Cronica Francisco Diaz, Fotografia Arjona

Una vuelta al ruedo de Escribano que vale mas que muchas orejas

La afición sevillana ocupó masivamente los tendidos acudiendo al reclamo de la casta y la bravura que normalmente se relaciona con la ganadería de Don Victorino Martín Andrés, cuyo creador y magistral ganadero falleció el pasado mes de octubre. Sin embargo, la expectación volvió a darse de frente con la decepción, tal como se ha experimentado en los tres festejos anteriores del hierro. La ganadería de Don Victorino Martín Andrés goza de un gran crédito y reconocimiento entre los círculos más exigentes, por su labor y por tantas tardes de gloria. No obstante, parece ser que los criterios han variado en la vacada, queriendo convertir el Toro-Toro en el artista. Esa basura insultante con la verdadera condición de un Toro Bravo. Por tanto, nos sigue ocurriendo que compramos una botella de vino de gran reserva, para encontrarnos con mero vino de mesa. Solo se salva de la quema el tercer toro de la tarde, por fiero y encastado, lo demás caerá en el recuerdo y en la decepción.

Salió el primer cárdeno claro de la tarde, Escriño de nombre, que fue recibido entre palmas de los poblados tendidos, tan hartos del injustificable y excesivo encaste como quien esto suscribe. Es más, en Sevilla es este más injustificable y excesivo por la dimensión de la Feria… Lo cierto es que el toro no hizo más mérito para ser ovacionado que el de su procedencia. En el mismo recibo evidenció la flojera de remos que condicionó, junto a la ausente casta que poblaba sus venas, toda su lidia. Dado el corto recorrido y la tendencia a derrotar, características demostrativas de su escaso poder, Ferrera sacó al tercio al animal toreando sobre las piernas, pudiéndolo desde el primer capotazo. Fue bien picado por Antonio Prieto, a cuya jurisdicción se arrancó, en ambas ocasiones, al galope el victorino. En el peto, simplemente “se dejó pegar”. Buena brega de Montolíu, dando los tiempos que la pobre condición del animal, que tardeó, requirió. En la muleta lo más destacable fue la actitud de Ferrera, buscando la distancia para provocar un mayor recorrido por aquello de la inercia. El animal ni humilló ni se desplazó. Aburrió. Dos pinchazos e infame bajonazo.

De pelo más oscuro el segundo de la tarde, que respondía al nombre de Portero, fue recibido a puerta gayola por su matador: Manuel Escribano. Emocionante resultó el trance pues se frenó en el embroque. En un primer momento, en el recibo capotero a la verónica, humilló y se volvía sobre las manos. Fue picado en el sitio (¡por fin!) en el sitio, arrancando incluso la divisa, por Curro Sanlúcar. El tercio de banderillas fue llevado a cabo por el propio matador, cumpliendo con el expediente. El comportamiento del animal hasta el momento hacía creer que se iba a presenciar uno de esos animales encastados y orientados que tanta fama dieron a este hierro… Pero no… Todo quedaron en intenciones, más que en derroche de casta. Una primera tanda por el pitón izquierdo donde el toro embistió con ritmo y humillación, pues el matador esperaba entre muletazo y muletazo. Sin embargo, en la siguiente tanda cuando el torero quiso apretarlo y exigirle más se defendió, arrebatando la muleta. A partir de ahí el animal disminuyó su recorrido y embistió con la cara alta. Vistas las condiciones del toro, que se volvía sobre las manos, hubiera sido recomendable, además de apetecible, un toreo sobre las piernas, de macheteo, con sabor añejo. Viajó baja la espada.

