Estamos  sufriendo “La pandemia del coronavirus”. Un misterioso virus, desconocido que hace estragos entre la población Virólogos, epidemiólogos y demás estudiosos del tema tiene la medicina para que yo me ocupe de algo que al igual que para ustedes me resulta desconocido. No soy timonel de ese barco. Durante tres días les mostraré como desde siempre hubo PESTES que asolaron en su momento “el mundo conocido”.

La literatura, el arte en cualquiera de sus manifestaciones, ha dejado testimonio de LOS CUATRO JINETES DEL APOCALIPSIS “Miré, y vi un caballo bayo. El que lo montaba tenia por nombre MUERTE, HADES  lo seguía y le fue dada la potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad y con las fieras de la tierra”

(Apocalipsis: 6,7-8)

Los caballos tenían colores diferentes

CABALLO NEGRO: hambre. CABALLO ROJO: guerra. CABALLO BAYO: muerte.

Montado sobre un hermoso caballo blanco un jinete desconocido (Jesús) al que se llamó. ESPERANZA, es  lo que nos queda cuando no poseemos nada. La vencedora de todas las batallas, la que nunca se irá de nuestro lado, la que nos va acompañar, dando el empujón para seguir adelante en momentos duros.

La Historia de la medicina ha sido una de mis asignaturas preferidas, lugar  importante ocupa el dedicado a las pestes. Por lo cual me he tomado la satisfacción de volver a abrir el viejo libro/os y recordar con ustedes los males que diezmaron la población en su momento.

El Mundo Antiguo se vio azotado por enfermedades que se extendieron velozmente con carácter epidémico o pandémico produciendo gran mortandad. Estas epidemias recibieron el nombre genérico de pestes. En la Biblia es donde se encuentran las primeras menciones de las plagas. En el Antiguo Testamento. En Éxodo (9,5) «Jehová dijo a Moisés y Aarón: Coged puñados de ceniza de horno y espárzala Moisés hacia el cielo a vista de Faraón y se convertirá en polvo menudo en toda la tierra de Egipto de lo que resultarán, tumores apostemados así en los hombres como en las bestias». Antes que Hipócrates hubiese establecido las bases de la ciencia médica, se consideraban las epidemias como un efecto de la Cólera Divina, opinión apoyada en los libros sagrados (Éxodo, Jeremías, Isaías, Libro de los Reyes, Mateo) y en textos profanos de la antigüedad (Ovidio, Platón, Plutarco, Tito Livio, Plinio).

Hipócrates consideraba que la peste se propiciaba en las estaciones cálidas y húmedas. En su Tercer Libro de las Epidemias afirma: El estado del aire y los cambios de estación engendran la pesteAristóteles las atribuía a la influencia de los cuerpos celestes. La plaga más devastadora que asoló el mundo griego fue la Peste de Atenas (428 a.C.), documentada con detalle por Tucidides; descripciones confusas sobre la Peste de Agrigento (406 a.C.) y Siracusa (396 a.C.) así como la Peste Julia (180 a.C.) y de la mítica Peste de Egina, que Ovidio menciona en su obra «Metamorfosis»

El Imperio Romano, tampoco se libró de la peste. Marco Aurelio fue víctima de la primera epidemia.  En Roma y llegaron a morir por la pandemia, el siglo III a.C,  alrededor de 5.000 personas al día. Se cree que el fracaso de Justiniano en restaurar la unidad imperial en el Mediterráneo, se debió, en gran parte, al efecto de la plaga que disminuyó alarmantemente sus ejércitos. Del mismo modo las milicias romanas y persas perdieron su resistencia ante los ejércitos musulmanes, Año 637. El avance del Islam separó el Este del Oeste. La Peste de Atenas fue de las epidemias más devastadoras de la antigüedad, año 428 a.C. narrada por Tucidides en «La guerra del Peloponeso». Afirma el historiador que la peste procedía de Etiopía y que se producía en las grandes aglomeraciones de las ciudades, los grandes calores y las guerras. El relato que nos dejó sobre la epidemia es tan rico en informaciones y detalles que merece ser conocido; entresaco estas líneas: «en el principio del verano, los peloponesios y sus aliados invadieron el territorio da ÁticaPocos días después, sobrevino a los atenienses una terrible epidemia, la cual atacó primero la ciudad de Lemos y otros lugares. Jamás se vio en parte algún azote semejante y víctimas tan numerosas; los médicos nada podían hacer, pues al principio desconocían la naturaleza de la enfermedad, siendo los primeros en tener contacto con los pacientes y morir por salvarlos. La ciencia se mostró incapaz; se elevaban oraciones en los templos. El enfermo se veía súbitamente preso de los siguientes síntomas: sentía en primer lugar violento dolor de cabeza; los ojos se volvían rojos e inflamados; la lengua y la faringe asumían aspecto sanguinolento; la respiración se tornaba irregular y el aliento fétido. Se seguía falta de respiración y ronquidos. Poco después el dolor se localizaba en el pecho, acompañado de tos violenta; cuando atacaba al estómago, provocaba náuseas y vómitos con regurgitación de bilis (…) La mayor parte moría al cabo de 7 a 9 días consumidos por el fuego interior. (…) Los pájaros y los animales carnívoros no tocaban los cadáveres a pesar de la infinidad que permanecían insepultos. Si alguno los tocaba caía muerto».

