Más de un cuarto de entrada registró la plaza más grande del mundo en una corrida que por las fechas parecía no llevaría a tanta gente. Las navidades suelen hacer que los capitalinos se desplacen a diferentes ciudades del país y del extranjero para vacacionar, pero sin duda ha sido una gran sorpresa.

Ir a los toros y ver una corrida de toros, de verdad que ya paga el boleto. Se lidiaron toros perfectamente bien presentados de la ganadería de «Enrique Fraga» con edad y trapío, los cuales sólo segundo y cuarto dejarían algunas dudas entre los presentes. Sin ser tan extraordinarios como lo fue el indultado en la primera corrida de la temporada «fantasma» del mismo hierro, han permitido todos el lucimiento de los tres rejoneadores y de los dos grupos de forcados.

El rubio potosino Jorge Hernández Gárate denota una total madurez. De ese Niño que recibió la alternativa, al caballero en plaza en que se ha convertido,  ha pasado más de una década.

Con mucha seriedad, con aplomo, serenidad y entrega, sabiendo que el primero de la tarde soseaba, fue hilvanando las hebras de oro para bordar una bella filigrana cubierta de valor y de una buena doma de tres grandes caballos. Ese balanceo perfecto con el que ejecuta los violines, causó un fuerte efecto entre la concurrencia.

Y es que como ese mantón, Jorge comenzó a recamar los hilos, formando una bella flor en la blanca tela. Y eran esos filamentos, las colas de sus caballos cosidos a los pitones, tan de cerca que llegaron a enredarse tocando las grupas con intención.

Pero el mantón no tuvo el sello final y escuchó solamente palmas.

En el segundo toro, un emotivo astado, hubo, mucho más sereno y en ese clasicismo Lusitano que lo caracteriza, de brindar con un buen jerez.

Estas son épocas es donde el «Pedro Ximénez» se acostumbra mucho, pues es de un elegante y perfumado toque para maridar con los llamativos postres invernales. Y es que si bien Jorge ya nos había abierto el apetito con un refinado aperitivo y una entrada sutil pero corpórea, tenía que acompañarnos con una suculenta faena que provocó las delicias de quienes nos encontrábamos en el tendido, con dramatismo y profundidad, con entrega y belleza, con erudición y conciencia. Y es que rozaban los pitones el aura de las grupas de sus petisos, conmoviendo a la parroquia para ir como en una sinfonia que llega a su climax, ascendiendo en la intensidad y en la escala para vibrar la nota alta con una perfección extrema. Esa agudeza del violín que dejó su tañer en los oídos. El «Noé», Pedro Ximénez se elabora con la uva del mismo nombre y su mosto es rico en azúcares. Denso, de final largo y sabroso en boca, es, como dice la propia D.O. «un postre en sí mismo».  Envejece mediante el método de criaderas y soleras, utilizando en este caso barricas de roble americano, durante más de tres decenios. Un vino único e inconfundible y en que en la misma viña se realiza el «soleo» sobre redores de esparto, el proceso que se conoce también bajo el nombre de pasificación. Hecho de uva pasa, color ébano y notas especuladas de café que nos traen recuerdos de ciruela e higo que nos dejan en la boca esa sedosidad de lo que ha sido una gran cata. Y hoy de Hernández, una gran tarde. Recibió una oreja tras un certero golpe de descabello que algunos despistados protestaron, pero definitivamente, con mucho peso.

Emiliano Gamero es sin duda un rejoneador controversial, con una gran personalidad y estilo propio.

Con una cuadra muy variada nos regaló dos obras de muy diferente valía que levantaron el ánimo de la afición que salió de la plaza satisfecha por haber podido disfrutar de un espectáculo muy interesante.

Y es que Emiliano venía de un rompimiento, anunciado apenas 20 horas antes, finalmente es el desenlace de una historia que por más breve que haya sido deja una huella. La decepción de la argucia se tradujo en emociones. Como las que lo han acompañado durante toda su trayectoria.

