Y llegó uno de los carteles más interesantes de San Fermín, se anunciaba uno de los triunfadores de San Isidro, Antonio Ferrera; El Juli y Pablo Aguado, la sensación del momento. Todo ello coronado por una ganadería de garantía, Victoriano Del Río. La poca casta del ganado, fastidió la expectativa.

“Curioso”, de Cortés, abrió la tarde, correspondiendo su lidia y muerte a Antonio Ferrera. En el recibo capotero, por templadas verónicas, el toro mostró su noble condición, sobre todo por el pitón zurdo. La poca casta y fuerza también quedaron patentes. Pasó entre algodones el primer tercio, en el que derribo a Antonio Prieto. La brega en el segundo tercio fue lamentable, digna de capea. El toro fue llevándose a las cuadrillas donde quiso. Si el pitón del toro era el izquierdo, Ferrera se empeñó a posar por el derecho, por el que salía distraído y era más breve su recorrido. Jugó con las querencias, aunque se basó en ese concepto suyo de medios muletazos. Mató a la suerte de recibir y dejó una estocada perpendicular y contraria. Otra oreja pudo cortar en el sexto toro, un animal manejable por ambos pitones. Ferrera estuvo como acostumbra: con su toreo forzado y poco natural, acortando las embestidas del animal en cada uno de los lances. Aprovechó, nuevamente, las inercias de la querencia. El toro, en los primeros compases, tuvo ritmo por el pitón derecho. A medida que avanzó la faena, mejoró su condición por el zurdo. Los momentos más jaleados llegaron por ese pitón. Erró con los aceros y todo quedo en una vuelta al ruedo.

Del segundo episodio de la tarde, poco se puede decir; solo que salió un animal inválido e indigno de morir en una plaza de primera. De ser en otra plaza, hubiera sido devuelto a los corrales. Embistió en el caballo, aunque ya había demostrado su debilidad. Hasta ahí. El Juli quiso insistir. Horrorosa suerte suprema. Una vez más. El quinto toro fue, sencillamente, impresentable. Como impresentable fue la concesión del trofeo. El animal derrochó nobleza y se mostró abanto en los primeros tercios. El único mérito de El Juli fue sujetarlo en la muleta. A partir de ahí, toreo ventajista: lineal y citando con el pico. Más derecho que en otras ocasiones, pero siempre de perfil, cuando no, citaba con el culo. Cerró con populistas circulares invertidos. Poco importó el trasero y atravesado “julipié” y los dos golpes de verduguillo, cortó una oreja.

Llegaba Pablo Aguado, cuando aún sonaban los olés de Sevilla. Sin embargo, su actuación no acabó de cuajar ni en uno ni otro toro, ya fuera por él o por culpa de sus antagonistas. El primero de sus toros fue un animal reservón y sin entrega, bien picado por Juan Carlos Sánchez. Dada las pésimas condiciones del animal, recibió demasiado castigo, sobre todo al soportar un tercer puyazo en el caballo que guardaba la puerta. Esbozó torería y naturalidad, pero con demasiadas precauciones y ventajas. Mató de estocada contraria. El sexto fue un toro soso y sin casta, si bien tuvo movilidad por el derecho. Con el capote estuvo templado, sin poder echar los vuelos como ha demostrado saber. En la faena de muleta volvió a predominar la torería del sevillano, con más ajuste que en su toro anterior sin llegar a bajar la mano. Por el izquierdo resultó imposible. El toro se quedaba corto y no humillaba, totalmente a contra estilo. El público pamplonica, al menos el sol, no conecta con este tipo de toreo. De media con derrame lo pasaportó al cierra plaza.

 

Por Francisco Díaz 

Foto Javier Arroyo