Cuenta Tucidides que de 29.000 hoplitas (soldados de infantería pesada) murieron 4.400 y de 12.000 soldados de caballería, murieron 3.000. No se sabe con certeza  el nombre de la peste, se baraja: peste bubónica, tifus, tifoidea, escarlatina o dos infecciones unidas. Lo que queda claro es que las consecuencias fueron desastrosas para Atenas. Una de las víctimas fue el gran estadista Pericles.

Durante el asedio a la ciudad de Agrigento, Aníbal y un gran número de soldados cartagineses habían muerto de peste, y los supervivientes se encontraban en una situación desesperada después de que los griegos lograron cortar sus líneas de suministro. Diógenes Laercio, recogió varias leyendas sobre la muerte de Empédocles, filósofo y físico, fue conocido por sus habilidades como médico y sus actividades relacionadas con la magia o con el chamanismo. Una de estas leyendas decía que Empédocles se habría arrojado al fuego tras realizar una curación milagrosa siendo desde entonces adorado por sus conciudadanos como un dios: «… habiendo acometido a los selinuncios (ciudad griega del sur de la isla de Sicilia) un contagio de peste por el lecho de un río cercano, corrompido, de modo que no sólo morían, sino que también se dificultaban los partos, discurrió Empédocles unir dos de los ríos más inmediatos, con cuya mezcla se endulzaron las aguas. Cesada la peste, y hallándose los selinuncios celebrando un banquete a las orillas del río, apareció Empédocles; ellos, levantándose, lo adoraron como un dios y le ofrecieron sus votos. Queriendo confirmar esta opinión, se arrojó al fuego otros dicen que al volcán. Timeo contradice la versión, “no era ningún dios, simplemente cansado de la fama se retiró al Peloponeso, la causa o razón de su muerte es incierta. Lo que sí es creíble: Empédocles mandó tapiar una garganta estrecha por donde soplaba un viento cargado de horribles efluvios de un pantano cercano.

Peste de Siracusa, sobrevino en el año 396 a.C, cuando el ejército cartaginés sitió Siracusa. La enfermedad surgió entre los soldados cartagineses, expandiéndose rápidamente y diezmando su ejército. Se manifestó inicialmente con síntomas respiratorios, fiebre, tumefacción del cuello y dolores costales. Seguidamente aparecían disentería y erupciones pustulosas en toda la superficie del cuerpo. Los soldados morían entre el cuarto y sexto día, con ataques de delirio y sufrimientos atroces. El Imperio Romano fue el gran beneficiario de aquella epidemia, venciendo fácilmente a sus invasores.

Peste Antonina siglo II d.C, gobernaba Roma el emperador Marco Aurelio, de la familia de los antoninos. Causó gran devastación en la capital, extendiéndose a toda a Italia y a la Galia (Francia). Galeno describió los síntomas «ardor inflamatorio en los ojos; enrojecimiento sui generis de la cavidad bucal y de la lengua; aversión a los alimentos; sed inextinguible; temperatura exterior normal, contrastando con la sensación de abrasamiento interior; piel enrojecida y húmeda; tos violenta y ronca; signos de flegmasía laringobronquica; fetidez del aliento; erupciones y fístulas, diarrea, agotamiento físico; gangrenas parciales y separación espontánea de órganos; perturbaciones de las facultades intelectuales; delirio tranquilo o furioso y muerte entre el séptimo y noveno día». Una de las víctimas de la peste Antonina fue el Emperador Marco Aurelio.