-«Cuando me encontraba en el púlpito, me sentía como quien desde una oscura cueva subterránea vuelve a salir a la plena luz, y es maravilloso pensar que, desde ahora, predicaré el Evangelio por todo el mundo». Fueron las palabras del gran Vincent Van Gogh, el máximo exponente del Post impresionismo, quien fuera completamente autodidacta y cuya vida estuvo llena de altas y bajas, haciendo sacrificios y cayendo en el camino para tener que levantarse con el único apoyo de su familia.

Emiliano sin duda siempre es una nota importante. En ese andar ha tenido tropiezos que le han llevado de la gloria al infierno y tras los que ha estado siempre dispuesto a superarse. Y es eso lo que le da expresión, la más sublime. Y es que este año ha atravesado los mares para dejar en alto su bandera como un Evangelio taurino que lleva en su alma.

Porque en su primer toro hubo un cúmulo de sensaciones, manifestó su caminar con una gran variedad de suertes y cómo «la noche estrellada» del neolandés que a pesar de dejarnos una bella imagen, nos rompe en nostalgia por sus colores fríos y dramáticos. Fallando en la colocación Emiliano nos dejó ávidos de ver la conclusión de un cuadro de antología.

Su segundo, quizá el negrito en el arroz tuvo movilidad pero violencia y se emplazó desde el primer tercio mismo que el rejoneador abrió recibiendo altivo con la garrocha y reviviendo esta campera suerte que hoy por hoy tenemos mayor oportunidad de ver en el mundo taurino.

Y volviendo al holandés, es quizá de sus obtas más vivaces y esplendorosas la selección de  «Los Girasoles» que plasma las etapas de la vida de la flor, con trazos fuertes, agresivos y con pequeños toques salteados, como la faena de Gamero, que buscó todos los ángulos de su enemigo clavando esta vez, sí, en lo alto. Tanto así que dicha obra de arte se vio plasmada en el morrillo del toro cuyos pétalos iban marchitando conforme la emocionante lidia del mismo. Quitando la cabezada a «Padilla» con el que clavó en las tablas casi como un cazador con la mira en el gran ciervo negro. Lleno de colores, de formas perfectas y de pasión fue el desempeño del capitalino que recibió una merecida oreja en un segundo rejón de muerte.

El colombiano Andrés Rozzo cayó de pie en esta plaza. Tuvo una conexión muy especial con el tendido que le jaleó fuertemente en cada uno de los actos que compusieron su obra.

Y hablando de artistas del pincel al abrirse el telón salió un toro de pintura, un bellísimo ejemplar burraco que tuvo mucha bravura y al que Andrés ofició una sinfonía de grandes matices. Tocó todas las formas, en su mayoría correctas pero con lamentables pasadas en falso, que iban enfriando a la concurrencia que hoy tenía ganas de emocionarse hasta la médula. Si bien aún no está definido el estilo del colombiano, tiene sendos toques clásicos, que a veces nos llevan al renacentismo pero rompe los esquemas. Con virtuosismo en su doma, las notas salen del pentagrama. Una cuadra espectacular en su mayoría perteneciente al criadero del que fuera rejoneador, Francisco Barona, nos regaló el primer movimiento «allegro» en que la bravura del de Fraga pusiera el ambiente para que el creador fuera dirigiendo la orquesta. Salvo lo antes dicho en cuanto a los fallidos intentos de clavar, se logró una emotiva «sonata». Únicamente fue reconocido con la vuelta al ruedo pese a la fuerte petición de oreja.

Su segundo habría de erizar los sentidos, con la alegría puesta por delante y transmitiendo en casi dos rotaciones a la circunferencia que calentaron si duda el frío que calaba hasta los huesos de los que expectantes buscaban aplaudir a los de a caballo. Y quizá la manera más sencilla de entender una sinfonía sea escuchar a Beethoven. Cualquiera que sea posee las formas correctas y los «tempos» precisos. El tema y sus variaciones, el scherzo (movimiento ternario, antes minué y trío) y finalmente un rondó. Y sin adentrarnos mucho en la descripción fueron los tonos de la escala que Rozzo instrumentó. Quiebros perfectamente ejecutados vocalizaron los coros del tendido. Una actuación importante, ante un toro muy importante que lamentablemente no culminó de manera correcta y el telón cerró sin volver abrir. Nos deja un susurro en el oído y esperemos tener prontas noticias de él.

