Tarde de emociones en Sevilla. Contrapuestas, en gran parte de ellas. He querido recoger en el título una síntesis de todas ella. Sé que no es atractivo, pero no sé cómo resumirlo mejor. En el primer cartel de clavel, tres supuestas figuras del toreo fueron incapaces de colgar el “no hay billetes”. En Sevilla. Con menos de doce mil localidades. Más allá de esto, lo vivido ayer en la Maestranza es sinceramente preocupante. Toreo de salón por la falta de comparecencia de los astados. Saltaron al ruedo una escalera de corrida, del hierro de Garcigrande. Seis animalillos de escaso trapío, salvo el sexto. Podridos por dentro: mansos, sin poder y sin raza. Sin embargo, la presidencia deseó premiar semejante podredumbre con una vuelta al ruedo.

Abría la tarde Morante de la Puebla. El sevillano volvía a su plaza, que siempre lo espera. Dispuesta a entregarle el relevo de Curro, siempre tan añorado y recordado. Volvió Morante y con ganas, además. A su primer toro, que salió abanto, lo paró y recogió con el capote, para estirarse a la verónica. Cada una de ellas se superaba en belleza, siempre ganando terreno. El cigarrero conjugó brazos, piernas y muñecas, con el mentón encajado en el pecho. Deslizó sobre su cintura. Todo abrochado con una media de gran sabor, hierática. Hasta ahí lo único que pudo hacer el sevillano. Los dos novillos -digo, toros- se limitaron a defenderse con feos derrotes dada sus pocas fuerzas y su nula casta. El caso del segundo fue de escándalo: inválido llegando a la descoordinación. Mucho me temo que sus dos tardes siguientes se parecerán a esta. ¿La culpa? De él. Que se anuncie con toros de verdad.

La tarde se la llevó El Juli. Indiscutiblemente, constituye un zambombazo, al menos desde el aspecto numérico: tres orejas, en la temporada que parecía ser la de su entierro. Sorpresa: tres orejas por desvirtuar y reinventar los cánones. Imprescindible la ayuda del presidente que, con tanto afán de protagonismo, premió desorbitadamente el toreo de salón del madrileño. Nadie, a estas horas, es capaz de explicar el motivo de la concesión de la primera oreja. Sin embargo, la cumbre de la tarde llegó en el quinto toro, por llamarlo de alguna forma. Un pobre animal, sin trapío ni importancia, que se movió humillando por el ruedo. Julián López demostró ser, una vez más, el mejor semental de Justo Hernández. Llegó el torito al último tercio sin pena de gloria, con una sola embestida hasta el final en el capote de Montes, cuando lo sacaba del caballo. A partir de ahí, la faena ascendió. Y ese animalillo que a nadie ilusionó fue premiado con la vuelta al ruedo. ¿Mérito? Sí, del Juli. La faena fue el mayor homenaje que al (des)toreo actual puede hacerse. Toreo perfilero y expulsando la embestida, sin colocar correctamente la muleta. La explosión llegó con las sucesivas “norias”: el matador metido en el pescuezo, concadenando -que no ligando-, pase tras pase. Julipié, obviamente bochornoso, y la historia ya la saben ustedes.

Y cerró la tarde Miguel Ángel Perera que, inexplicablemente, sigue entrando en todos estos carteles. ¿A quién atrae ya? A nadie. Hubiera sido una tarde muy bonita para incluir a alguna esperanza, pero no. Se anunció Perera e hizo lo que lleva tantas tardes: aburrir. El primer toro se dejó, sin más. Pero sin menos. Perera anduvo despegado y ventajista. Mecánico. Nadie recordara nada. Mató el mejor presentado de los seis toros, que a la postre sería el más encastado. Hacía el avión, además de embestir con enorme codicia. Perera a lo suyo. El toro duró poco; poco en parámetros actuales, duró lo suficiente. Tampoco mentiría si digo que el toro se aburrió. Acabó harto, como todos. Mal con las espadas y a otra cosa.

Pésima tarde en Sevilla para la Fiesta, una más. Tiene mérito que no hayamos desaparecido, la verdad. Recordaré tres cosas: el capote de Morante, la cuadrilla de Perera y una barata Puerta del Príncipe al toreo de salón.

 

Por Francisco Díaz.