Cuentan que en una ocasión el Presidente del Gobierno Antonio Cánovas del Castillo, estaba dando una recepción en el Congreso a la cual había sido invitada una multitud de personalidades representativas de las más diversas áreas socioculturales de aquella España en su declive.

Y cuentan que Cánovas se saltó el protocolo cuando apareció Rafael Guerra “Guerrita”, yendo el presidente cordialmente hacia el diestro para abrazarlo, gesto muy por encima de las sobrias formas con que estaba recibiendo a cada uno de los invitados.

Le afeó esta actitud un obispo allí presente, espetándole ante la sorprendida concurrencia que para los presentes era indigno ese modo de agasajar a un torero estando allí su púrpura y otras tantas grandezas, siendo genial la respuesta presidencial:

En la vida nunca volverá a nacer otro como el Guerra mientras que obispos como usted se nombran cada hora. 

El insigne cura salió de allí espoleado y censuró la actitud de Cánovas en la hojita parroquial que al domingo siguiente se repartieron por todas las iglesias de Madrid, pero lo hecho, hecho estaba y como Guerrita no había naide.

Esto, que puede parecer una de las batallitas del abuelo Cebolleta, mucho más que la anécdota saca todo su sabor cuando jugamos a contextualizarla en el presente.

¿Qué presidente y con qué torero podrían representar una escena similar?, porque ni existe ese presidente ni ese torero ni puede ser, y además no cabe la menor opción de que pudiera ser posible ni en la realidad ni en la ficción.

Los tiempos son otros y aquella nombradía de muchos toreros ha llegado hasta la actualidad como una renta variable que todavía le infunde a los toros buenos réditos, porque si los toreros fueron admirados hasta el punto de alcanzar su aura de héroes no fue por ligerezas ni por enfrentarse a toros nobles, ni pastueños, ni dóciles, ni a los que pudieran pasar de muleta sin necesidad de someterlos, que es en lugar en el que nos encontramos.

¿Nos podemos imaginar que los coletudos de ahora estuvieran eligiendo exclusivamente el encaste de Saltillo? ¿Qué sería de nosotros ni nos sometieran a la dictadura de los toros de Miura, sólo Zahariche puro? ¿Todos los toreros encaprichados únicamente por los santacolomas? ¿Hay derecho a que esté condenado todo aquel tipo que no sea del agrado de las figuras? ¿Los aficionados no tenemos nada que decir?

Estas respuestas ponen de manifiesto el problema tan grave que supone el monoencaste, venga de donde venga, pero con la añadidura de que el que sufrimos nos deja sumidos en el tedio de unas lidias monotemáticas tarde tras tarde, ayunas de emoción y carentes hasta de la menor capacidad de sorpresa.

Y aquí aparece el segundo mono, como consecuencia de todo lo anterior, porque la monotonía está acabando con las opciones de futuro de los toros, no solamente por el aburrimiento del presente sino por el modo en que está condicionando el porvenir, porque el hecho de que cada tarde y por sistema tenga lugar el monopicotazotraserazo meramente para cubrir el expediente reglamentario, está privando al público de disfrutar del espectáculo en su integridad con la plenitud del tercio de varas.

Además esto obtiene su reflejo en el campo porque afecta a las labores de crianza y selección del ganado, que se viene encaminando desde hace años a la obtención de productos más y más acordes con las necesidades de lo que  sucede en los ruedos,  horadando más y más abajo en detrimento de la diversidad.

Lo cual supone una amenaza a la esencia del tercer mono porque sin la necesidad de picar –que es lo que muchos quisieran- tampoco los monosabios tendrían razón de ser por razones obvias.

José Luis Barrachina Susarte