Fue una confirmación agridulce. Una apuesta en toda regla, a cara o cruz. Un mes y dieciséis días después de que tomara la alternativa, con solo cuatro corridas en su haber, hizo el paseíllo para confirmar en Las Ventas. Una decisión muy arriesgada que podía lanzar a la cima del toreo al incipiente matador de toros o encerrarlo en la más oscura de las mazmorras. Sin embargo, el sabor que todo teníamos al arrastrarse fue agridulce. El lote no fue el más idóneo para triunfar en Madrid con tan poco recorrido. Pero ahí dejó sus formas, su concepto: asentado de plantas, encajado y puro, con sentido del temple. Mora ha dado un torero y esperemos que la diosa fortuna le acompañe.

 

Confirmó la alternativa con “Gallego”, de Jandilla, cuya reseña solo quedará para los amantes de la estadística. Intercambió los trastos con Sebastián Castella, ante el testimonio de Emilio de Justo. Su primer toro estuvo marcado por la falta de fuerzas, rozando la invalidez. El toledano mostró sus aptitudes y, sobre todo, actitudes, consciente de la oportunidad que suponía esta tarde. En sexto, lugar lidió el toro de mejores hechuras y presentación de la tarde. Un animal que empujó en los dos puyazos, quizá el que más y mejor de lo que va de Feria: con fijeza, humillación y poder. Sin embargo, la casta no acompaño y las galopadas y fuertes acometidas de los primeros tercios se fueron diluyendo ante la indiferencia del público. Con tan poco material, solo pudo dejar pinceladas de su buen concepto.

 

Emilio de Justo hizo su primer paseíllo en esta Feria tan interesante que ha planteado: Jandilla, Victorino Martín y Baltasar Ibán. Sin embargo, esta no fue su tarde. No lo fue y él mismo lo reconoció. ¿La presión? Espero que no. El primero de sus toros fue uno de los toros más potables de la corrida. Tuvo cierta casta, aunque el lastre de la falta de fuerzas. De Justo se situó más al hilo de lo que en él es habitual y atravesó la muleta en el cite, embarcando la corrida con el pico. Se pasó la embestida más lejos que en otras ocasiones y excesivamente lineal. Destemplado, también. Una versión muy distinta a la de Sevilla. Con el quinto no pudo hacer nada. Se estampó contra un muro.

 

El mejor lote de la tarde correspondió, otra vez más, a Sebastián Castella. Un primer toro que se movió sin más, al menos, dejó estar como dicen los modernos. El cuarto fue el más encastado de la tarde. Sin embargo, Castella aplicó el mismo tipo de faena a sus dos antagonistas. Con inicios muy explosivos y que metían rápidamente a la gente en la faena, con pasajes del péndulo. Luego las ventajas y precauciones, excesivas todas ellas, y esa carencia de ambición y de alma en sus faenas hicieron las corridas insoportables. Fue una pena ver cómo el segundo de su lote se iba de camino al desolladero con las orejas puestas. Castella lleva mucho tiempo así, aunque el año pasado se le regalara una Puerta Grande.

 

Por Francisco Díaz.