¿Por qué no quiere competir José Tomás? ¿Por qué no comparece ni siquiera cuando aparece? ¿Cuál es la faena que nos estás privando de ver? ¿Hasta qué punto eres consciente que si tú quisieras ponías boca abajo la situación que se vive en los toros actualmente?

Vamos a desvelar el misterio antes de que alguien pueda alterarse, porque lo que aquí sucede es que el diestro me la debe, dicho sea sin arrogancia. Me la debes, maestro, y el origen de la deuda se remonta hasta el agosteño verano de 1997 cuando toreaste en Alicante para sembrar de naturales el coso de la Plaza de España, en una edad de oro torero que nunca más regresará, bien a todos nos pese.

Pocas horas antes de la corrida estábamos en la playa del Postiguet echando la mañana y aquel muchacho que yo era se cruzó con el pedazo de torero que tú eras, aunque por entonces apenas nadie te conociese fuera del Planeta de los Toros.  Nos cruzamos mientras ibas paseando por la orilla, al hilo de la espuma esa que marca la bella línea del litoral alicantino, ibas como con los pantalones vaqueros arremangados hasta la altura donde los buenos toreros se atan los machos, y con las zapatillas sujetadas por las yemas de tus dedos índice y corazón, para que no les salpicara el agua, con la zurda.

Me crucé contigo e incluso tardé un tanto en reconocerte, tanto que hasta me abstuve de comentar el encuentro al no tenerlas todas conmigo. Sin embargo,  cuando ya me iba para casa a comer algo, a descansar un poco y después cambiarme para ir a verte torear, volvimos a cruzarnos y esta vez continuabas ataviado de la misma guisa pero ya calzado y con la camiseta puesta, sentado en la balaustrada del Paseo Marítimo, esa que está justo a la entrada del icónico Meliá, y fue entonces cuando me acerqué a saludarte.

Pudimos conversar amenamente durante unos minutos y tu naturalidad en la simpatía fue la huella más honda que me llevé al despedirme tras estrechar nuestras manos. Esa tarde cortaste cuatro orejas y he tardado muchas temporadas en ver torear a nadie con la izquierda mejor que tú aquella tarde.

Si en aquel momento yo te hubiese solicitado una entrevista estoy convencido de que habrías aceptado gustoso y por eso hoy te lo ruego.

Porque los aficionados queremos saber por qué no haces reaparecer de una vez por todas la Monumental de Barcelona, para que cruja España de arriba abajo y plus ultra, por qué hemos de resignarnos a no verte más pasándote un toro por la faja de Madrid, por qué has puesto ese muro ante nosotros, por qué has asimilado de esa manera incomprensible la adoración reverencial que te profesan todos, porque te queremos escuchar y que compartas con la afición todo aquello que sientes cuando te asomas por la puerta de cuadrillas provocando la catarsis en los tendidos, como si Dios Nuestro Señor hubiera hecho su descenso a la Tierra, que por favor nos expliques por qué no te dejas ver en público ante el público, para que cada aparición tuya fuese un bombazo informativo en los medios generalistas, para reventar los telediarios: un día en la Plaza de España de Sevilla para torear de salón y otras veces en el Retiro, en el Pilar,  debajo del Miguelete, en la Columna de Hércules, en el Sardinero, frente al Pórtico de la Gloria, en la calle Larios, en el Palacio de Carlos V, en un puente sobre el Bidasoa o sobre el Tajo y allá donde te aparecieses porque allá serías recibido como agua de mayo.

También en el Postiguet, maestro, porque me debes aquella entrevista y porque no necesitaremos más tiempo que el que la brisa marina necesita para enfriar un buen café sin azúcar.

En la imagen José Tomás, único, inconfundible…..eterno.

José Luis Barrachina Susarte.