Antonio Lorca

 

Parecerá extraño un elogio a Simón Casas, pero así debe ser cuando sus acciones lo demanden; pero un elogio comedido, eso sí, porque no es el empresario de Madrid un héroe de la tauromaquia, de esos que podrían jugarse la vida en aras de una revolución necesaria.

Pero obra suya es la aparición del sorteo del bombo en la fiesta de los toros; una locura, una temeridad, un sueño irrealizable hasta que se le ocurrió a este señor francés con cara de cowboy malo del oeste americano. Y no se derrumbaron las columnas del tempo ni hubo catástrofe. Gustaron los carteles de la Feria de Otoño, motivo por el que la afición esperaba con ansiedad la repetición de la jugada en San Isidro. Casas así lo prometió y ha cumplido su palabra.

Bueno, la ha cumplido a medias, con un bombo para diez ganaderías y diez toreros de un total de 34 festejos que componen el ciclo madrileño. Poco es, sin duda; se esperaba más del gestor francés, pero qué duda cabe que se ha abierto una rendija en el cerradísimo mundo de los toros.

Y he aquí el elogio: Casas es el primer empresario taurino de una plaza de primerísima categoría que se atreve a romper esquemas del pasado; que se atreve a innovar, aunque sea poco a poco, temerosamente, pero su decisión es un viento de esperanza para esta fiesta tan amodorrada y aburrida.

Diez bolas para diez ganaderías de postín (de las preferidas por las figuras) y otras diez para los toreros que elija la empresa entre todos los que acepten el juego no es gran cosa, pero puede y debe ser el inicio de un camino distinto en la gestión de las ferias de este país.

Si Las Ventas es el referente mundial de la tauromaquia, lógico sería que el ejemplo de Casas lo siguieran otras plazas, y en primer lugar las que gestiona el propio empresario, tales como Valencia, entre otras, por ejemplo.

Y si el señor Casas ejerce con autoridad la presidencia de ANOET (Asociación Nacional de Organizadores de Espectáculos Taurinos), bueno sería que tratara de convencer a sus compañeros de que algo hay que hacer, y a toda prisa, para que el enfermo no muera irremediablemente.

Porque el problema es ese: que la tauromaquia anda perdida, noqueada y sin rumbo, víctima de los furibundos ataques externos, la desidia y el abandono político, el egoísmo y la irresponsabilidad internos y la desilusión de los aficionados.

La tauromaquia necesita de una medicina milagrosa que la reanime y le permita mirar el presente y el próximo futuro con ciertas dosis de esperanza.

Por eso, sea bienvenido el bombo y cualquiera otra idea que zarandee el negocio taurino y permita atisbar que es posible la recuperación de una fiesta que hoy no goza de una salud envidiable.