El tema de los forcados es un capítulo aparte y merece toda una columna, ya que si hubo euforia y perfección en esta tarde, esa definitivamente se la debemos al profesionalismo, preparación, dedicación y amor a la fiesta de estos hombres. Que como en una danza primitiva seducen con su cuerpo de manera soberbia a los «uros».

Y es que el romance se traduce en poesía.  Las palabras se estremecen para salir a estallar en un alarido. Es que ese es un autentico orgasmo, es la lidia perfecta, el encuentro entre dos seres que a cuerpo limpio entregan su vida, su vehemencia, su delirio y alma en cada pega. Es que es la danza minoica, la virilidad expuesta, que humedece los labios y despierta los sentidos, que por segundos se convierte en esa pérdida de si mismo, en esa convulsión de cuerpo y espíritu, de sentido y de vida.

Esta tarde vimos seis estupendas pegas de cara con verdad, con entrega y delirio, que sin duda hicieron las delicias de todos los que estábamos presentes, erizando los vellos del más hermético y mostrando la real y verdadera pureza del toreo a la usanza portuguesa. También hay que destacar a los rabilleros, que fueron densamente ovacionados.

Francisco Borges del grupo de Forcados Amadores de Montemor ha pegado al segundo intento de forma espectacular al primero de la tarde, un toro por demás difícil para la suerte saliendo a saludar al tercio con mucha respuesta del respetable. Sin duda la escuela de estos hombres tiene un clasicismo más allá de un Da Vinci.

El segundo de la tarde corrió a cargo del cabo de los Forcados Mazatlecos, René Tirado quien ha demostrado de manera férrea que si bien en México es tan difícil tener una digna profesión cómo está, es completamente posible si tienes verdadero oficio y una disciplina ardiente. Casi desplazó el diámetro del redondel sosteniendo las embestidas agitadas del burel. Dio una merecida vuelta al ruedo, invitando al matador en turno a acompañarlo. Nadie se robó una vuelta.

El tercero de la tarde fue una auténtica cátedra. El portugués Joao de Camara se encargó de encelar como un dama galante a su amante, al de Fraga quien a pesar de que iba probando y terciándose, no escapó al sometimiento del Forcado. Dio una vuelta al ruedo de órdago para él pues la maestría salió a flote y nos dio una lección de bien torear, se hizo acompañar por el colombiano.

El cuarto de la tarde nuevamente fue una explosión de emociones. Un encuentro perfecto y cuando hay un toro en plaza es que cambia todo. Las emociones se desbordan porque el peligro es inminente, porque esa sensación de riesgo está presente en todo momento. Fue Carlos Tirado quien nos levantó del asiento con su entrega.

El quinto nuevamente nos sedujo. Y es que el diccionario se me acaba, las palabras faltan para poder expresar el dominio y la sensibilidad qué hay que tener para recibir a cuerpo limpio una embestida del que a mi personalmente, fue el ejemplar que menos me gustó del encierro, y al cual con una limpieza extrema, hubo de pegar Francisco Barreto

El que cerró plaza lo pegó el mazatleco Hiram Vega, quien con certeza, convicción y entrega cerró la tarde dejando en alto a su grupo. Aguantar en la cara de un animal que embiste con una potencia y fuerza desmedida es un acto de hombría y de mérito y este joven hizo las delicias de los aficionados que esta tarde han salido satisfechos y con un cúmulo de emociones.

Debería considerarse ésta corrida de rejones en una fecha más privilegiada pues han demostrado que el toreo a caballo y a cuerpo limpio dicen mucho en el tendido. Y seguramente los frutos serían mucho mayores para la tauromaquia.

 

Por Alexa Castillo.