Antonio Lorca

La Feria de Abril de Sevilla de 2019 es bonita y rematada, pero no ilusionante. Es la misma de años anteriores, con idénticos protagonistas, los mismos toreros y los mismos toros. Es el remake de ferias anteriores, sin novedades destacables, con presencias exageradas y notables e injustas ausencias.

Y surge la pregunta: si ferias como esta no han impedido que disminuya el número de abonados, ¿por qué espera el empresario que ahora nombres tan repetidos y conocidos como El Juli, Manzanares, Morante y Roca Rey obren el milagro de que sea interminable la cola en las taquillas?

No debe ser nada fácil en estos tiempos plantarse ante el folio en blanco para diseñar una feria como la de Sevilla. No, no debe serlo. Sobre todo, cuando el responsable de la idea no destaca por su atrevimiento, ni por su capacidad de innovación, ni por su originalidad…

Los parámetros actuales son los que aprendió Ramón Valencia de su suegro, el fallecido Diodoro Canorea, quien durante tantos años dirigiera la plaza de la Maestranza.

Pero los tiempos han cambiado. Curro Romero goza ya de un merecido descanso, un abono ya no forma parte del patrimonio familiar cuya herencia se dirime en la notaría, ha desaparecido la fiebre taurina de antaño, el espectáculo ha perdido emoción, el toro se asemeja cada vez más a un sumiso corderito, los toreros han dilapidado su condición de héroes y la sociedad se ha alejado notablemente de las plazas de toros.

Si Diodoro Canorea levantara la cabeza se vería obligado a hacer las cosas de otro modo para evitar que la sangría actual se convierta en una hemorragia que dilapide la tauromaquia en esta tierra.

Cuatro tardes a cuatro figuras es un hartazgo y un cerrojo a las posibilidades de jóvenes toreros.

Repetir una y otra vez las factorías ganaderas de toros nobles, artistas y de flaca fortaleza es potenciar el aburrimiento.

Colocar a toreros por influencias ajenas a sus méritos y dejar fuera a otros que han triunfado en el ruedo o han regado el albero con su sangre es una injusticia que el empresario de una plaza de tanto señorío como la sevillana no debiera permitirse.

Y algo más: la fiesta de los toros está necesitada de alguna propuesta revolucionaria que sorprenda, llame la atención, provoque el interés y permita, si ello es posible, que retorne el entusiasmo.

No debe ser fácil plantarse ante un folio en blanco para diseñar una feria como la de Sevilla. No, no debe serlo.

Pero está claro que la Maestranza necesita un revulsivo, una motivación diferente, un nuevo manera de decidir los carteles…

Mientras tanto, creer que cuatro figuras -tres de ellas prestas para la jubilación- tienen capacidad para aumentar el abono un quince o un veinte por ciento, como desea el empresario, es una quimera.

Dicho lo cual, ojalá tenga razón Ramón Valencia para su bien y el de todos.