Mi sorpresa de hoy ha sido mayúscula cuando me he desayunado con la terrible “tragedia” de que ayer, durante siete horas, dejaron de funcionar las malditas redes sociales, esas que han llevado a la sociedad al abismo en el que nos encontramos. Decían los rotativos que, cientos de miles de personas sufrieron ataques de histeria al ver que no podían entrar en dicha redes. ¿Cabe locura mayor? Por supuesto que no. O sea que, los grandes problemas que nos azotan y que son irreparables, caso de todo lo sucedido en La Palma, al parecer, eso no nos quita el sueño pero, que no funcionen las redes sociales todo el mundo lo ha calificado como una desdicha sin precedentes.

Hemos enloquecido, las pruebas así lo certifican. Es horroroso comprobar que, como dicen los expertos, la gente de este país –y de todo el mundo- se pasan ocho horas diarias frente el celular contemplando las estupideces de dichas redes. Siendo así, ¿cuándo trabajan estas gentes? La pregunta tiene su encanto porque nadie podrá responderla. Es triste, lamentable, vergonzoso, patético, innoble y asqueroso que, por ejemplo, en cualquier espectáculo que queramos asistir, la gente, más que admirando el evento, se pasa todo el tiempo con el teléfono en la mano; vamos que, salvo en misa, ese instrumento macabro que alberga las citadas redes es más importante que el pan que nos comemos. Y no hablemos de las reuniones de las gentes en cualquier ámbito social en que, se sientan cuatro en una mesa, sacan los teléfonos y ahí murió el diálogo. ¿Cabe dislate mayor?

Seguramente soy de los pocos españoles que uso mi teléfono celular para hablar con mis amigos, con mi familia, con mi gente pero, muy alejado de esas tecnologías que han encadenado a la sociedad, hasta el punto de la histeria colectiva como ayer sucedió. No participo en dicha fanfarria, entre otras cosas porque tengo muchas cosas que hacer y, ante todo, porque me parece una estupidez sin límites. Y, cuidado, soy de los que pienso que, las nuevas tecnologías –ya cada vez más antiguas- tienen cosas buenísimas para el trabajo, para la cultura, para la información; para miles de cosas, pero utilizar ese teléfono para decir o escuchar estupideces, ese no es mi sentir y mucho menos mi manera de vivir. Al respecto, debo de ser el único bicho raro que existe en España que no comulga con tales estupideces y, les aseguro que no me he muerto por ello, ni me han dado ataques de histeria ni me importa lo más mínimo todas las estupideces que ahí dentro se gestan para desdicha de la humanidad.

Lo tremendamente devastador es que, todo el mundo, en la actividad que fuere, todos han entrado a formar parte de ese colectivo enloquecido porque, por ejemplo, existes restaurantes que, al sentarte en la mesa te ponen un código de barras para que, con el teléfono interpretes el menú y, lo que es peor, tras el almuerzo no puedes pagar con dinero, hay que hacerlo mediante el móvil. Hace pocas fechas acudí a un antro como el citado y, si no llega a ser por mi hijo que, como un boludo más, utiliza ese teléfono, a estas alturas todavía estaría yo fregando platos pese a tener dinero en efectivo para pagar la cuenta.

Todo gira alrededor de dichos artilugios, hasta el punto de la histeria a la que antes me refería pero, los grandes problemas de la sociedad son puras bromas si lo comparamos con no poder ver las redes sociales. Que Pedro Sánchez haya hecho un ley al estilo más bolivariano para acabar con los propietarios que tengan otra vivienda a la que residen, un inmueble que, en su inmensa mayoría lo han comprado a base de miles de horas de trabajo, pero eso no cuenta para nada con este apestoso gobierno social comunista que quiere favorecer a los más débiles –yo diría a los más gandules- mientras denigra y empobrece a todos aquellos que, como digo, se han pasado toda una vida trabajando para tener una vivienda con la ilusión de dejársela a sus hijos; una o varias, depende del esfuerzo de cada cual. Todo eso no sirve para nada porque un gobierno de esta índole solo se preocupa de los flojos como dirían en Argentina, a la gente que trabaja que nos parta un rayo. ¿Queréis más pruebas? Eso sí, como buenos dictadores que son todos les molesta muchísimo que alguien les increpe, como sucedió hace unos días en Córdoba en que, la multitud, a coro, decían lo que pensaban de ese dictador llamado Marlasca que, como ya ha dicho, jamás irá a otro acto donde haya público. Yo en su lugar lo haría mejor, me cargaría de un plumazo a la guardia civil, los mandaría todos al paro y un problema menos.

Lo contado son problemas, pero de una gravedad extrema, caso de la hecatombe de La Palma de la que no tiene la culpa Pedro Sánchez pero que, pobres gentes, cuando Sánchez dijo que les ayudaría en todo lo que haga falta, me pongo a temblar porque ese hombre cada vez que habla miente. ¿Le habrán creído los canarios? Seguro que no. Pero esa es la cruda realidad, mientras cientos de miles de esquizofréncios sufren ataques de histeria porque no pueden entrar en las redes sociales, la tragedia de La Palma no puede ser mayor y, lo que es más triste, veremos eso como se arregla; no quisiera estar en la piel de los canarios que lo han perdido todo por culpa del volcán; la tragedia ha alcanzado una magnitud que, ni Cáritas puede hacer nada por ellos, como hace por tantos miles de nuestros compatriotas que pasan hambre y frío, sólo mitigados por esta institución de la Iglesia.

Al final, al paso que vamos solo nos queda decir, que Dios nos pille confesados que mucha falta nos hará.

Pla Ventura

Mientras cientos de miles de irresponsables se rasgan las vestiduras al no poder entrar en las redes sociales durante unas horas, la isla de La Palma sigue ardiendo por los cuatro costados, no sin antes haber dejado a miles de personas en la más absoluta miseria.