Cada vez que oímos el nombre de Borgoñés nos resulta imposible no asociarlo a El Cid. El Cid y Borgoñés. Borgoñés y el Cid. El entorno, posiblemente de los más diferentes de superar en cuanto a belleza: la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, joya de la arquitectura, cuya construcción data de 1765. La fecha del hito: 19 de abril de 2007. Supuso la consagración de un torero esperado e idolatrado por la afición sevillana y madrileña, antes de que cayera en el pozo. ¿Y de Victorino? Nada que ya se supieran. Cuentan los que allí estaban presentes que fue una tarde cumbre, de las de verdad. Se puso en manifiesto la compenetración entre torero y ganadería, de ésas que no embisten, como saben ustedes. Toro de casta, toro de bravura, lo cual siempre supone conlleva a una incesante emoción.

Salió el que llevaba por nombre tierra francesa, parte de la que fuera insignia nacional de España en tiempos de los Austrias, apretando con los riñones y arrastrando su afilado hocico de rata por el albero alcalareño. Siguiendo la franela del sevillano, desde el embroque delantero, hasta el final de la cadera: lo que hoy denominarían hacer el avión.

Llegó la hora de la verdad para el cárdeno, que a diferencia de los de a pie, es la de varas. Tomó una primera vara, empujando con un solo pitón y por los pechos, cayendo al del castoreño. Saliendo arrastrando aún más el hocico si cabe. Se le colocó en corto para la segunda: ¡qué poquito gusto! Fue prácticamente un simulacro, saliendo de la suerte repuchado. Como ven, no solo se ha devaluado el primer tercio en las ganaderías comerciales.

Y llegó el tercio de muerte. Fue tal el comportamiento encastado del toro, que el público extasiado llegó a pedir el indulto para el animal, manteniéndose, gracias a Dios, el Presidente en su sitio. Años después ese criterio decaería estrepitosamente. Sin embargo, “a los que es del César, para el César”. Galopó en la muleta, arrastrando el morro como si su objetivo fuera el de arar, tuvo un extensísimo recorrido. Siguió las largas series de mano baja de su matador, con la muleta siempre en su sitio, colocación excelsa… en fin, como se torea y como enviste un toro bravo. Fue con la proverbial zurda del de Salteras cuando llegó el hecatombe: toreo de erguida figura, muleta rastrera… Estocada defectuosa, que no fue impedimento para que el usía sacara a relucir los dos moqueros blancos y el azul.

A modo de anécdota, el segundo toro del lote del Cid (el quinto de la tarde), encastado y orientado, al que cortó una oreja, se llamaba Baratero.

Autor: Juan Infestas Perez