Más interesante resultó el cárdeno oscuro lidiado en tercer lugar, llamado Bolsero, cuya lidia y muerte correspondió a Daniel Luque. Tras el recibo de capote y durante el primer tercio (fatalmente picado. Demasiado felices nos las prometíamos), fue protestado por su evidente falta de fuerzas, donde arrastraba los cuerpos traseros, llegándolos a perder, y echaba las manos por delante, además de echar la cara arriba. Planteó dificultades a los banderilleros, por el sentido que desarrolló el animal. Esperó mucho por el pitón derecho, lo cual supuso el derribo de Juan Contreras, con milagro incluido. En la muleta puso en evidencia una condición más encastada que sus hermanos, con constante desarrollo de sentido. Por el pitón izquierdo, se revolvía a la altura de la cadera, buscando los tobillos. Daniel Luque anduvo por allí, sin poder en ningún momento a su antagonista, queriéndose poner bonito con ejemplar. Lidia a la antigua, nuevamente, requería. Pero nada… Colocado siempre de perfil. Pinchó en un primer encuentro y en segundo dejo casi media baja, muy baja, provocando el derrame del animal. Pese a tan desagradable y deshonrosa imagen, el animal demostró su encastada condición: tardó en morir, escupiendo sangre, con la boca cerrada, entre los aplausos del público.

 

Sin un ápice de bravura, casta y fortaleza, se lidió en cuarto lugar a Morritos, que correspondió en suerte a un Antonio Ferrera inédito. En los primeros compases, demostró su condición humilladora, pero con escaso recorrido. El tercio de varas, con puyazos tremendamente traseros a cargo de José González, no será recordado en los años venideros, saliendo el toro en ambos encuentros suelto. Huyendo del hierro. En banderillas siguió latente esas condiciones que conducían a vislumbrar la muy descastada categoría del cárdeno claro, a lo que hay que sumar los constantes derrumbes, tal vez por alguna lesión que el animal padeció durante la lidia. Lo pasó el pacense de adopción y lo mató. Fin de la historia.

Comprometido resulto el recibo a porta gayola de Manuel Escribano a Pacense, pues se le venció en el momento del lance. Una vez puesto en pie, meció la verónica de forma poderosa, pudiendo al toro. Sonó la música y la plaza bocabajo. Hasta entonces, el toro embistió con humillación y longitud, pero no sobrado de fuerzas ni casta. Pasó sin pena ni gloria en el segundo tercio, mal picado y tapándole la salida, mal Chicharito. En el quite, es de destacar una buena media, por ejecución y belleza, a cargo del más joven de alternativa y de edad: Daniel Luque. Ejecutó con emoción y riesgo (esto último, sobre todo, en el tercero) los pares de banderillas. A partir de ahí, la endeblez, por no decir invalidez del toro, condicionó la faena. Lo intentó el sevillano por ambos pitones, toreando con temple las nobles embestidas del animal, que dada su condición no permitió nada más. Estocada y vuelta al ruedo.

Para no romper la tónica de la corrida, cerró la corrida Estufista, de pelo cárdeno oscuro. Nuevamente demostró en el capote humillación y temple, pero, igual o más, debilidad física. Toreó Juan de Dios Quinta a caballo, un ejemplar de exquisita doma, el toro se dejó sin más, no acompañando escena tan solemne escena empujando con los riñones y galope al encuentro. Iluso yo por querer ver bravura en un manso. Con los garapullos destacó por encima de todos Raúl Caricol, con dos pares de enorme e insuperable pureza y verdad. Fue obligado a saludar. En la muleta el toro demostró que no solo era flojo, sino también descastado. Lo templó Daniel Luque, en primera instancia, sin obligarlo nada y el animal se limitó a pasar, sin más. Cuando lo apretó, mal colocado y excesivamente ventajista, el toro cantó la gallina. Muy bravo, sí. Mal con los aceros.

 

Sevilla, sábado 14 de abril de 2018. Toros de Victorino Martín. Antonio Ferrera, silencio en ambos; Manuel Escribano, ovación con saludos y vuelta al ruedo; y Daniel Luque, aplausos y silencio. Entrada: Lleno.

 

Por Francisco Diaz