Primera corrida de toros de la temporada en Las Ventas de Madrid. Había ganas de toros, y eso se tradujo en la buena entrada: 15.364 espectadores fuera de abono. A este buen dato contribuyó, sin duda, el anuncio de la ganadería de Don Victorino Martín. Tres años consecutivos eligiendo tan complicada fecha. Cita que se parece consolidar, pese a los pobres resultados consultados. En la tarde de ayer, la decepción fue el sentimiento general de quienes abandonaron la plaza. Decepción por la nula casta y fuerza de los animales lidiados, bien presentados, en su mayoría, pero muy desiguales. Los toreros, de gran aliciente para el aficionado también, no fueron capaces de invertir el rumbo de la tarde. Se anunciaron Fernando Robleño, que venía de dejar un muy buen sabor de boca ante aquel gran “Navarro”; Octavio Chacón, llamado a ser el gran protagonista de las corridas duras; y Pepe Moral, de quien se espera siempre su mano izquierda.

Abrió la tarde un precioso ejemplar de Victorino, exquisitamente presentado: “Minorista”. Resultó ser, a la postre, el de juego más interesante: complicado por su casta y su inteligencia. Medía en cada uno de los cites, sabía lo que se dejaba atrás. No permitió el lucimiento capotero, como es habitual en su encaste. Se dejó pegar, sin más. Destacó Jesús Romero en dos buenos pares de banderillas, sobre todo, en el segundo, por todo lo que tuvo que esperarle al toro. Tomó la muleta Robleño sin verlo claro. Creo que nadie lo tenía verdaderamente claro. Tras intentarlo por ambos pitones, macheteó con gusto y mató con habilidad. El cuarto era un mulo, excesivamente grande. Fue machacado en el caballo. Castigado sin sentido: dos puyazos en la contraquerenciay uno en el caballo que guarda la puerta. Todos largos, duros y de mala colocación. Un sinsentido. La lidia transcurrió entre el escepticismo y el aburrimiento. Con la muleta, el madrileño conjugó distancias y alturas. Le buscó las vueltas. Así, logró extraer buenos derechazos ante un animal noble. Mató de un bajonazo.

Bajaba el trapío el segundo, más vareado. Chacón lo recogió en los medios y se lo llevó hasta tablas. Luego se lo sacó hasta los medios toreando siempre en beneficio del toro, sobre las piernas, lidiando. En el tercio de varas salió suelto. Volaron bien los capotes de Chacón y de Moral, por verónicas y medias. En la muleta, el “victorino” tendió a defenderse mediante un rebrinco final. Poco, o nada, ayudó la distancia corta que tomó el gaditano. Tal vez más distancia hubiera jugado a favor de las inercias y hubiera beneficiado al descastado animal. Por su parte, Chacón puso la predisposición, la voluntad y las femorales. Se enredó con la espada, cortándose, presumiblemente, los tendones. Se corrió turno y mató no el sexto, sino en sexto lugar el segundo de su lote. Bregó bien en el recibo con el capote, una vez más. Intentó lucir el toro en el caballo, que sangró mucho. Cumplió en los dos primeros puyazos, defectuosos. Descabalgó a Santi Pérez en el segundo encuentro. No se arrancó en el tercero y Chacón cambió acertadamente el tercio. Volvió a poner voluntad el coleta ante un toro que duró poco. Casta nula. ¡Oh, sorpresa! Mal con la espada.

Debo confesar que siento especial debilidad por la mano izquierda de Pepe Moral. Esperaba, con la ilusión de un niño, que hiciera volar los vuelos de su muleta al natural. Pero no. Para empezar tuvo dos toros imposibles para triunfar en Madrid. A ello hay que sumar la nula ambición que tuvo toda la tarde. En tercero y quinto. El primero, el peor presentado con diferencia, se arrastró por el ruedo. Totalmente inválido. No humilló y pegaba tornillazos intentándose defender. Moral tiró por la calle de en medio. El quinto era el otro toro de gran presentación del encierro. Precioso en hechuras, mas no anduvo sobrado ni de fuerzas ni de casta. No fue bien picado, como todos. En la muleta apuntó enorme clase, pero nada más. Cuando la tanda tenía que coger vuelo, el toro se desplomaba. Como tanto le gusta decir a Victorino: si se cae el toro, se cae la fiesta… Parece ser que eso solo le gusta aplicarlo a los demás. Pepe Moral tampoco apostó todas sus cartas: despegado y expulsando la embestida hacia fuera. El público a la contra. Para más inri, mitin con las espadas.

En definitiva, una tarde que caerá en el olvido colectivo. Aquellos toros que cotizaron por su casta, bravura, poder y fiereza son hoy, en demasiadas ocasiones, animalillos incapaces de tenerse en pie y de infringir el temor de antaño. Nada queda de aquellos. Poca esperanza podemos albergar, pues el ganadero no quiso reconocer sus errores ante los micros. Calificó lo ocurrido en el ruedo como un sinsentido. Culpando hasta al de las almendras y descargando sus cargos. Un sinsentido es, también, creer que la corrida fue la esperada por todos.

 

Por Francisco Díaz.

Fotografia Andrew Moore

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