Lo que vive doña Rosario de la Fuente Gómez cada tarde en la Maestranza al cuidado de su capilla es algo irrepetible porque que ningún otro ser humano tiene semejante posibilidad. Todos los carteles sevillanos que llegan desde la calle Iris pasan por debajo de su puerta en un momento imponente de la tarde, con el coche de cuadrillas que apenas ha apagado el motor,  cuando todo está por empezar y las ilusiones revolotean con las opciones de triunfo intactas.  Atravesar el umbral que custodia Chari no tiene precio porque no puede pagarse con dinero ya que su valor es tremendo. Cuando falta poco más de un mes para que empiece la temporada en Sevilla, tengo la dicha de entrevistarla.

¿Desde cuándo tiene usted esta ocupación?

Por aquí en la capilla desde que se fue María, creo yo. Puede que sea unos diecisiete o dieciocho años, porque yo trabajaba en la empresa Pagés, en las oficinas, y al quedar libre la capilla me pusieron allí.

¿Y cómo fue esto, se lo propusieron o se le ocurrió a usted?

Pues fue porque yo estaba de limpiadora en la oficina, cuando murió mi marido, y cuando ya se fue la señora María que estaba antes en la capilla me lo propusieron a mí por ser una persona de confianza y que llevaba allí unos pocos  años, ¿sabe usted?, porque ellos sabían que me gustaba estar con los toreros y porque después de terminar en la capilla me tenía que ir a la enfermería.

¿Cuáles son allí sus labores, Chari? ¿Usted sólo va cuando hay toros o durante todo el año?

No, solamente cuando hay toros y voy allí a poner sus velas, a arreglar las flores, a preparar la capilla y con el muchacho que está allí abrimos la puerta para cuando llegan los toreros. Nos quedamos allí con ellos hasta que se van, y entonces cerramos allí, y entonces yo me voy a la enfermería.

¿Cómo vive usted ese momento tan emocionante de recibir a los toreros allí a la puerta de la capilla?

Pues es muy bonito porque entra uno, sale otro, unos vienen de una forma, otros vienen de otra, unos vienen más alegres otros vienen más tristones y para mí es muy bonito porque allí soy la única mujer que entra con ellos en la capilla, y estoy alrededor de todo ello.

¿Después tiene ocasión de ver la corrida, a usted le gustan los toros?

Sí, pero sufro porque como los veo allí en la capilla riéndose o diciéndome alguna broma, y que después los puedan coger no me gusta porque los tengo que ver en la enfermería, entonces cuando veo que hay muchas palmas y buen ambiente me asomo, pero muy poco. Yo me asomo cuando están que van a dar la vuelta al ruedo o les han dado la oreja. Entonces sí que me asomo, pero verlo torear me da mucha pena que los vayan a coger. Sufro y no me gusta verlos coger.

¿Cómo es eso que me dice que al terminar de la capilla se va a la enfermería?

Claro, porque si pasa algo yo tengo que estar allí.

¿Le ha tocado ver algún suceso terrible alguna vez?

Sí, muchos. El primero que vi fue lo de Franco Cardeño, ese para empezar, y después he visto otros con menos, otros con más, he visto la de Mariscal que lo hemos cogido allí, ha habido algunos más graves, otros menos graves y yo, pues la verdad, no me gusta verlos torear y que los coja el toro.

Y en la parte más bonita de la que hablábamos al principio, cuando llegan a la plaza y le saludan. ¿Quién es el que más le ha impresionado?

A mí me gustan todos. Ahora que sea favorito… pues favorito es José Mari Manzanares, ese es mi niño como yo le digo. Ese es mucho mío y ha llevado a sus hijos a la capilla para presentarlos a la Virgen. A él lo veo mucho y también a su hermano, a Manuel, vamos que yo les tengo mucho cariño, y también a Dávila Miura que es otro favorito mío. Vamos que me gustan todos, pero favoritos míos como mis niños son ellos.

Y cuando los toreros ya están dentro y se quedan a solas, ¿cómo vive usted ese momento tan íntimo?

Es un momento muy bonito. Hay algunos que me piden que cierre la puerta, como por ejemplo cuando venía Curro Romero que no quería que abriera la puerta porque todo el mundo quería entrar para verlo, y la verdad es que allí no entra nadie, no dejamos entrar a nadie. Bueno, si usted quiere ver la capilla, viene y yo se la enseño y puede pasar, pero cuando no están los toreros, porque ellos no quieren. Es un momento que el que está allí… ellos saben cómo entran pero no saben cómo van a salir.

Chari se despide con gratitud porque nos hayamos acordado de ella y me quedo con el recuerdo de su gesto sonriente, de su tono de voz amable y el buen sabor de boca que dejan sus palabras. No puede la Maestranza tener su capilla en mejores manos.

 Foto de Rocío de la Oliva

José Luís Barrachina Susarte.