Siempre nos quedarán lugares.

A lo largo de nuestra España, las fiestas patronales de los pueblos arrastran consigo a paisanos y foráneos de todo tipo de condiciones y edades. Procesiones, romerías, verbenas, bailes, pilones, misas, barracas, petardos y gastronomía, todo se celebra y todo se disfruta en un pueblo en fiestas.

En tema taurino, más de lo mismo, muchos pueblos tienen como motor principal y reclamo esencial al toro, mucho toro en la calle y mucho toro en la plaza. El día de la corrida es o era acontecimiento social de vecinos y paisanos. La charanga, el pasodoble, el desfile de las damas, el grito de susto de la señora y la puerta grande final de los toreros, ideal para salir a cenar y a continuar disfrutando de las diferentes actividades que se presten. Una auténtica celebración, sí, pero como todo, con sus luces y sus sombras.

Y si bien es cierto que ya en plazas de primera salimos muchas tardes algo sorprendidos y horrorizados por el trapío, por las condiciones de algunos de los animales echados de mala manera al ruedo y por ser testigos de algún que otro curioso espectáculo, en los pueblos no iba a ser menos, pero elevado al cuadrado, y desgraciadamente no es una novedad

Como  decíamos antes, todo tiene sus luces y sus sombras y, afortunadamente, en algunos municipios pequeños, desconocidos por muchos, -contados con la palma de una mano-recónditos y apartados el uno del otro sin tener nada que ver entre ellos, se puede encontrar y se puede volver a disfrutar de la Fiesta que nos contaron y prometieron, la Fiesta que muchos añoramos.

Calasparra está en el noroeste de Murcia, tierra de arroz y de denominación de origen, está cerca de Caravaca De la Cruz y de Hellín. Diez mil habitantes  -los mismos que entran y llenan la piedra en la plaza de Toros de Albacete-. Diez mil habitantes que disfrutan y celebran el fin del verano con una de las ferias de novilladas más bravas y serias del panorama nacional, que acuérdate tú de más de una y dos plazas de primera. Diez mil habitantes que se ríen de la depresión posvacacional hartándose a ver todo tipo de encastes desfilar y salir de chiqueros. Da igual un Albaserrada que, un Santa Coloma, como si es la de Miura, la de Dolores o la de Prieto de la Cal. Una auténtica maravilla. Y además, serios y con trapío, con un público agradable pero exigente, que mide bien cuando tiene que ceder su aplauso y cuando tiene que dar queja de algo, público que además disfruta y exige tercios de varas dignos y bien ejecutados, es todo bastante extraño.

También tienen encierros todos los días, bares taurinos para hacer la previa rodeados de cabezas de toros y divisas, coloquios y jornadas anuales alrededor de aquello tan clandestino y perseguido como es el torismo. No falta nada en Calasparra.

Diez mil habitantes decíamos, solo diez mil -las matemáticas o fallan o sorprenden-  y, el pueblo cuenta con cinco o seis peñas, asociaciones taurinas que funcionan y tienen movimiento durante todo el año. Grupos de aficionados que cuidan, miman y seleccionan, junto al ayuntamiento y  la empresa, la terna de novilleros -los que se prestan- y, lo que les va a salir a estos por chiqueros. Haciendo entre todos la autogestión, la famosa autogestión taurina tan cantada de la cual, pocos y afortunados municipios pueden disfrutar de ella y, puede que sea esto último lo que probablemente haya permitido que el sueño anteriormente redactado sea una realidad todos los inicios de septiembre en Calasparra.

Con una Fiesta a la deriva, cada vez más aburrida y tediosa, donde no paramos de escuchar a los taurinos decirnos lo que nos tiene que gustar y, lo que no, dónde sobra y no importa ni la variedad de encastes ni la variedad de comportamientos del toro lidia, siempre es un gusto toparse de frente con una localidad,  con un grupo de aficionados que van a contracorriente y que siguen apostando por aquella Fiesta que nos contaron y nos prometieron. La de los bravos y los valientes.

Por Pelayo Moreno