La Peste Cipriana, o de Cipriano, es el nombre que se da a la pandemia que afligió el imperio romano desde el año 249 hasta el 262. Se expandió con rapidez a Grecia e Italia, devastando el Imperio Romano. San Cipriano, obispo de Cartago, dejó la siguiente descripción de la dolencia: «se iniciaba por un fuerte dolor de vientre que agotaba las fuerzas. Los enfermos se quejaban de un insoportable calor interno. Luego se declaraba angina dolorosa; vómitos se acompañaban de dolores en las entrañas; los ojos inyectados de sangre. Unos perdían la audición, otros la vista. En Roma y en ciertas ciudades de Grecia, morían cerca de 5.000 personas al día»

Peste Justiniana, Procopio dijo que la humanidad estuvo a punto de extinguirse con aquella peste. Se originó al parecer en Egipto extendiéndose a Palestina. Como todas estas plagas llegó por mar, en barcos procedentes de Oriente. Síntomas: fiebre no de gran intensidad, a los pocos días aparecían bubones en las axilas, detrás de las orejas y en los muslos. Dejando a unos sumidos en coma profundo o en un estado delirante. Sufrían inapetencia y a veces en medio de un violento frenesí, se lanzaban al agua. Algunos morían rápidamente, otros a los pocos días, pústulas negras se abrían donde tenían las bubas. Algunos vomitaban sangre y pocos sobrevivían Se estima la mortandad entre 5.000 a 10.000 personas diarias. Alcanzó a más de 600.000 personas, un tercio de la población de la ciudad. Esta plaga que se conoce como «Plaga de Justiniano» por iniciarse en el Imperio Bizantino en época del emperador Justiniano, se extendió al Imperio Romano, redujo la población al 50 %. Es probable que fueran varias enfermedades, además de la peste bubónica, viruela, disentería bacilar, cólera y difteria.

Pestilencia Amarilla, 550 d.C. Asoló Inglaterra, conocida  como «Pestis Flava» o «Pestilencia Amarilla», epidemia de hepatitica. Esta misma plaga reapareció en el año 664 d.C. sobreviniendo cada cierto tiempo.  Está documentada en la «Crónica anglosajona». Siempre se creyó, que Inglaterra por ser una isla, estaría más defendida contra las epidemias, algo incierto. Los barcos llegaban a sus puertos procedentes de todas partes. No contaban que si hubiesen estado privados de epidemias, no creaban inmunidad, cualquier enfermedad podía hacer en ellos más estragos que en otros lugares. Los historiadores de la medicina, no llegan a una conclusión segura sobre la verdadera naturaleza de la estas pandemias desarrolladas antes del siglo VI. A partir de esta fecha, las descripciones y relatos no dejan dudas, está causada  por el bacilo Yersinia Pestis, en sus tres formas clínicas: pulmonar, septicémica y bubónica.

La gran epidemia Conocida como Peste Negra, desde 1347 a 1350 azotó el continente europeo. A juzgar por la inflamación de los ganglios linfáticos, se trató de Peste Bubónica. Para algunos tratadistas hubo otras variantes: La peste septicémica, que dejaba sentir sus efectos sobre la sangre, neumónica. Si bien era posible que en algunas ocasiones el enfermo se recuperase de la primera, las otras resultaban casi siempre mortales. El ánimo de penitencia fue llevado a extremos increíbles. 

El movimiento flagelador creció en popularidad: los hombres, con los torsos desnudos, se fustigaban con látigos en señal de humildad frente al Juicio Divino. Debido a que el movimiento ganó adeptos y funcionaba al margen de la iglesia fue desautorizado por el Papa. En respuesta a esta corriente, algunos coetáneos se enfrentaron. La enfermedad era  impredecible e indiscriminada, los virtuosos no eran más inmunes a la muerte que los impíos, la vida, o lo que quedaba de ella,  se vivía al límite.

