Antonio Lorca

No todos los seres humanos somos iguales ante la ley de la vida. No. Y si la duda surge, la tauromaquia ofrece pruebas concluyentes de que no todos los que visten el traje de luces cuentan con las mismas opciones en el difícil y tortuoso trayecto de sus carreras.

No basta con las condiciones innatas, ni el apoyo familiar, ni el consejo de un buen asesor… No basta con el esfuerzo, la constancia, el sacrificio o la pérdida de la juventud en aras de una vocación venenosa como es el toreo para la mayoría de ‘locos extraterrestres’ que intentan alcanzar la felicidad y la gloria delante de un toro. No bastan un triunfo ni la complacencia de la más exigente afición.

Siempre estará el toro, ese ‘personaje’ irracional que reparte a su modo papeletas de sitio para el éxito o la desesperación Y la suerte, esa extraña dama que, sin razón aparente, de unos se enamora con pasión y a otros denigra hasta la derrota final.

El argot popular lo ha explicado siempre con claridad: unos nacen con estrella y otros nacen estrellados. Es el destino de cada cual, se admite y concluye.

En fin, que no a todos los toreros se les debe juzgar con el mismo código porque muy distintas pueden ser las circunstancias con las que tengan que lidiar cada día.

A pesar de todo, a los héroes se les identifica por su capacidad para modificar sustancialmente su estrella o el camino empedrado que la vida les presenta.

No siempre es verdad que el toro pone a cada uno en su sitio; ni en el toreo ni en la fontanería. Los derroteros de la vida son más complejos.

Es el toro, sí, pero, también, las heridas del cuerpo que producen las cogidas, y las del alma, menos sangrientas, pero, casi siempre, más dolorosas y de difícil curación.

Es la hora de tener un recuerdo afectuoso para muchos toreros grandes, muchos de ellos anónimos, auténticos héroes atribulados por la mala fortuna, seres humanos mil veces caídos y siempre vivos, dispuestos a seguir, a cambiar el destino o su desdichada mala suerte.

Entre todos ellos, destaca hoy un referente de la vocación torera, otra vez apaleado por la mala fortuna, otra vez rotas sus ilusiones, otra vez obligado a empezar de nuevo, a hacer acopio de ilusión, a volver a la casilla primera, a luchar como si acabara de saltar al ruedo.

No es justa la vida con Saúl Jiménez Fortes, el torero malagueño a quien las graves secuelas de una cogida en la Feria de Otoño pasada, le fuerzan a pasar de nuevo por el quirófano, y, lo que es peor, a cortar la temporada, lo que significa hacer añicos sus planes y esperar una eternidad para volver a empezar.

Comenzará la temporada, sus huecos en Fallas, San Isidro y otras ferias los cubrirán sus compañeros, y su nombre pasará al cajón del momentáneo olvido.

No es justo.

Desde aquí, el máximo respeto y la admiración profunda hacia Fortes y a los que como él luchan cada día contra un destino injusto.

Desde aquí, el deseo sincero de que el hombre se recupere cuanto antes y el torero vuelva con la misma fuerza con la que ha convencido a todos.

Fortes, como otros, es un héroe, y la tauromaquia le guardará su sitio. Sin duda