Rafael Sánchez Pipo, forjado en la fragua del taurinismo clásico, se asoma a la década de los sesenta del pasado siglo con el bolsillo lleno. Desde su juventud, ha abundado en la quimera de revolucionar el sistema sobre el que el toreo se asentaba. Pero para ello necesita un elemento fundamental: el producto, inmaculado, para poder tornearle a su antojo.

En este contexto las vidas del Pipo y “El Renco” se cruzaron. Al poco, Pipo y Manuel Benítez se dirigen a Salamanca donde este se prueba como torero. ¿Cómo estuvo? Francamente mal: apenas supo abrirse de capa, la vaca lo cogió aparatosamente. Todos se rieron a carcajadas de él, menos Pipo, que sabía perfectamente lo que estaba viendo, exactamente aquello que quería. Dicho de otro modo, mientras los demás solamente veían la técnica, la ciencia del toreo, ausente en el Renco, Rafael vio mucho más, la esencia.

15 de mayo de 1960, ciudad de los califas. Traemos el diálogo entre torero y apoderado horas antes de su presentación en Córdoba: “Si no los quieren torear, yo mato los seis” – dijo Benítez en los corrales. Pipo le reprocha semejante expresión: “Si dos son mucho, seis son cornada segura. Lo que debes hacer es, si te coge y te da un puntazo, meterte en la enfermería”. “¿Quién, yo? No pasaré a la enfermería si no es muerto. A mí me da una corná un toro en la tripa y me cojo el mondongo, me lo güelgo a meter y mato al toro. Lo que me da miedo es viví como vivo”.

En su presentación, El Renco dio la misma impresión que en la placita de tientas de los Tabernero. Pero su valor fue tal que al público se le encogió el alma. Superó todos los cálculos. ¿Cuántas veces le cogieron los toros? Quién lo sabe. Quizá ninguna. Fue El Renco quien cogió a los toros, por lo menos veinte veces al primero y algunas más al segundo. El público reía, gritaba horrorizado y aplaudió a rabiar.

Pipo organiza tres novilladas en Palma del Río los días 21, 22 y 26 de mayo. Pese a lo catastrófico del resultado artístico, más avispado que ninguno, Rafael Sánchez se autonombró asesor taurino de los mencionados festejos. Desde el sitial de la autoridad concedió orejas y rabos a su torero, con lo que formó un inusitado escándalo en toda España. Las agencias de noticias dijeron que El Renco, desde entonces El Cordobés, había cortado orejas, rabos, patas y que había sido paseado a hombros en olor a idolatría. A esto se añadió que la tercera becerrada se hizo en beneficio de la caridad. Esto de las limosnas causa en la gente un impacto excepcional, con lo que empieza a confundir ideas entre la valía como persona y la calidad profesional. En lugar de hablar de un torero bueno, las lenguas hablarán de un buen torero.

A falta de un torero brillante, Pipo establece lo imprevisible como esencia de su torero. Publicistas taurinos y agencias de prensa se encargarán de demostrar que lo que la gente ha visto en el ruedo es maravilla semisagrada de la época. Va a descubrir hasta qué punto la masa es dúctil si se la sabe modelar. Descubrirá  que la masa está en contra de todas las normas establecidas y contra quienes la practican: “El Cordobés hace otra cosa: con El Cordobés”. Hacía justamente lo que cada uno de los espectadores quisiera y deseaba hacer en su vida privada: rebelarse contra todo orden establecido.

Pese a la ausencia de torería y conocimiento, Pipo, como tantos locos en la historia, descubrió algo que en los demás pasó inadvertido: que El Cordobés, además de mucho coraje, llenaba las plazas.

Las corridas sin caballos se suceden unas tras otras. El triunfo del Cordobés traspone los límites regionales, haciéndose cada día más general y arrollador. Pero, ¿se han dado cuenta que el Cordobés todavía es becerrista?

Pasará al estudio novilleril en su pueblo, Palma del Río, un 28 de agosto de 1960 donde matará tres novillos de Domecq. Previamente, el apoderado parte a las ganaderías a seleccionar los novillos  más cómodos que encuentre para que a El Cordobés no le asuste la diferencia. Todo por sacar adelante a su torero. Tras las corridas de Palma del Río, vinieron otras con caballos en Écija, Córdoba o Jaén donde El Cordobés triunfó.

Pipo, que no ha regateado gastos en el encumbramiento, tampoco desaprovecha sus amistades. Debe cambiar el estilo de propaganda: a partir de ahora, para los ricos. Pide y obtiene la invitación del noble caballero don Álvaro Domecq para que El Cordobés descanse en su finca. Los españoles pensaron: “Si don Álvaro lo invita, por algo será”. Y no solo la afición, si no, sobre todo, las empresas.

Como figura de los novilleros, se prepara durante el invierno en las dehesas del campo charro, donde los aficionados siguen sin ver sus cualidades. ¿Qué más da que no sepa torear? Lo importante es la solicitud del público. El Cordobés es taquillero y ese es el ombligo de las empresas.

Será en Barcelona donde El Pipo presente su más preciado producto. Para empezar, rompe con la tradición de aquella plaza, que inauguró siempre la temporada con una novillada de Pablo Romero. Esta vez será un festival para las niñas y, sobre todo, en lo que a publicidad se refiere, el festival se presentará como ningún otro espectáculo taurino se haya presentado hasta entonces: un gran anuncio de neón sobre el frontispicio de la Monumental con letras móviles que dijera: “Presentación de el Cordobés en Barcelona”. Si triunfa, que hablen del triunfo. Si fracasa, que hablen de engaño, de estafa, de lo que quieran, pero que hablen del acontecimiento días y días. Ahí no quedo la cosa. Como era de esperar, el fracaso, taurinamente hablando, fue espantoso. No obstante, Pipo sacó a relucir a su equipo en nómina. Hizo que sus hombres y fotógrafos esperasen el coche del matador unas manzanas más allá del coliseo para que lo llevasen a hombros hasta el hotel con escándalo de vivas. La multitud aplaude sin haberle visto en la plaza. He aquí la “apoteosis” del Cordobés, que había triunfado en Barcelona con la nada. El domingo siguiente se colgó el “no hay billetes”, repitiéndose el espectáculo circense, añadiendo a la performance anterior la lluvia de cientos de billetes de cien pesetas que llovieron del balcón del hotel donde se hospedaban torero y apoderado.

Sede del toro, donde el toreo se ajusta a cuantos cánones hay establecidos, El Cordobés se presenta en Jerez de la Frontera, donde corta orejas y rabo ante los mejores aficionados, consagrando el milagro cordobesista en la Baja Andalucía.

Aunque todo ha salido como Pipo lo tenía previsto y ha quedado a El Cordobés con expectación de ídolo para la próxima temporada, sucede algo sensacional antes de que acabe el año: novillada benéfica en el Pardo, patrocinada por la excelentísima señora doña Carmen Polo.

Para darse el gusto de acabar una obra de arte non finita, llega al súmmum de las ideas en pro del torero que, aunque lo parezca, no lo vale todo. ¿Qué se le ocurre esta vez? Nada menos que una película, Aprendiendo a morir, film que produce a el Cordobés millones y millones, de los cuales, ya Pipo no tendrá participación. Desde la altura del pináculo en el que Pipo le ha situado, El Cordobés le ignora sin elegancia, sin pulcritud en el alma, no sin antes dejarle arreglada la temporada del 62, donde el caché del torero de Palma del Río se situó en el quilo.

Álvaro Sánchez-Ocaña Vara