Leamos El Decamerón de Boccaccio, historias contadas por supervivientes exilados en Florencia, cuyos brillantes e impúdicos contenidos son un antídoto al miedo a la muerte inminente. Para aquellos que buscaban una explicación fácil de la expansión de la enfermedad, los culpables eran los habituales proscritos de la sociedad. En muchas zonas, los mendigos y pobres fueron acusados de contaminar al pueblo. En aquellas partes de Europa donde los judíos eran tolerados la violencia popular se volvió contra ellos. En diversas zonas del Sacro Imperio Romano Germánico y algunas ciudades suizas hubo masacres de judíos, acusados de envenenar los pozos, crimen que muchos confesaron bajo tortura. Es una primera forma de Guerra Bacteriológica, ejércitos de apestados, intentaban capturar las fortalezas enemigas catapultando los cadáveres dentro de la ciudadelas para infectar a los sitiados. Todo induce a pensar que la epidemia provenía de Asia, probablemente de la India, y que llegó a Europa como consecuencia de los tratos comerciales que las grandes potencias mercantiles de Italia sostenían con el próximo Oriente. Hay quien afirma que fue la tripulación de un navío genovés, la que habiéndose contagiado en Kaffa (Crimea), introdujo la enfermedad en el occidente europeo. Desde Italia, la peste alcanzó en 1348 la Provenza, el Languedoc, La Corone de Aragón, Castilla, Francia y el centro de Europa. En los años siguientes (1349 –1350), se extendió por Inglaterra, el norte de Europa y Escandinavia.

Sólo regiones muy concretas pudieron escaparse total o parcialmente a sus devastadores efectos: Los Países Bajos, el Béarn, Franconia, Bohemia, y Hungría. El descenso demográfico fue en algunas zonas realmente terrorífico. En China y en la India, la peste produjo una mortandad entre el 60 o 90%, los pulmonares fueron del 100%, Los cronistas de la época nos hablen que desapareció una cuarta parte, la mitad, o incluso nueve décimas partes de la población. Hoy por hoy, si bien todos los historiadores aceptan que la peste negra tuvo consecuencias a todas luces evidentes, no existe, sin embargo, unanimidad en el momento de señalar su importancia como forjadora de la profunda crisis económica y social que padeció Occidente a finales de la Edad Media.

La consecuencia más importante fue la agraria: abandono de granjas, disminución de precios agrícolas. En Alemania, el 66% de las explotaciones agrícolas perdieron a sus antiguos dueños, solo el 17% se mantuvieron el mismo. El abandono de las explotaciones agrarias afectó primordialmente a aquellas que se encontraban aisladas. En Rusia, la Peste Negra estuvo precedida por diversas catástrofes (heladas, graves epidemias, sequías e inundaciones) hizo que sus consecuencias se dejaran sentir con una virulencia excepcional. Se pensaba entonces que los monjes mendicantes, los peregrinos, los soldados que regresaban a sus casas eran el vehículo para la introducción de las grandes epidemias de un país a otro. Esto pudo ser en parte cierto, pero sin duda el comercio fue más peligroso, ya que los barcos llegaban a puerto descargaban, junto con las mercancías, las ratas y pulgas, infectadas, procedentes de países donde la enfermedad era endémica. La población de Hungría pasó de dos millones de habitantes a más de tres y medio. Ello se debió a que la peste no fue precedida por el hambre, y el país no tenía puertos marítimos (lo que hacía más difícil el contagio), y a la población Húngara perteneciese al tipo de sangre «B» que es más resistente que el «A».  A mediados de 1348, la peste Negra amenazó el reino de Castilla, donde, a consecuencia del contagio falleció el propio monarca Alfonso XI cuando se hallaba sitiando la plaza de Gibraltar. Para hacer frente a los efectos devastadores en la economía y el orden social, en el reino de Castilla, Pedro I reunió cortes en Valladolid año 1351, una de las consecuencias del retroceso demográfico fue, el aumento de precios y las reivindicaciones salariales de los campesinos y menestrales. Ello obligó a la monarquía, a fijar el precio a los jornales del campo y los salarios. Todo esto provocó la disminución de las rentas señoriales y la petición al monarca de exenciones tributarias. En un sentido paralelo, la disminución de ingresos impidió a amplios sectores de la burguesía urbana hacer frente a los préstamos. La peste negra marca el fin de la época agraria, y el comienzo del predominio de la ciudad. En síntesis, la Peste Negra constituye una de las mayores catástrofes demográfica que registra la historia de la humanidad.

Isaura Díaz Figueiredo