que muy difícilmente olviden. “Soltijero”, nº9, fue un torrente de bravura, casta, dureza y poder. Salió abanto, hasta que fue centrado por Octavio Chacón con el capote. Sin embargo, el cante gordo llegó en el tercio de varas, en el tercio de la bravura. Al primer encuentro acudió al relance, donde empujó con poder al caballo, que lo montaba Francisco José Ortiz. Entre el segundo y cuarto puyazo que recibió, la distancia entre toro y cabalgadura se iba aumentando progresivamente. El picador, que movía a su montura con gran torería y saber, citaba ofreciendo el pecho de caballo y caballero para que el toro se arrancara al galope, siempre fijo y cuadrado con el equino. Acudía como un tren, pronto y alegre. En cada una de las veces fue bien tomada por el varilarguero. El presidente cambió el tercio y Octavio Chacón pidió que dejara entrar a “Soltijero” una vez más al caballo. Lo concedió el presidente. En ese momento, Ortiz giró la vara, de modo que la suerte se ejecutaría con el regatón. El toro se arrancó desde chiqueros prácticamente, muy pronto, profiriendo un enorme topetazo al caballo, sosteniéndose el picador por la gran doma del caballo y la buena monta del jinete. Durante el transcurso de este tercio, recibió una fea voltereta un subalterno. Las virtudes del toro siguieron mostrándose en el segundo tercio. En la muleta el toro continuó siendo muy bravo y encastado, derivando en muy duro. Estas condiciones facilitaron que el toro no saliera nunca de la muleta. Exigía toreo por abajo, cuanto más se le bajara la mano, mejor. Sin embargo, Chacón no le dio esa receta, que era lo que requería. Mató al encuentro. El usía concedió la vuelta al ruedo, aplaudida unánimemente, y la oreja al coleta, que levantó protesta y este, en un ejercicio de honradez y vergüenza torera, devolvió. Gesto que honra a Chacón, como la voluntad de lucir siempre al toro.

 

El quinto toro humilló desde que apareció de chiqueros. Fue muy mal picado por Félix Majada, en los tres puyazos, entre los que destacó el primero. Llegó con cierto punto de casta y clase a la muleta, sobre todo por el pitón derecho. Para romper hacia delante exigía el toro temple e intentar alargar los muletazos al máximo posible. Lo logró en una tanda por el pitón derecho y en algunos muletazos por el zurdo. Sin embargo, se paró en seguida. Mató de media lagartijera.

 

Cerró la tarde un toro muy bien armado. Gómez del Pilar se fue a recibirlo a porta gayola, en la que el toro no le hizo ni caso. Finalmente, lo pudo recibir del modo en que el coleta había planteado. En ese momento, el toro echó las manos por delante y derrotó en repetidas ocasiones. Fue muy mal picado, en el segundo y en el tercer encuentro se le pegó mucho y mal, mientras el manso ejemplar intentaba huir. Sobre todo, en el tercero hubo una verdadera carnicería. La descastada condición del toro marcó todo el transcurso de la faena, en la que no tuvo más remedio Gómez del Pilar que en arrimarse. Fue prendido de un modo muy feo al entrar a matar.