Basado en las obras de “la historia del toreo y tauromaquia añeja” de Nestor Luján y Fernando García bravo.

Durante la segunda mitad del siglo XVI, el toreo sufrió serias embestidas de abolición. Siempre hubo y los hay, detractores de la fiesta por considerarla un espectáculo cruento y salvaje, y siempre hubo los hay, fervientes defensores del toreo.

El Papa PIO V tras correspondencia mantenida con el Rey FELIPE II y, a pesar de las dificultades y disturbios que ve este en la pretendida aboloción de las fiestas de toros, S. S. haciendo caso omiso a los requerimientos de S. M. el 1 de noviembre de 1567, publicó la bula de “Salutis Gregis”, prohibiendo, bajo graves penas, la costumbre de correr toros en todo el reino. El Rey, ante el revuelo que produjo tan polémica bula, decidió que en vez de correr toros, se corrieran vacas…

Así entre excomuniones, dimes y diretes, levantamientos de bulas, e imposiciones de otras más o menos lesivas o, beneficiosas para el toreo, la muerte de algunos Papas y el pontificado de otros, llegamos a 13 de enero de 1596, en el que con el documento pontificio “Suscepti Muneris”, el Papa CLEMNTE III deroga todo lo anterior y ordena no celebrar fiestas de toros en festivos y días de guardar, ordenamiento este que se mantuvo vigente hasta mediados del siglo XIX, que se derogó.

A la muerte de PEPE HILLO el 11 de mayo de 1801, sobreviene un cansancio en el público de toros, quizás debido a la borrascosa época que estábamos corriendo, pudo dar al traste con la supresión de las corridas de toros que se llevó a cabo en el año 1805. Ante la fragilidad del monarca CARLOS IV y la ambición de su 1er. ministro GODOY y, los más que probables reflejos de la revolución francesa, a algaradas y, nuncios de gravísimos sucesos, en este 1805 se prohíben los toros “dada que la violencia cromática del espectáculo podía encender los ánimos del público”. No atreviéndose ninguno de ellos a dictar dicha orden, le encargaron al CONDE de CAMPOMANES la susodicha pragmática, la cual decía oficialmente: “que se debía abolir un espectáculo no conforme con la religión, la política y, la decencia; por tanto, promovió la REAL CÉDULA del 20 de febrero de 1805.

Así las cosas, 1805/06 y 1807, son años muertos para la tauromaquia… En el año 1808 las tropas napoleónicas invaden España y tras hacerse con provincias principales NAPOLEÓN, nombra rey a su hermano JOSÉ BONAPARTE; este, con el ánimo de congraciarse con el pueblo, devuelve al mismo las corridas de toros, y en esta época salen a la palestra taurina tres toreros principales en el devenir futuro de la fiesta: CURRO GUILLÉN, o la tragedia llevada al grado de la exasperación. JOSÉ ULLOA “TRAGABUCHES”, o la fábula y personalidad gitana, y JERÓNIMO JOSÉ CÁNDIDO, el oficio, la maña, la conciencia profesional.

Desde esa época en adelante toreros como: ANTONIO MONTES, CHICLANERO, CÚCHARES, CAYETANO SANZ, EL TATO, la edad de oro con LAGARTIJO Y FRASCUELO… y así, nos vamos hasta el comienzo del toreo moderno, al paroxismo, el fervor y la rivalidad que nacen con JOSÉ Y JUAN… y MANOLETE, y JULIO APARICIO y LITRI de novilleros, y la revolución de EL CORDOBÉS etc etc etc.

Y es que nunca, nada, ni nadie, han podido privarnos de celebrar festejos taurinos en todas sus variantes, porque lo llevamos en la sangre, pero… si bien es cierto que estamos falto de esos grandes toreros que emocionaban; de esos públicos que protestaban, pero que llenaban las plazas y, que volvemos a tener, como lo hemos tenido siempre detractores políticos, se hace necesaria esta pregunta: ¿podremos con ellos? posiblemente, pero habrá primero que llenar las plazas y, habremos de dejar de largar por las redes sociales.

Por Curro Jiménez