Ni es el Día de los Inocentes -aunque poco falta para que llegue- ni se trata de una fake new, sin que esto deba suponer una sensación de alivio porque nunca hemos estado tan cerca como lo estamos ahora.

¿Y si un día llega el lobo mientras seguimos pensando que es imposible que eso suceda? Con los turcos a las puertas de Constantinopla nos levantaremos una mañana discutiendo sobre el sexo de los ángeles y para el desayuno ya estará el decreto sobre la mesa. ¿Qué haremos entonces?

En parecidos términos formulé esta pregunta durante el mano a mano que mantuve con un concejal prohibicionista, en medio de un acto público. En aquel momento yo consideraba como un suceso imposible que los ataques contra los toros pudieran tener un efecto rotundo con respecto al logro de la prohibición, pero les pregunté qué harían ellos una vez logrado su objetivo:

-Si mañana entrase en vigor la Ley Orgánica de Prohibición de los Festejos Taurinos, ¿qué harían ustedes a partir de ese momento?

En una sala repleta de antitaurinos, se agolparon las voces que mostraban felicidad, misión cumplida, satisfacción, justicia, bienestar animal y alegría, con tanto jolgorio que apenas dejaban que se escucharan las que pronunciaba aquel servidor público pero que se expresaba por los mismos derroteros. Cuando el moderador consiguió que se fueran atemperando los ánimos pude plantear la verdadera importancia de la cuestión:

-Sí, muy bien, pero tras la felicidad y satisfacción por semejante logro, ¿cuál sería el siguiente paso? ¿Cómo regularíais la situación del campo bravo? ¿Qué salida le daríais al sector? ¿De qué manera reconvertiríais el agravio económico que comenzaría a producirse? ¿Habéis pensado en cómo gestionar la reacción social a la que habría lugar?

En ese momento se apagó el alborozo y se creó una atmósfera en la que se instaló el murmullo del personal sobre el silencio del edil.

Actualmente sigo considerando como imposible la prohibición de los toros pero sí me parece claro que pueda haber alguna maniobra de obstrucción por parte del gobierno, que nos pueda poner el alma en vilo y que incluso impida la celebración de festejos durante algún tiempo, porque hay varios caminos que los podrían conducir a Roma y que mejor no detallar para no darles ideas.

Pero pongámonos en lo peor y esa buena mañana nos tomamos el café con el anuncio de que los toros han sido prohibidos por el gobierno. ¿Vosotros los aficionados qué haríais? Vamos a ponernos en situación…

Es posible que súbitamente aflorasen sentimientos de rabia, indignación, sed de venganza, deseos de desoír la resolución, cabreo e impotencia, según el talante de cada uno de nosotros y, por muy alto que fuese el grado de nuestro enfado con él nos quedaríamos.

Muy bien, y ahora repitamos la secuencia como en aquel salón citado anteriormente, pero ¿tras el disgusto qué se podría hacer? ¿Alguna vez has visto venir cómo se ponía en riesgo tu puesto de trabajo, una relación afectiva o el estado de tu salud? ¿Tuviste la posibilidad de defenderlo o estuviste abocado a buscar alternativas? Porque en todos las áreas de la vida se puede aplicar aquello de a rey muerto, rey puesto o que una mancha de mora con otra verde se quita… pero con los toros no hay alternativa con la que uno pudiera consolarse y por lo tanto intentemos evitar que nos los quiten evitando así el drama de tener que luchar para recuperarlos.

Ni idea tengo sobre cuál es la solución pero está claro que la pista nos la da la política, porque si esta pretende que los toros dependan de ella, hagamos nosotros que también ella penda de los toros.

Que cada cual elabore su relación de prácticas útiles y encontrémonos aquí mismo para ponerlas en común después de Navidad. Felices fiestas para todos.

Por Jose Luis Barrachina Susarte

En la fotografía, la plaza de Madrid, el único bastión donde nos aferramos todos.