Por Luis Cordon. Fotografia Andrew Moore

El catorce es un número que puede tener varias representaciones y significados. Catorce son el número de estaciones que tiene el Vía Crucis que se hace en Semana Santa. Catorce es el número atómico del silicio. Catorce son los trozos en los que fue dividido Osiris, según la mitología egipcia. Catorce son los días que tarda en crecer la Luna hasta hacerse llena. Catorce son las palabras que componen la frase del supremacista David Lane.

Catorce son también los toros que ha lidiado Victoriano del Río en esta feria de San Isidro 2018. Catorce, ahí es nada. Catorce toros que han sido catorce espantajos descastados, inválidos y aborregados. Bueno, trece espantosos. Se salva de la quema aquel lidiado por Ginés Marín en sexto lugar en eso de la Corrida de la Cultura. Trece mojones en total, tantos como Copas de Europa tiene el glorioso Real Madrid. Y uno, solo uno, que dio la talla. Cosas que tiene lo de criar toritos a modo para que los importantes del escalafón se explayen y disfruten una barbaridad haciendo eso del se torea mejor que nunca. Ellos sí disfrutarán, pero el que paga la entrada y, a cambio, solo recibe toretes chicos, feos, inválidos a más no poder y profundamente tontorrones… Pues ese ya disfrutará menos. Me atrevería a decir que incluso hasta se cabrearía, y no sin razón. Pero ese, como solo cuenta para aflojar la caponata en la taquilla, no tiene derecho ni a estornudar.
¡¡Qué tarde, ganadero, qué tarde la de sus toros!! Tan mala, inválida, descastada, malamente castigada en el primer tercio y sin codicia por pelear en el caballo como lo fue la de hace algunos días. Igual, eso les puede servir a los grandes en otras plazas, para que se inventen un toro, para que hagan gala de su maestría y cátedra (en enfermería, como mucho), para que estuvieran cunvre, y para que se repartieran la casquería como el que reparte caramelos en la puerta de un colegio. Pero en Las Ventas… Bueno, en Las Ventas, visto lo visto en esta feria y más concretamente en esta misma tarde, también, qué puñetas.
El cartel de espadas para dar cuenta de semejante bochorno de encierro, se ve que cuando fue confeccionado no se le iluminó la bombilla de las genialidades que lleva incorporada en las neuronas Monsieur Gafapasta. Si no, nos lo encasqueta con el sobrenombre de Corrida de las tres gracias, Corrida de los tres guaperas, Corrida del Salsa Rosa, Corrida de la pasarela Cibeles Corrida de los Action Men. Sebastián Castella, José María Manzanares y Cayetano, no necesitan mayor presentación.
Castella, el hombre, hizo el esfuerzo de estar aquí esta tarde con el tobillo hecho polvo a consecuencia del porrazo que se llevó el otro día en este ruedo. Se notó bastante que no estaba bien ante el toro que abrió plaza, una babosa inválida que no tenía más faena que matarla con el mayor decoro posible, pero con el cual se empeñó tozudamente en imponer su monofaena tirando líneas a media altura, hacia fuera y la mayoría siendo atropellados.
El cuarto se desplazó con una suavidad de ensueño, ideal para emborracharse a torear. Castella, a su manera, se valió de ello. Pendulazos desde los medios para comenzar la faena, para continuar con muletazos suaves que, más que tirar de la empalagosa embestida del animalico, la acompañaban y eran rematados fuera y haciendo uso excesivo del pico. Después, lo de siempre, se acortaron cada vez más las distancias, relucieron los banderazos quedándose en el sitio, los circulares esos haciendo del torete un tío-vivo… Y para finalizar, algunos pinchazos que le hicieron perder nuevo triunfo. Hasta el año que viene, Sebastián.
Con José María Manzanares no merece mucho la pena explayarse. Dos babosas le cupieron en suerte, y a ambas les hizo las mismas cosas: cites desde Manuel Becerra, pico, pierna retrasada, posturas, paseítos como si el ruedo fuera una pasarela de moda, vulgaridad, apatía… Hasta el año que viene, Chemari. 
 
Y el tercero en discordia, Cayetano, a quien se quisieron llevar en volandas, aun dejando la plaza de Madrid más hundida de lo que de por sí está ya. Qué importará el prestigio y la seriedad de esta plaza cuando se llevan dos o tres ginc-tónics digeridos… Ante el tercero de la tarde estuvo más bien inhibido con el capote en mano, y comenzó su faena pegando trapazos sentado en el estribo, rematando este inicio con algunas cucamonas, ya puesto en pie, pasándose al toro a kilómetros y teniendo gran acogida todo ello en los tendido, llegando a predominar las voces femeninas.
La faena de Cayetano se puede resumir en una colección de medios pases rematando al toro con un exagerado latigazo muy hacia fuera, tanto que entre muletazo y muletazo tenía que rectificar terreno y darse cuatro o cinco pasitos para volver a estar colocado. Ni dos consiguió ligar. Mucho menos correr la mano mandando sobre la suavona embestida del bichejo. Pero poniendo unas elegantísimas y finas posturas que le daban un gran toque de plasticidad a tan vulgar y pegapasista quehacer muletero. Y para rematar, estocada tendida, caída y atravesada, pero que entró hasta los gavilanes, que cuenta más que la colocación. Y petición, minoritaria, pero petición. Y don Trinidad López-Pastor Expósito, presidente del día, en ese momento debió de soñar despierto cómo le caía encima toda la retahíla de improperios que gastan los pesebreros cuando no se dan orejas, sumándose a esto que a los mulilleros se les iluminaron los ojillos con la $ cuando vieron que había pañuelos, dándose un rodeo tremendo para ir a recoger al toro y haciéndolo a paso de costalero. Y despojo al canto.
Despojo que, ante la nube de protestas y abucheos que inundaban la plaza, tardó en recoger Cayetano, parado a dos metros del alguacilillo mientras miraba desafiante al sector que protestaba tan vergonzoso despojo, «esperando a que amainasen las protestas por algo que he merecido», vino a querer decir ante el pagafantas de turno con carné de periodista. Esa chulería, ante el toro oiga.
Al sexto se fue a recibirlo a Portagayola, y de nuevo las dicharacheras voces femeninas volvieron a inundar el ambiente. Más aún cuando llevó al toro al caballo con un preciosista, que no precioso, galleo por chicuelinas, e intentó realizar, con más bien poco éxito, el Quite de Ronda; y ya no digamos cuando plantó las rodillas en el albero para comenzar la faena de muleta. Se mascaba en el ambiente otra puerta chica que hubiera colmado el vaso de la poca seriedad que hay en Madrid, pero la condición mansa, abanta y rebrincada del toro, sumada al incompetente trasteo de un Cayetano que no consiguió meter al oponente en el canasto, ni someterlo ni tirar de él, dejó en agua de borrajas tal cosa. Mató, para hacer honor a la sangre, de estocada rinconera, y ni por esas dejaron de asomar algunos pañuelos. Madrid, quién te ha visto y quién te ve.
Iván García colocó un extraordinario par de banderillas al tercero y corrió a una mano, de punta a punta de la plaza, al sexto, desatando una fuerte ovación. También se las llevaron Rafael Viotti y José Chacón por los pares y la brega, respectivamente, al cuarto. Y José Doblado agarró un buen puyazo al primero. Entre tanta sed de triunfalismo y poco respeto a la plaza de Madrid, sobresalen en muchas ocasiones detalles toreros de verdad.
Por Luis Cordón