Día de sol y luz en Valencia. Entre sus Fallas la gente se dirigía al coso de la calle Játiva con un runrún especial. El nerviosismo tomaba el ambiente. La ilusión y la felicidad por ver reaparecer un hombre que hace solo seis meses y dos días descendía al lodo. Y como Cristo, resucitó de entre los muertos. De ese infierno de la soledad y el fracaso, de la consecución de obstáculos y puñales a los que la carrera de Paco Ureña se ha sometido una y otra vez. Sin un ojo -ese sentido tan preciado por cualquiera que ame a la vida- el murciano regresó de donde nunca se debe ir: a la cara del toro.

Tras romperse el paseíllo, una atronadora ovación quebrantó el estado de psicosis e incredulidad que impregnaba el ambiente. Solo seis meses y dos días después, un hombre solo, un héroe capaz de derrotar a una fiera, con su capote y su montera en la mano salió a recibir, y a agradecer, una ovación al estilo de “mascletá”. Ahí se equivocó el bueno de Ureña, el agradecimiento es de nosotros a él, porque con sus delirantes, incluso suicidas, sueños nos estaba dando la vida.

Los derroteros que la tarde iba adoptando conducían indudablemente hacia la decepción, la impotencia y el cólera. El desfile de inválidos, tullidos, descastados -en definitiva, perros- generaba una sensación agria: no podía ser, tanto esfuerzo y tanta superación no podía frustarse por los caprichos de la tauromaquia postmoderna. Por suerte, Dios es buen aficionado. Salió “Malafacha” el toro más potable de lo que va de Feria. Un animal de bonitas hechuras y de alegre y profunda embestida. Cuando todos nos conformábamos con el sensacional, por ajustado y sincero, quite por gaoneras en el primero, llegaron las series en redondo de Paco, encajado y con la mano baja. Medio pecho por delante y la barbilla en el mismo, en perfecta conjunción. Cuando parecía imposible mejorar la obra, se echó la muleta a la zocata, a la mano de los billetes. Si sensacionales fueron por la diestra, cumbres fueron por la zurda. Un natural aún perdura en nuestras retinas, en nuestros corazones. Una excelente, por exacto y preciso, descripción de tan bello y puro lance. Búsquenlo: no puedo describirlo.

Ureña nos hizo rejuvenecer. Volver a creer en el ser humano. Engancharnos a esta droga que es la tauromaquia. Nos quitó la razón a muchos, al menos a mí, que creíamos que no iba a regresar. Y lo hizo con un poso extraordinario, dejando de lado ese manierismo que a veces acusaba, con el que perdía tanto la naturalidad.

 

Larga vida al héroe, larga vida al torero macho…

 

Por Francisco Díaz