Siempre fue un dilema entre los taurinos, un tema controvertido que dispara los gustos, unos a favor, otros en contra: las escuelas taurinas.

Desde que en los setenta se abriese en la Venta del Batán de Madrid la primera escuela oficial, muchas han abierto a lo largo de gran parte de España. Por aquél entonces la Comunidad madrileña apostó por el proyecto, donde Enrique Molinero, Enrique Martín Arranz y José de la Cal ponían sus esfuerzos para sacar a flote aquella propuesta taurina. Todo aficionado con memoria recordará los primeros alumnos que afloraron como emergentes toreros: José Cubero «Yiyo», Julián Maestro, Lucio Sandín, Ramón Lucero «Lucerito», Fernando Galindo, Rafael Perea «Boni», y otros muchos.

Aquella generación inicial trajo otras muchas hasta llegar al presente. «Yiyo» fue figura hasta su muerte en Colmenar Viejo provocada por «Burlero» de Marcos Núñez; luego llegó Joselito, El Fundi, Miguel Abellán, César Jiménez entre otros. A pesar de ello, muchos taurinos discreparon de las escuelas. Se escudan en la similitud estilística de todos ellos. Aunque en nada se parecen El Fundi a Joselito o a Miguel Abellán. También dicen que jamás podrá salir de una escuela un «fenómeno» como El Cordobés (padre), ni toreros del corte de Curro Romero y Morante.

Pero no dicen las cosas positivas: que los alumnos adquieren una técnica más que potente para defenderse ante los toros. Si miramos estadísticas de los años anteriores al desarrollo de las escuelas, veremos la cantidad de cornadas que todos aquellos toreros autodidactas sufrían, y por el contrario si analizamos los toreros posteriores surgidos de las escuelas, caeremos en la cuenta de su mayor seguridad ante los astados.

Tampoco se valora la formación cultural de los toreros de escuela. Para permanecer en ellas se ha de tener  un buen nivel académico, por tanto siempre saldrán profesionales con alto rango en sus estudios. Aparte, recibirán una disciplina que les hará pensar y sentir el toreo cada día. Otra de las ventajas, consiste en arropar al alumno en su etapa de becerrista, le predisponen a torear en plazas concertadas junto a alumnos de diversas escuelas. En otros tiempos se lanzaban a cualquier aventura, podían tratarse de capeas con toros durísimos ante la hostilidad de los públicos, o bien asaltar fincas ganaderas con la consiguiente peligrosidad que eso conllevaba. Por suerte todo eso acabó, aunque luego como novilleros con caballos sufrirán de lo lindo para poder torear, salvo que sean hijos de algún ex-torero o tengan relación directa con algún ganadero o empresario y entonces sí tendrán más opciones.

Si Madrid fue la pionera y produjo grandes toreros, en la actualidad sería Extremadura, mejor dicho la escuela de Badajoz que lidera Luis Reina, donde más toreros están cuajando: Perera, Ferrera, Talavante, Israel Lancho, Posada de Maravillas, Rafael Cerro, Emilio de Justo, Garrido, Ginés Marín y un gran ramillete de novilleros actuales.

Siempre me pregunté el por qué todos los alumnos desean ser matadores de toros, y emular a los Juli, Manzanares o Morante. En el toreo no sólo es protagonista el matador, están los banderilleros, picadores, mozos de espada, etc. Hay lugar para todos, y sin embargo el foco sólo parece iluminar al torero como jefe de cuadrillas. En eso, posiblemente los profesores que son los mejores conocedores de sus alumnos podrían sugerir las mejores salidas profesionales en consonancia de las habilidades  y talento de cada uno. Son pocos los casos, como el del portugués Joao Ferreira, iniciado en la escuela de Víctor Méndes, que desde su ingreso en dicha escuela sólo deseó ser banderillero, alcanzando una gran brillantez en sus últimas actuaciones en plazas españolas y francesas.

Y si al final, estos aspirantes a la gloria taurina no consiguieran sus propósitos, siempre les quedarán los valores éticos, la formación como personas de recia solvencia moral; hoy que precisamente el personal no anda muy sobrado de todos estos valores.

Fotografía: José Mari Ortín, profesor de la escuela de Murcia, en una charla previa al paseíllo de su alumnado.

Giovanni Tortosa