Por Adrian Perez, Fotografia Virginia Gonzalez

Pintaba bonita la tarde de ayer por las tierras charras de Vitigudino. Cartel atractivo, de los que el aficionado querría ver en otras lides, ganaderías de postín y de las que el aficionado espera, y mucho. Lo mejor de todo, por una buena causa: ayudar a los que menos tienen.

Con algo más de media entrada vistiendo los tendidos del engalanado coso se hizo el paseíllo entre los aplausos del respetable.

Abrió plaza un maestro, de los que cuyo nombre se escribe con mayúsculas, Don Juan Mora, que se midió a enjuta, pero vivaracha becerra colorada de la ganadería que pasta en tierras de Tamames. Concretamente en el Puerto de la Calderilla, representante puntero del encaste que ideara Pepe Raboso en tierras de Castraz, la de El Pilar. El maestro cacereño sacó a relucir la clase, el poso y el oficio que le caracterizan en una lidia no muy larga y lucida por el juego de la Rabosa, pero que hizo entrar en calor las manos del público.

En segundo lugar salió por chiqueros una bien comida y burraca cornúpeta herrada con los círculos concéntricos de la casa de Linejo, propiedad de Juan Ignacio Pérez Tabernero y que se anuncia en los carteles a nombre del apellido de su madre, Montalvo.

Avanta comenzó la faena, hasta que encontrando la conexión entre becerra y torero, la sinfonía comenzó a sonar. Una becerra con sus teclas, y un torero en estado de gracia, el de Arnedo, Diego Urdiales, hicieron que los decibelios de los olés de Vitigudino aumentaran y la faena tomara vuelo, culminando en una tanda de ayudados en los que torero y erala pusieron a la plaza de acuerdo.

Turno del mayor de la saga de los Castaño, Javier. El torero de Miura, Cuadri y Adolfo, que sorteó una preciosa, fina y bien hecha becerra colorada de la joven e interesante ganadería de Sánchez de Valverde, que pese a perder facultades en una bonita y dura lucha en el peto del picador, exhibió muy buenas cualidades que el diestro charro exprimió de manera impecable componiendo un trasteo de los de hacer afición.

Se abrió el portón de los sustos, y la plaza rompió en una tremenda ovación para recibir a la cuarta “becerra” de la tarde, serísima, imponente y bella berrenda en negro, girona, lucera, calcetera y coletera vaca con el hierro de Francisco Galache de Hernandinos, que se empleó con brío y calidad en el caballo de picar. Damián, el pequeño de los Castaño, puso la plaza en pie en un trasteo en el que se conjugaron clase, temple, técnica, valor y la mejor embestida que existe en el campo charro, la del encaste Vega Villar.

Turno del rubio novillero Alejandro Mora, que lució con gusto capote y muleta ante una becerra producto de los herederos de Don Nicolás, entrañable ganadero que a principios de los 90 se mudara a Valdefresno para criar sus imponentes lisardos. Bonita y lucida faena del novillero y gran embestida de la erala que recordó a aquellos toros que criara el Mago de Campocerrado a orillas de la Laguna del Cristo.

La tarde tenía el signo de ser de las de recordar,

Sexto lugar, y en él compareció Eduardo Gallo, que aceptó sin dudarlo la invitación para sustituir al Maestro Frascuelo, que por una lesión no puedo acudir a torear en tan bonita fecha. Al charro le tocó toda una señora, una señora vaca herrada con un hierro señero de la ganadería charra, una buena moza berrenda en negro, alunarada y botinera, marcada a fuego con la F de Barcial que lucía una impresionante arboladura. Toreo natural, vertical y poderoso de Gallo ante la patasblancas, que exhibió cualidades de las que se ven pocas veces en el toro: humillación, clase y temple. Bondades que el maestro Juan Mora no se quiso perder y que retrató en una tanda de naturales para el recuerdo en las postrimerías de la lidia.

Pero aún quedaba lo mejor de toda la tarde. Una recogida bala negra se hizo presente en el coso. Lucía el hierro de Torrecilla, de Don Eduardo Martín Cillero. Pronto dejó ver lo que llevaba dentro; en tres puyazos de ley, estrellándose contra el peto y empujando con codicia. Pero cuando los matadores cambiaron el percal por la franela…¡Oooh!… Juan Mora dejó paladear el toreo añejo, Urdiales su naturalidad, Javier Castaño su oficio, Damián su arrojo, Alejandro Mora su desparpajo, Gallo su clase, y la de Cillero sus incansables y memorables embestidas.

Tarde para recordar, saborear y hacer afición. Que falta nos hace.

Por Adrián Pérez.

Fotografia Virginia Gonzalez